Por Macarena Moraña*
Me baño sabiendo que no habrá jabón que pueda quitarme la sensación del cuerpo. Alperovich. De Angeli. No les voy a perdonar nunca la cara de mi hija esta mañana cuando confirmó que la ley no fue aprobada. Mera. Montenegro. No voy a perdonar la ignorancia y la necedad. Basualdo. Menem. No les voy a perdonar esos sueldos enormes que cobrarán de por vida. Perotti. Pinedo. No los voy a perdonar porque tal vez fui yo la que alguna vez llamó a un número de teléfono atendido por una voz misteriosa que me dijo que llamara más tarde a otro número y que no dijera ningún nombre. López Valverde. Tal vez fui yo pero a quién le importa. Al estado seguro que no. Fiad. Fiore.
Tampoco importa cuándo fue, si antes o después de parir dos veces. Elías De Pérez. Una criatura más enorme que la otra y la suerte de tener un compañero y un equipo médico que me respetó y la suerte de poder pagar una atención médica, y la mala suerte de esa otra vez que pagué pagamos pagaremos por aquello otro que tal vez me ocurrió a mí, a mi amiga o a mi hermana. Blas. Espínola. Pero a quién le importa. Rodríguez Saá. Romero. Rozas. Al estado seguro que no.
Porque capaz que fui yo la que entró a ese departamento y tuvo que esperar a esa mujer que llegó tarde excusándose porque había tenido que ir al Coto. Boyadjian. Itúrrez de Cappellini. Marino. Martínez. Porcel de Ricovelli. Reutemann. Pero a quién le importa si fui yo o cualquiera de las mujeres que ayer estaban estábamos seguiremos estando pintadas de verde con y sin paraguas, gritando, saltando, reclamando bajo la lluvia por mucho más que derechos, por nuestra dignidad. González. Braillard. García Laramburu. Giaccopo.
Me pregunto qué par de piernas reclaman que se cierren, si las de sus madres, hijas o compañeras. Snopek. Solari. No les voy a perdonar que voten en contra de la despenalización de esta ley cuando no existe sistema de contención alguno para todas esas niñas y mujeres que quedan quedé quedaron quedarán embarazadas, como tampoco existe la seguridad de una condena verdadera para los violadores, ni un sistema de adopción que no tenga que ver con la compra y venta de seres humanos, ni tampoco una asistencia de salud pública y psicológica digna para todas esas mujeres que no tuvieron tuvimos tendremos la posibilidad de elegir, pero también para esas que aun habiendo elegido no se sienten sintieron sentirán preparadas para llevar adelante una maternidad. Closs. Tapia.
Me pregunto cuál es esa supuesta otra opción que debería existir, cuál, díganme una, una sola, por favor. Pero a quién le va a importar, a quién le importa. Al estado seguro que no. Mayans. Poggi. Y mucho menos voy a perdonar a esas mujeres que antepusieron sus creencias a una urgencia, a un problema de magnitud social y pública, a esas que ni siquiera pensaron en sus propios intereses, que simplemente no pensaron. Varela. Brizuela.
No, ni olvido ni perdón a ninguno de esos treinta y ocho tipejes que tienen la obligación de gobernar para el pueblo y sus necesidades, para este pueblo que les está gritando en verde porque ya no puede soportar que mueran más de cuarenta mujeres al año, mujeres que están ignorando escudados tras un supuesto mandato que de divino no tiene nada. Bullrich. Uñac. Cobos. Urtubey.
No los voy a perdonar en nombre de la hemorragia y aquel dolor abdominal que persistió durante días para recordarme que estaba sola, vacía y sedada en un consultorio sin diplomas colgados de la pared, confiándole mi vida a un desconocido sin nombre, rezando porque fuera un médico de verdad y supiera lo que hacía en ese que tal vez era mi cuerpo o que quizás era el de todas las mujeres aterradas y solas frente a un estado que en vez de asistirlas las juzga y castiga con sus leyes.