No hay represión sin demonización, dice el investigador Esteban Rodríguez Alzueta. Alcanza con leer los comunicados de tono bélico y los comentarios racistas de los lectores de los diarios para entender el trasfondo de la escalada represiva. La demonización, escribe Alzueta, quiere poner a las comunidades originarias más allá del estado de derecho para declararles la ‘guerra antiterrorista’. 

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Por Esteban Rodríguez Alzueta*

Hace rato que los mapuches son objeto de la extorsión política. O reniegan de su historia y se amoldan al corsé identitario, o son considerados enemigos internos. El precio de la hospitalidad jurídica es el olvido y su renunciamiento histórico. Para aquellos que miran el conflicto mapuche a través del código civil, es un problema inmobiliario. Para los que lo hacen a través del código penal, una cuestión criminal. Como sea -y el truco es viejo- se busca transformar los conflictos sociales en litigios judiciales, para vaciar de política la política, para seguir deshistorizando la conflictividad social.

Los mapuches serán considerados ciudadanos mientras no cuestionen el ordenamiento que los invisibiliza, caso contrario, corren el riesgo de ponerse fuera de la ley, y ser referenciados como activistas y, peor aún, identificados como terroristas.

Para el estado no hay historia (de expoliación) que reparar, y tampoco una diversidad cultural que reconocer –más allá del corsé identitario-, solo existen negocios que promover y una propiedad (privada) que expandir y proteger.

La actualización de los conflictos, la reivindicación de sus tierras milenarias y los bosques ancestrales, la ocupación comunitaria con control territorial, las tácticas de autodefensa, pone a los mapuches afuera del marco del indio hiperreal que se construyó en el siglo XX con la estela que dejó Billiken y, más acá, con la impronta Discovery Chanel y Canal Encuentro.

El protagonismo de las comunidades mapuches no sólo pretenden actualizar la historia, al devolverle el pasado presente a la política que el estado argentino se ha empecinado en impugnar, sino haciendo patente el futuro anterior que reconocemos en el neo-extractivismo, los megaproyectos turísticos y la especulación rentista y concentración de la tierra en manos de la burguesía global. No son una patrulla perdida y tampoco están desorientados. Detrás de estos conflictos hay una disputa histórica permanente que la democracia liberal busca desaparecer.

Por eso, frente a estas circunstancias, el estado tiene un nuevo marco para seguir invisibilizándolos: el indio violento, el indio terrorista.

No hay represión ni judicialización sin demonización. La demonización se va componiendo con los prejuicios raciales de larga duración que surcan el relato de la Historia Argentina. Prejuicios fundacionales, que son tan viejos como la constitución del estado nacional. Prejuicios que se fueron sedimentando en el imaginario social, hasta constituir la reserva moral del ciudadano ejemplar. Basta leer los comentarios de los lectores a las noticias publicadas en los medios locales para confirmar el racismo que los ciudadanos ilustres disimulan con buenos modales y viajes por el mundo. Basta escuchar una vez más los programas de entretenimientos conducidos por Lanata, Leuco, y un largo etcétera, para darnos cuenta que los conflictos sociales, además de clasistas siguen siendo (ante todo) raciales.

La demonización contemporánea que activa las pasiones punitivas, el revanchismo de clase y el neocolonialismo racista, se escribe con los aportes del estado y la sociedad.
La demonización busca impugnar a la nación mapuche como sujeto de derecho, quiere poner a las comunidades originarias más allá del estado de derecho para aplicarles el estado de excepción y poder perseguirlos con las leyes antiterroristas. Por ahora les alcanza con el código penal, pero si se leen los recientes comunicados del Ministerio de Seguridad de la Nación y repasan algunas declaraciones de altos funcionarios, nos daremos cuenta que están creando las condiciones para reeditar la lucha antisubversiva: la guerra antiterrorista. Una guerra hecha al margen de la legalidad ordinaria, con procesos especiales al margen de los estándares internacionales de derechos humanos. Una guerra hecha con otro tipo de pirotecnia verbal y letal.

Con la demonización se busca transforman al otro relativo en otro absoluto, extranjerizar al mapuche y volverlo ininteligible. Se sabe, si habla un idioma extraño no se puede dialogar, lo único que cabe es hacerle la guerra de policía.

*Docente e investigador de la UNQ. Miembro del CIAJ. Autor de Temor y control y La máquina de la inseguridad.