Juliana Martínez, economista feminista uruguaya radicada en Costa Rica, es especialista en empoderamiento económico de mujeres en América Latina. Cree que es clave “analizar si avanzamos, retrocedemos o si estamos igual respecto de las relaciones patriarcales”.
Define al patriarcado como “el monopolio de las decisiones en el acceso a los recursos en manos de los hombres”. Aclara que el poder no está en posesión de cualquier hombre, sino que se concentra en “un tipo específico de masculinidad hegemónica”. Agrega también que no se trata de “varones malos y mujeres buenas”, sino que es una relación que se da como consecuencia de la construcción de las masculinidades y feminidades.
Este sistema “se vuelve una jaula para las personas y no hay diversidad de ser y de hacer, porque todo está marcado, desde el nacimiento, por esa construcción esquemática de género”.
Según Martínez, América Latina es una región que “viene de un terremoto en la vida de las mujeres”, ya que el acceso femenino a los recursos nunca se había ampliado tanto como en los últimos 30 años. Luego de la regularización económica, hubo una modificación del modelo de familia, que estaba dado por el rol del “macho proveedor”.
El nuevo rol de las mujeres ha marcado una diferencia en las relaciones laborales y familiares. Pero “paradójicamente, la vida de los hombres ha cambiado mucho menos; los hombres latinoamericanos dedican el mismo tiempo para cuidados hoy que hace 20 años”.
Esta inercia atraviesa clase, educación y nivel socioeconómico. Dice que siempre están los que “dicen que se encargan de los cuidados”, pero son tan marginales que aún no mueven la aguja en las encuestas. “Las expectativas de la sociedad sobre qué es ser hombre ha generado cortocircuitos entre mujeres que han cambiado mucho y varones que han cambiado muy poco”, expresa.
“Las mujeres latinas somos mucho más desiguales ahora que en los 90”, y las estrategias para lidiar con estos cambios están altamente estratificadas. “Las mujeres con mucha educación lo externalizan a través de otras mujeres que cuidan, mientras las que cuidan quedan recluidas en los hogares”; para la economista “una agenda feminista necesariamente tiene que pensar la articulación entre clase social y género para tocar realmente la desigualdad”.
“Entre 2000 y 2013, período de desaceleración económica y de ‘giro a la izquierda’, las mujeres del quintil uno (las más pobres) no se beneficiaron de los cambios. Entonces, ¿qué podemos esperar de los próximos años, que serán de ‘giro a la derecha’ y contracción económica?”, se pregunta Martínez.
De clase y de género
“Gran parte de la disputa política se juega en la intersección entre clase y género”. Una expresión clara de esta disputa es el crecimiento reaccionario de “la ideología de género como un cuco a combatir”. Las mujeres populares son las más captadas por este avance conservador, y tienen características comunes: mientras las mujeres de clase media son madres recién alrededor de los 30, seis de cada diez mujeres pobres lo son antes de los 18; los padres de sus hijas e hijos suelen ser mayores que ellas, no tienen acceso a los servicios de cuidados y tienen redes de apoyo débiles. Por otro lado, “las mujeres que tienen otras condiciones y que hablan del techo de cristal, si bien tienen parejas que no cuidan, pueden acceder a los servicios de cuidados, y sólo 6% son madres antes de los 18 años”.
Unión para la emancipación
Martínez cree que “cuestionar los recursos económicos puede llevar a una visión emancipadora”, pero “aliar mujeres en la economía es mucho más difícil que hacerlo en otros temas”. Acá “es donde opera la economía feminista para transformar esta realidad”. Considera que es clave razonar sobre “cómo podemos mejorar nuestra situación sin perjudicar a otras mujeres”. Las mujeres del quintil uno “están realmente complicadas para construir proyectos emancipatorios”.
Papá trabaja pero no amasa la masa
“Una cosa es que el mercado laboral se feminice y otra es que se generice. Tenemos un mercado laboral que sigue con la idea de que el trabajador ideal es un varón adulto no dependiente”; este cambio presupone alianzas “con los hombres que ocupan esos lugares y también con las mujeres jóvenes que eligieron no ser cuidadoras”.
