Por Lucila Mariani*
Para una tesis sobre la cultura de violación en Argentina estoy viendo (lamentablemente) varias películas de Porcel y Olmedo. Hay una escena en particular de una de ellas que me llama mucho la atención, por lo explícita, por lo cruda y lo alejada de la comicidad, es una escena de “A los cirujanos se les va la mano”, de Hugo Sofovich.
Va más o menos así: Olmedo y Porcel secuestran a Moria y a Susana, las nuevas cirujanas de un hospital en el que ellos son camilleros, aunque se hacen pasar por cirujanos.
Llegan a un telo, Porcel se lleva a Moria, Olmedo a Susana. Les dicen que ahí hay unos enfermos que tienen que cuidar. Entran a la habitación, Susana se sorpende al ver que es una habitación vacía. El diálogo sigue así:
– Este cuarto está vacío, acá pasa algo raro. Voy yo sola.
– Bueno, desconfiada, vaya.
Olmedo mira a Susana de arriba a abajo, como si fuera un pedazo de carne. Se muerde el labio. Susana entra a la habitación, al darse vuelta, lo ve a Olmedo semi-desnudo y grita.
– No grités, vení, dame un besito.
Olmedo se para y empieza el forcejeo.
– No me toque o grito.
– Ay, qué miedo, ¿vas a gritar? Pero si acá gritan todas.
Él la desnuda y ella grita, que no quiere, que basta, que qué hace. Aparecen Moria y Porcel, para escaparse, las dos fingen estar interesadas en ellos. Las tratan de fáciles, de tímidas, de tontas, las tocan, las miran, las desvisten. Después de todo eso, escapan.
La película termina con la culminación del abuso sexual, Porcel y Olmedo drogan a las dos cirujanas, en contra de su voluntad. “Divertite”, le dice Olmedo a Porcel, “después te cuento”, le responde él. Los dos desaparecen, cada uno de un lado del encuadre, cada uno con una mujer en sus brazos, cargándolas como si fueran sus presas.
Y con el tiempo, perdura la nostalgia del recuerdo: el respeto por estos “humoristas”, el banquito de Olmedo y Portales en Avenida Corrientes, el rosarino humilde, el padre de familia, el comediante, el gordo simpático pero malhumorado, la pobre víctima que tuvo la mala fortuna de caerse de un balcón. Otro(s) hijo(s) sano(s) del patriarcado que se siguen recordando como ídolos populares.