Cuando deseamos ser madres, ¿cómo sobrevivimos al maltrato y la violencia? ¿Cómo recuperamos el protagonismo? La medicina tiene poder para decidir sobre el cuerpo de las mujeres con cesáreas innecesarias e intervenciones rutinarias. A veces el personal de salud no recuerda nuestros nombres y nos llama mamá o mamita. En la semana del parto respetado contamos algunas historias que buscan desnaturalizar la violencia obstétrica.
Ilustración: Florencia Gutman
Voy por la semana 37 de embarazo. Acabo de entrar en la sala de preparto. La partera me hace el tacto más doloroso del mundo. Sufro en silencio, se me caen las lágrimas.
– Está verde. Puedo ponerte el goteo pero podemos seguir 24 horas así. Y no te aseguro que dilates.
Siento pánico. Llama al obstetra y le avisa que estamos listas para ir al quirófano. Ella estará lista, yo no. Caminamos juntas, yo con mi bata de hospital, ella con su ambo azul. Son 20 o 30 metros. Tiemblo. Me da la mano, me la dará durante todo el proceso.
Abrimos la puerta. La sala es impoluta, blanca radiante, llena de luces. Hace frío. Es la segunda vez que estoy en un quirófano. Un año atrás el mismo médico me operó un mioma subseroso más grande que mi útero: creció con las hormonas de un embarazo perdido en la semana 9 y había que sacarlo antes de intentar otra vez. Llegué a él por recomendación de una amiga. Era el quinto médico al que iba: ninguno me había parecido comprensivo ni me había explicado suficiente. En una de esas consultas, un ginecólogo mediático que milita a favor del derecho al aborto me dijo:
– A mí todo tu deseo de ser mamá y lo triste que estás no me importa. Yo te voy a explicar lo que pasa de acá hasta acá.
Y dibujó algo que simulaba ser un cuerpo femenino: una raya por encima del estómago, otra sobre los cuádriceps. En el medio, la parte que a él le importaba: el órgano reproductor.
Otra vez me tocó uno que apenas escuchó el relato puso fecha para la operación. Nunca me preguntó cómo estaba ni se acordó cómo me llamaba. Menos intentó explicarme que uno de cada cinco embarazos no continúan.
Elegí al médico que me operó casi por cansancio, un poco por temor. La intervención fue en diciembre, antes de las fiestas. Anestesia completa, dos días de internación, hotelería de lujo, sin lugar para muchas preguntas.Tuve que llamar al médico por teléfono para que me diera el alta.
En la primera operación llegué al quirófano acostada, ahora entro caminando. Me subo a la camilla sola, me acuesto.
– La cosa es así: tenes que apoyar los brazos en los estribos y si te movés te vamos a tener que atar. ¿Está claro?
¿Atar? ¿De verdad me están diciendo eso? El anestesista me interrumpe el pensamiento.
Me incorporo, me explica que si me muevo no me hará efecto la peridural. No reconozco ese estado, me siento una muñeca de trapo. ¿Así era parir? Después todo pasa muy rápido. Me untan con pervinox, hacen pasar a mi compañero -la partera le dice que mire de costado porque estoy desnuda en la camilla con la luz encandilando mi cuerpo dormido y pintado de una sustancia oscura-. Él hace caso, creo. Ya no siento desde la cintura para abajo. Solo percibo que mi cuerpo se mueve para un lado y para el otro, como los autos cuando el mecánico prueba si funciona la suspensión. En esa distracción estoy cuando el anestesista, un hombre robusto de cuarenta y tantos, se me sube encima y me aprieta la panza desde arriba hacia abajo. ¿Qué es esto?
Después pierdo la concentración en el bebé y escucho el ruido de los instrumentos quirúrgicos, el movimiento de las por lo menos seis o siete personas que están del otro lado de la cortina que divide mi cuerpo en dos. Recuerdo apretarle la mano fuerte a la partera, el calor de los brazos de mi compañero sobre mi cabeza.
***
Hay experiencias mucho peores. La cesárea impuesta por comodidad del obstetra, la falta de respeto por el tiempo del embarazo, la prohibición de tocar al bebé cuando nace, la sala impoluta con luces de interrogatorio apuntando, las conversaciones ajenas sobre temas diversos, el anestesista subido a la panza. Las escenas se repiten en los relatos de las decenas de mujeres que entrevisté. A Carolina le confundieron el nombre durante el parto y la llamaron mamá, mamita, mami, gorda. A V. le rompieron la bolsa sin necesidad. A Natalia le hicieron una cesárea innecesaria (la Organización Mundial de la Salud sugiere un 15 por ciento, en hospitales públicos llega a más del 30 y en privados a más del 70). La episiotomía es rutina (la OMS recomienda no hacerlas de manera rutinaria, en Argentina la cifra llega al 60 por ciento en primerizas). Y escasea la información: no te explican los procedimientos, deciden por vos, te dejan sola. La ley 25.929 de Parto Respetado sancionada en 2004 establece que las mujeres pueden atravesar el preparto, parto y posparto acompañadas. Pero según el Observatorio de Violencia Obstétrica de Las Casildas, una de cada cuatro mujeres lo hace en soledad.
El primer hijo de Malena nació por cesárea. El bebé venía de cola y no hubo médico que se animara a intentar un parto vaginal. Ella fue la primeras de su grupo de amigas en quedar embarazada y la información que consiguió fue a través del obstetra y de un grupo de maternidad respetada. Después de la operación quedó golpeada, como si hubiera tenido la culpa de no poder parir, como si no hubiera querido.
Dos años y dos meses después le pasó lo mismo con el segundo hijo: el bebé estaba en posición podálica. Pero esta vez la obstetra la esperó hasta la semana 40 y el parto se desencadenó con contracciones. Cuando ya estaba todo listo para la cesárea, en el quirófano del Sanatorio Anchorena, el anestesista la pinchó:
– Todavía siento las piernas – dijo ella.
– Estás asustada – le respondió.
La obstetra empezó a cortar y Malena pegó el grito de su vida. La entubaron y durmió durante el nacimiento de su segundo hijo.
Tres años después volvió a quedar embarazada. Ya no tenía expectativas: en Argentina dos cesáreas son una condena perpetua, aun cuando la OMS dice que no hay pruebas que lo justifiquen y recomienda intentar partos vaginales (PVDC). En los grupos de Facebook sobre maternidad las mujeres se incentivan unas a otras para lograr partos que respeten los tiempos fisiológicos de los cuerpos de mamás y bebés. Eso incluye el parto vaginal, la no inducción sin justificación, la no ruptura de bolsa sin necesidad y muy especialmente la elección de la posición durante el trabajo de parto y parto y el respeto por la hora sagrada. “Ningún procedimiento de observación del bebé justifica la separación de su madre”, dice la OMS. Cada parto después de una cesárea es un logro compartido y celebrado con cientos de comentarios y me gustas.
En las últimas semanas de embarazo la beba de Malena se colocó en el canal de parto. Si quería parir había que hacer el trabajo en casa y llegar justo a la clínica. La segunda noche de contracciones, la partera la visitó:
– Tenés ocho de dilatación. Si querés tener un parto natural, podés.
Malena lloró.
Dos horas y un par de pujos después nació su tercera hija.