Daiana Colque murió apuñalada la noche del 29 de septiembre de 2016. Tenía 19 años, dos hermanas y una mamá, Marta Tarqui, que la extrañaban aunque vivían a unas pocas cuadras en el mismo barrio, la Villa 31 Bis. El juicio por su femicidio terminó esta tarde: el Tribunal Oral Criminal y Correccional 12 condenó a Oscar Hernán Trinidad Báez, alias Crespo, a prisión perpetua por “homicidio agravado por el vínculo mediare violencia de género”.
El próximo enero Daiana hubiera cumplido 21 años. Crespo, que era su pareja, tiene 36. Vivían juntos en el departamento de la manzana 98 del que ella salía poco desde que estaba con él y donde fue asesinada. La mamá recuerda que ella había sido siempre muy coqueta pero dejó de arreglarse porque a él no le gustaba.
Tres semanas después de la muerte de su hija, Marta marchó de negro y bajo la lluvia en el Paro Nacional de Mujeres del 19 de octubre. Estaba ahí cuando se enteró de que Crespo había sido detenido en Esteban Echeverría. Hoy no está sola: además de su hija mayor, la acompañan las docentes del jardín de su hija más chica y las compañeras de la Campaña Nacional Contra las Violencias Hacia las Mujeres, que denuncian que la historia de Daiana no es una tragedia aislada. Las chicas de los barrios populares, advierten, están triplemente expuestas a sufrir violencia de género: por ser mujeres, por ser adolescentes y por ser pobres.
No es la primera vez que Báez está preso: durante meses Daiana viajó desde Retiro hasta Devoto para visitarlo mientras él estaba detenido por posesión de arma de guerra. En los alegatos finales la defensa argumentó que Daiana, que tenía una personalidad fuerte, hubiera podido aprovechar ese momento para separarse “si hubiera querido”. “Nosotras sabemos que esto no es así, que las mujeres por el contexto patriarcal en el que estamos inmersas no podemos tomar esas decisiones así como así”, dijo a Cosecha Roja Martina, que es parte de la CNCVM y estuvo al lado de Marta todos estos meses.
“Aún más siendo una mujer joven, adolescente, de un barrio popular, donde habia un monton de otras violencias a las que Daiana estaba expuesta, además de la dependencia económica, que hacen que ella no pudiera tomar libremente la decisión de dejarlo porque se sentía vulnerada. El entramado de violencia de género genera esa dependencia, ese vínculo muy violento”, agregó.
– Ma, cada día está más loco – le dijo un día Daiana a su mamá cuando él salió de la cárcel y se fue a vivir con ella.
Marta notó que su hija ya no era la de antes: había dejado a su mascota, una caniche llamada Cande, en lo de su hermana mayor porque a él no le gustaba. Le decía que él la iba a llevar de viaje pero en su diario íntimo escribía que se sentía ahogada y que tenía miedo. Los vecinos declararon que era común oír las peleas de la pareja pero en el barrio nadie se metía.