Según la experta, en esta región la economía del cuidado “puede ser una política de igualdad o no”. “Papá trabaja, mamá amasa la masa. Cuando eso cambia, mamá trabaja y mamá amasa la masa, pero papá trabaja y no amasa la masa”. Lo que pasa cuando esta relación no cambia es que lo que cambia es la vida de las mujeres: tienen hijos más tarde, o directamente no tienen. Y la situación de cuidados se resuelve a través del acceso a servicios privados, “siendo siempre las mujeres quienes tienen que resolver esto”.
Opciones para encarar esta realidad
“Hay cinco opciones para abordar esta realidad: espaciar el cuidado, privatizarlo, masculinizarlo, que se ocupe el Estado o que se resuelva a través de trabajo doméstico precario”.
La precariedad y las mujeres cuidadoras es una realidad “profundamente latina”. En el mundo los cuidados representan 1,2% de la población económicamente activa, mientras en América Latina, 7%.
“La brecha entre América Latina y el mundo es enorme. Mientras en el mundo es 80% femenino, en nuestro continente está 100% a cargo de mujeres. 26% de estas mujeres venden su cuidado en formas precarias, mientras en el mundo sólo 7,5% lo hacen en estas condiciones”.
Martínez sugiere que “tenemos que revisar sobre quiénes repercute el problema de los cuidados”. Explica que las familias con mayores ingresos difícilmente no accedan a servicios de cuidados, mientras en los niveles más bajos el acceso es nulo, porque son ellas las que están trabajando y “cuidando a los hijos de otros”.
Una estrategia ha sido que los cuidados pasen a la órbita pública. Pero esto no ha implicado necesariamente que sea desde una “perspectiva feminista”. “Muchos actores que se ocupan de esto no son feministas. Algunos llegan a trabajar en estos temas porque están preocupados por la alta natalidad, otros porque las mujeres altamente preparadas se ausentan mucho tiempo de sus trabajos, y otros lo hacen porque ven una oportunidad de crecimiento en esto”. Para Martínez “la potencia de la agenda feminista es darle forma a esto para que no cambiemos todo para no cambiar nada”.
Uruguay ha montado un Sistema Nacional de Cuidados “que intenta tener una visión progresista” y que “altera el sistema tal como está dado”. También ha encarecido el trabajo doméstico, “convirtiéndolo en un trabajo digno”. “Hay que evitar que con la excusa de que ‘lo quiero y me quiere’ se le pague un tercio del salario mínimo a las trabajadoras que cuidan, porque los cuidados no son una cuestión de amor sino de trabajo. En este sentido, formalizar el trabajo doméstico ha sido prioritario. El salario mínimo de las trabajadoras domésticas aumentó 92%, cuando el del resto de los trabajadores aumentó 56%. También ingresaron a las negociaciones colectivas y el acceso a la protección social pasó de 20% a 60%”. Si bien esto se ha visto “como un logro de las trabajadoras domésticas”, significa en realidad “un cambio de concepción política que ha permitido cambiar la forma de ver los cuidados y las condiciones laborales de las mujeres que cuidan”. Si las tareas de cuidados no se formalizan y pasan a ser mejor remuneradas “vamos a tener un cambio cualitativo en las mujeres más formadas –que son las menos–, pero no va a cambiar nada para la mayoría de las mujeres”.
Escenarios pospatriarcales
Si un escenario pospatriarcal fuera posible “podríamos pensar en un mundo en que los varones no fueran los únicos que ejercen el poder”. Pero tal como se vienen dando los cambios, “un escenario pospatriarcal no será de igualdad entre varones y mujeres, sino de desigualdad entre mujeres”. Según Martínez, las mujeres más pobres, “con pisos pegajosos en lugar de techos de cristal”, la van a tener mucho peor porque “no solamente van a estar sometidas a los varones violentos sino que además van a perder su capital de trabajo”.
Martínez explica que “las relaciones patriarcales tienen un componente de dominación, de jerarquía entre unos y otros, en el que hay un elemento protector muy presente”.
Cuando se pierde “el elemento protector estamos en el peor de los escenarios”. Ese es actualmente el problema de muchas mujeres: los varones que las acompañan perdieron su lugar en la sociedad. “Dejaron de ser los que ponían la comida en la mesa para pasar a ser nadie”. Esta realidad, además de producir situaciones de violencia de género, hace que “estas personas sean las que se apilan en las filas neopentecostales”. Estas iglesias captan “mujeres pobres que quieren volver a tener a su macho proveedor y a hombres que quieren volver a serlo”.
