Roberto Valencia. Sala Negra, El Faro.-
La historia del Trece era fascinante mucho antes del pacto de no agresión entre la Mara Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18 auspiciado por el Gobierno. Hace un año, el compañero Daniel Valencia propuso reconstruirla como tema de largo aliento para la Sala Negra, y recuerdo también que hace unos tres o cuatro meses el editor de El Faro, Saúl Vaquerano, nos sugirió que mantuviéramos siempre en el radar a este personaje.
El Trece es un pandillero, un marero, un homicida, uno de los lideres con más respeto en la MS-13 en El Salvador, si no el que más. Su nombre “real” en unas ocasiones es Saúl Antonio Turcios Ángel, en otras es Hugo Ernesto Márquez Montoya, y en otras es Omar Alexander Márquez. La mara sabe cuidar a sus líderes y con dinero no es difícil conseguir documentación falsa tan bien hecha y respaldada que hasta el Estado termine dudando de cuál es la verdadera identidad.
Según su expediente en el Sistema Informático Penitenciario –el número 20,572–, nació en Zaragoza (La Libertad) y hasta el día de su detención vivía en Santa Tecla, estudió hasta cuarto grado y en mayo de 2012 cumplirá 33 años. En la frente tiene tatuada –entre otras cosas– un gran 13, y pertenece a los Teclas Locos Salvatruchos (TLS), una de las piezas de ese rompecabezas llamado MS-13 más influyentes, respetadas y de mayor crecimiento, al punto que el Trece ha logrado fundar clicas de la TLS en Estados Unidos.
Desde mediados de la década pasada, la Policía Nacional Civil salvadoreña considera al Trece uno de los principales cabecillas de la Mara Salvatrucha. Su nombre –sus nombres– aparece en expedientes judiciales que lo presentan prácticamente como el “tesorero” de la pandilla y también como el responsable directo del Programa de La Libertad, con cerca de 40 clicas bajo su mando, incluidas las ubicadas en el triángulo Quezaltpeque-Colón-San Juan Opico, una de las zonas de mayor actividad pandilleril. Del Trece se dijo que fue enviado a campos de entrenamiento de Los Zetas en Guatemala, pero su boom mediático fue, sin duda, la fuga de las bartolinas del Centro Judicial Isidro Menéndez que protagonizó en diciembre de 2008, lo que deja entrever la cantidad de dinero e influencias que maneja. Fue recapturado nueve meses después en el municipio de Chichigalpa (Nicaragua), muy cerca de un circo ambulante, y se dice que ofreció una gran suma de dinero a los agentes que lo atraparon. Antes incluso de ser deportado desde Managua, el propio presidente de la República, Mauricio Funes, se jactó de la importancia de su detención: “Nos acabamos de enterar de que en Nicaragua fue capturado un delincuente de altos kilates, que se había fugado y que había ordenado una serie de crímenes y asesinatos en serie (…); es un regocijo porque, con la captura de este delincuente, autodenominado el Trece, estamos dando un duro golpe al crimen organizado”.
En verdad la del Trece es una historia fascinante, como la de tantos delincuentes.
En lo personal, la última vez que tuve oportunidad de conocer información de primera mano sobre él fue a finales de 2011, cuando el reporteo para una crónica me llevó en repetidas ocasiones al Centro de Inserción de Menores Sendero de Libertad. Allí entablé cierto grado de confianza con un ex de la Quezaltecos Locos Salvatruchos, una de las clicas que respondían al Trece y que, de hecho, lo acogieron en los días posteriores a la fuga. Es cierto que no todos los soldados tienen por qué conocer al detalle el organigrama de las pandillas, pero este joven fue contundente al ubicarme al Trece en la cima de la MS-13.
—Ahorita lleva todo El Salvador y a nivel de Los Ángeles –me dijo en septiembre–. O sea, si de Los Ángeles llega una orden, no se cumple sin el aval del Trece.
El Trece acumula 89 años de condena –repito: 89 años de condena– por tres procesos distintos. El 5 de febrero de 2008 lo condenaron a 46 años por homicidio agravado y agrupaciones ilícitas. Siguió delinquiendo desde el centro penal de máxima seguridad de Zacatecoluca (Zacatraz) y el 27 de mayo de 2010 le cayeron otros 40 años, también por homicidio agravado y agrupaciones ilícitas. El 18 de octubre de 2010 le sumaron tres años más por la fuga. El Trece llegó a Zacatraz el 10 de octubre de 2006, y hasta mediados de 2016 no cumpliría en ese centro penal el 10% de su condena, la excusa que el Gobierno se inventó para justificar el grueso de los traslados. Tampoco tiene problemas de salud, por lo que su inclusión en la treintena de pandilleros movidos a cárceles más benévolas es un tácito reconocimiento gubernamental del Trece como uno de los principales cabecillas de la MS-13.
La situación es tan kafkiana –y deja tan mal parada la versión oficial– que en Zacatraz continúan encerrados varios emeeses que hace años cumplieron el 10% de su condena en el centro de máxima seguridad, pero que no se han beneficiado del “humanismo” que supuestamente ahora rige la política seguridad pública. Un ejemplo: Manuel de Jesús Alemán Ayala, alias Chacua, pandillero activo de la MS-13 condenado a 12 años por homicidio simple y que ha pasado más del 30% de ese tiempo en Zacatraz. Otro ejemplo, más descarado si cabe: Óscar Omar Escobar Castillo, alias Chucho, pandillero también de la misma pandilla que el Trece pero condenado a 6 años por Agrupaciones ilícitas, y que ha pasado casi el 60% de ese tiempo en Zacatraz.
Ni el Chacua ni el Chucho son cabecillas. El Trece sí. Por cierto: ni siquiera el tan renombrado Sirra, al que la propia pandilla ha dado la vocería ante los medios de comunicación, tiene en realidad mucho peso. La MS-13 así es. Prefiere tapar sus gallos.
¿A dónde quiero llegar en esta bitácora? Pues a que basta tener unos conocimientos mínimos sobre las pandillas y aplicar el sentido común para concluir inexorablemente que el Gobierno no nos está contando toda la verdad. Y eso debería preocupar. Resulta ofensivo escuchar las cantinflescas explicaciones oficiales con las que han justificado el traslado de los líderes primero, o el retiro de la Fuerza Armada de las cárceles después. La consecuencia de esas concesiones es que hoy el Trece, el Diablito de la Hollywood o la Rata de la Leeward son hoy más poderosos en la MS-13 que lo que lo eran hace seis meses. Y con el Barrio 18 es aún más acentuado el efecto centralizador que está teniendo la tregua, al punto que ya se habla de la reunificación de sus dos facciones: Sureños y Revolucionarios.
Si no fuera este un tema tan serio, en el que los salvadoreños tenemos tanto en juego, quizá hasta resultaría gracioso.
Pero lo peor es que, al margen de los discursitos oficiales, cuando uno escucha lo que ya se está diciendo en las calles, en las comunidades, entre las gente más conocedora y cercana al submundo de las pandillas –pero sin agenda política o personal–, todo indica que esto va a reventar por el lado más feo. Consciente o inconscientemente, el Gobierno ha centralizado y fortalecido la estructura de mando de las dos pandillas, y no deja de ser preocupante pensar que los mismos que activaron esta bomba sean los que a la postre tendrán que desactivarla.
Por de pronto, ya parece haber comenzado la campaña para presentar como saboteadores del proceso a quienes simplemente desconfiamos de la versión oficial.
Foto: El Faro
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