A8AF71B8-CABD-4405-914F-7355001EEB1EEn los últimos cuatro años mi vida transcurrió en un delicado equilibrio entre la maternidad y la profesión de periodista. Tener un hijo arrasó con todo lo que creía que sabía, me corrió de eje y requirió toda mi energía. Casi al mismo tiempo empecé a trabajar en Cosecha Roja. Y otra vez todas las estanterías al suelo para volver a construirlas. En este tiempo no pude y no quise despegarme más de mi hijo. La distancia de rescate condiciona la cuerda, a veces la afloja y otras la aprieta. Recién este año pude soltar: en marzo fui a una capacitación de una semana en San Francisco. Era una prueba para lo que vendría después.

Pienso y escribo estas líneas en Chaco, mientras espero que salga el micro de regreso a Buenos Aires. Atardece de un día de 28 grados y caminatas eternas que terminaron minutos antes de que un grupo de ultra católicos atacara a las mujeres que aún estaban en la plaza 25 de Mayo. Tengo la cabeza estallada: lo que pasó en estos tres días en el 32 Encuentro Nacional de Mujeres, aún con ese final predecible, me lo llevo como una marca en el cuerpo. Parecida a la cicatriz de la cesárea innecesaria pero plena y feliz. Una especie de sanación, como si me hubiesen inyectado una energía que solo circula en espacios de mujeres y otras identidades femeninas.
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Durante estos días escuché relatos que contaron con detalle las violencias sufridas sobre sus cuerpos, sobre ellas mismas (¿Qué es el cuerpo sino una misma?). A Mara la echaron del trabajo después de que dejó de teñirse las canas. Pasó justo después de participar en el ENM de Rosario en 2016, era su primera vez. A Susana se le vino el mundo abajo cuando se separó de su marido: tuvo que salir a buscar trabajo con su cuerpo gordo a cuestas. La salvó venir a los Encuentros. María se operó dos veces la nariz persiguiendo un ideal de belleza que no alcanza. Mariela es madre soltera hace dos años. Tiene 23 y todavía siente rechazo por la beba que tuvo: el sistema médico arrasó con su parto, con el de tantas de nosotras. Su herida aún no sana.

Esas mujeres me hacen pensar en mi historia. La interpelación es instantánea y constante. ¿Cuáles son mis marcas en el cuerpo, cómo las habito, cómo entiendo esa corporalidad, la conozco? ¿Me puedo conocer separada de mi cuerpo?

En el taller de relaciones de pareja se abrieron diez comisiones. Estamos en ebullición, necesitamos repensar nuestros vínculos afectivos, “aprender a lidiar con ellos”, cómo dicen las pibas sentadas en ronda en la plaza. Son seis, tienen tops estampados y toman Brahma. Esperan que sean las 15 y comiencen los talleres. Hablan sobre amor libre e infidelidades, se anticipan a las preguntas que quedarán flotando en las conclusiones: ¿Cómo sostenemos nuestra autonomía estando con otrx? ¿Cómo hacemos para no confundirnos con ese otrx? ¿El amor romántico reproduce las opresiones sobre las mujeres?

Se me juntan los pensamientos: el ideal de belleza, la pareja “tradicional”, la identidad femenina como algo fijo, el cuerpo embarazado como enfermo, el sistema médico que nos somete y patológiza los ciclos vitales de nuestros cuerpos. Estamos en deconstrucción, en combate constante, aunque no sea una guerra. ¿O sí?
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El proceso es hacia adentro, en la soledad de lo que le pasa a cada una. Y es hacia afuera, en el vínculo con las demás. Así es en cada grito de alegría cuando dos se cruzan y se festejan. Así es cuando una presta la tarjeta sube para que todas viajen o convence al chofer del colectivo interprovincial que espere a que lleguen las compañeras. Así es la marcha que sale de la UNNE y atraviesa la ciudad. Somos casi 70 mil cantando, bailando, celebrando no estar solas. Es poderoso sentirse parte de algo tan especial. Se nos van los miedos, nos hacemos felices entre nosotras.

Había escuchado cien veces que el primer encuentro te marca para siempre. No soy original, y tal vez mi mirada esté atravesada por la inocencia de las primeras veces de tantas cosas en la vida. Vuelvo siendo más yo que antes pero vuelvo distinta, con una nueva marca en el cuerpo. Y con las huellas de las otras.

Me quedo con los pequeños encuentros dentro del encuentro. Las fotógrafas y las integrantes de la Red Cosecha Roja intercambiando experiencias para mejorar el trabajo diario, pasando de la virtualidad al contacto en persona. La frescura y generosidad de Meli y Euge, que cruzaron con nosotras el puente que separa Corrientes de Resistencia una y otra vez. Me quedo con el abrazo de Luciana Peker, con el cara a cara con Gala Abramovich. Me voy llena de energía después de marchar, cantar y correr pequeñas picadas con Ceci Zerbo, una mujer valiente, una fuega como dice Juli Saulo. Gracias por nuestra charla profunda. Y por sobre todo con la compañía sincera, divertida y encendida de Dani Camezzana. El encuentro dentro del encuentro es nuestra marca.

 

Fotos de Gala Abramovich  y Mariana Moretti .-