Cómo se resuelve esta tensión desde el feminismo es uno de los mayores desafíos. “Es muy probable que de un lado haya mujeres feministas formadas que quieran cambiar el modelo, y que del otro lado haya mujeres explotadas anhelando volver al régimen anterior, en el que su varón las proveía. Este tema está en el centro de la tormenta y la salida puede ser muy diversa y muy estratificada”.
Empoderamiento económico y bienestar
Es preciso distinguir empoderamiento económico de bienestar: “Podemos tener empoderamiento económico pero perder bienestar, y viceversa”. Mejorar el empoderamiento, entendido como “mejorar el acceso a recursos sin perder bienestar”, es una necesidad.
También hay que diferenciar escenarios de empoderamiento. “En las mujeres de pisos pegajosos el escenario es uno, para las mujeres de techos de cristal es otro. También hay mujeres en el medio que tienen formación como las de los techos de cristal pero atraviesan las dificultades de las de los pisos pegajosos”. Un ejemplo claro de esto son las mujeres que atraviesan un divorcio. “Frente al shock del divorcio y el nuevo escenario de vida, tienen que salir de la formalización para hacerse cargo solas de los cuidados”.
Hay medidas que permitirían abordar la situación de los tres grupos de mujeres, por ejemplo reorganizar los cuidados con mayor participación masculina y estatal. “De ahí en más las mujeres se separan: las mujeres de techos de cristal están batallando la desigualdad dentro del mercado, las mujeres de pisos pegajosos apenas están tratando de entrar”.
Claves a futuro
El pensamiento colectivo es una disputa política. “El concepto de familia no puede ser un concepto del conservadurismo, tiene que ser del campo progresista. No es sólo mamá, papá y los hijos. Es necesario posicionar otros modelos de familia, con distintas interdependencias. Asumir este reto es uno de los mayores desafíos que tiene la agenda progresista por delante”.
El movimiento sindical es clave en esta disputa. “Para el sindicalismo incorporar estas cosas es muy difícil porque el concepto familiar es muy tradicional. También porque desafía las masculinidades, algunas de las cuales van a acompañar estos procesos, y otras que van a obturar este camino”.
“Las mujeres alcanzamos un determinado punto de avance. Para seguir adelante tenemos que necesariamente analizar las masculinidades, que se han posicionado, en general, a través de la fuerza, cuestión que se traduce directamente en violencia”. El Estado también debe repensar cómo se vincula con los varones, a los que “no les pide nada hasta que meten la pata y ahí se relaciona con ellos a través del punitivismo, como son los casos de presión para el pago de pensiones o el sistema penal”.
También hay una necesidad de pensar la transformación de los cuidados en los contextos de emergencia. Esto varía según los países y no hay respuestas únicas, ya que las regiones latinas son demasiado diversas. Algunos países están en plena emergencia; entender la dinámica política y social es fundamental.
Los cuidados plantean múltiples aristas. “Tenemos que discutir cómo hacemos para que los varones hagan uso de las licencias paternales. Pero en la mayoría de los países tenemos hombres dependientes, que son incluso más dependientes que los niños, que en algún momento se independizan”. El trabajo de las mujeres para los varones en dependencia es mucho mayor que el que implican las niñas, los niños y los adolescentes.
“Precisamos hombres independientes. Les estamos pidiendo que se salteen una etapa: les pedimos que dejen de ser dependientes para que sean cuidadores, cuando en realidad tenemos que pedirles primero que sean independientes, que se puedan cuidar solos”. Para esto es necesario también reconstruir las masculinidades: “Podés ser un hombre totalmente masculino y cuidar a tu bebé”. No se trata de acomodar los cuidados para que molesten menos, sino de “ponerlos en el centro”. “Tampoco es cuestión de acomodar un parto para que moleste menos en la trayectoria de vida, sino de asumirlo como algo que quiero, y asumir que tengo que compartir los cuidados con alguien, sea con un hombre o sea con el Estado”.
En todos los países hay mujeres pospatriarcales, pero no alcanza con “salvarse una”. El contexto latino a futuro será de restricciones económicas. “Difícilmente en los próximos años haya posibilidades de gasto social, por eso tenemos que apelar a la redistribución de los roles familiares para sostener la economía”. Y será necesario hacerlo desde una perspectiva feminista “para que el patriarcado no se caiga sobre las mujeres más pobres”.