Cristina Santillán vivió casi 40 años en una relación con un varón violento. En 2014 se defendió con un hacha e hirió al marido, que murió ocho meses después. La justicia la condenó a siete años de prisión por el delito de lesiones gravísimas calificadas por el vínculo: el movimiento de mujeres que la acompañó denunció que no investigaron el caso teniendo en cuenta la situación de violencia machista.
La Asamblea de Mujeres en Lucha de Azul (AMLA) acusó a la justicia de darle la espalda a la historia de violencia de género sufrida por Cristina Santillán durante 40 años, con el propósito de salvar a la fiscalía de la “irresponsabilidad de no haber investigado lo que debió haberse investigado desde el inicio”.
La AMLA sostiene que los fiscales Laura Margaretic y Javier Barda negaron los testimonios que reconstruyeron la historia de sometimiento que sufrió Santillán y, para “limpiar su falta de objetividad”, aceptaron la existencia de violencia bajo la idea de una “violencia cruzada”. El jurado y la jueza la consideró una circunstancia atenuante. Margaretic había dicho que absolver a Cristina Santillán era “incitar a todas las mujeres víctimas de violencia a salir a matar a sus maridos”.
“El Estado es responsable de no haber intervenido a tiempo cuando tuvo oportunidad de hacerlo y lo es también cuando interviene para castigarnos por habernos defendido y evitar nuestro propio femicidio. Mujeres y pobres, la Justicia nos prefiere muertas. Cristina Santillán es causa nacional de las mujeres. ¡Libertad y absolución para ella!”, publicó AMLA.
La semana pasada, Cristina Santillán fue sentenciada por la jueza del Tribunal Oral en lo Criminal 2 de Azul, Alejandra Raverta, a siete años de prisión por el delito de Lesiones gravísimas calificadas por el vínculo. Se había defendido de su marido Ricardo Orlando Hernández con un hacha para evitar su femicidio. Un año después el hombre murió un en un hogar de ancianos por “un cuadro séptico con la producción coagulación intravascular”.
Cuando comenzó la investigación, la fiscal acusó a Cristina primero por lesiones graves y después por tentativa de homicidio. Con la muerte de Hernández, cambió la carátula a homicidio calificado por el vínculo, y Santillán pasó un año en la Unidad 52 del Servicio Penitenciario de Azul.
Como el primer abogado no había logrado visibilizar su caso con perspectiva de género, las organizaciones feministas armaron la Asamblea de Mujeres en Lucha de Azul y Mariana Mocciaro, Diego Araujo y Diego Fernández (el Defensor General) representaron la nueva defensa oficial.
La fiscalía aseguró que el accionar de Santillán fue premeditado porque Hernández le había pedido el divorcio. La defensa demostró con testimonios cómo Cristina sufrió violencia de género durante toda la relación: su marido la levantaba a las tres de la madrugada para que le cocinara, le sacaba su sueldo de enfermera, la golpeaba e insultaba, y cómo Cristina justificó esa agresión física como “accidentes” domésticos.
La defensa presentó los testimonios de médicos y peritos que aseguraron que el geriátrico donde Hernandez murió, ocho meses después del ataque, no tenía habilitación. Buscaron demostrar que la muerte no fue producto de las heridas de hacha que le había provocado Cristina.
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Un historia de violencia
Cristina se casó a los 16, tuvo tres hijos y un marido que la golpeaba. Vivía en Villa Piazza, un barrio humilde de la localidad de Azul, junto a su hija de 28 años que estudia Derecho y la acompañó colaborando con la visibilización del caso.
El salario de enfermera, que cobraba Hernández por ella, era casi la única entrada de dinero que tenía la familia. Ella nunca supo cuánto ganaba él como empleado municipal, pero sí sabía que volvía de madrugada y la obligaba a levantarse para prepararle comida, a pesar de que ella tuviera que levantarse a las 6. Hernández no aportaba, volvía de madrugada, salía con otras mujeres y sometía física, psicológica y económicamente a su esposa.
El miedo, el terror y la vergüenza se elevaban y prevalecían por sobre la opción de hacer la denuncia. Cristina justificó moretones, marcas, fracturas de costillas, y caída de dentadura como “accidentes” domésticos por 40 años sin contárselo a nadie.
Los hijos que tuvieron también vivieron en ese ambiente de dominación masculina. Su hijo mayor declaró en el juicio que desconocía los hechos de violencia y defendió a su padre después de afirmar que Hernández en varias ocasiones se había ido un mes y los había dejado solos.