Por María Caraballo*
En la lectura ciberfeminista de toda innovación o avance tecnológico nunca los beneficios son neutrales. ¿Cómo opera el control y la vigilancia en automóviles con GPS? ¿Qué influencia tienen en nuestras vidas y conductas las tecnologías como éstas? ¿Cómo operan sobre nosotras?
Los años 70’s son conocidos como el punto de partida de la era digital, donde surgieron los software y la electrónica. Pero es recién en los 80’s donde la convergencia de la electrónica, la informática y las telecomunicaciones posibilitó la interconexión entre redes y aparecieron las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), como un nuevo componente más en la economía mundial.
La revolución atravesó el entramado social y alcanzó una popularidad altísima en todos los sectores: lograron intervenir en la vida humana y sus conductas, cambiando nuestros hábitos de vida en sociedad y las relaciones laborales, interpersonales y amorosas.
Las TIC se basan en la generación de procesos relacionados con la transmisión, procesamiento, almacenamiento y divulgación de la información, en su mayor medida por medio de software, los que podemos encontrar en dispositivos que utilizamos diariamente tales como: celulares, tablets, notebooks, autos, entre otros.
En las sociedades el avance tecnológico es tan rápido que se torna dificultoso pensar en las consecuencias de cada progreso, toda vez que se encuentran atados a las necesidades del mercado y el sistema capitalista que necesita producir nuevas, mejores y más cosas, en el menor tiempo posible. Estos cambios y su velocidad se encuentran totalmente distanciados de la posibilidad de discusión estatal o ciudadana respecto de ellos. De hecho, hoy en día el debate que mantiene la comunidad internacional se limita -aún- a intentar entender si es necesario una reglamentación para las TIC, o si es contraproducente y aquellas deben guiarse por sus propias reglas.
Somos conscientes de que los avances tecnológicos utilizados correctamente achican la brecha de desigualdad en la obtención de determinados servicios, o incluso permiten simplificar tareas. Pero también tiene su impacto negativo: un gran ejemplo de esto son los GPS en los autos.
Yo me crié en la época en que los autos tenían dirección mecánica. Ver cambios automáticos, airbags, bluetooth, frenos AVS, dirección hidráulica, pantalla para estacionar, controles en el volante, y como si fuera poco el GPS que te lleva a donde quieras, cuando quieras, era impensable.
Y ahí mi click mental: entonces, con este tipo de tecnologías cualquier persona que tenga acceso al sistema de navegación podría saber dónde estás, o dónde fuiste. ¿Cómo juega esto con el control y vigilancia sobre nuestros cuerpos? (especialmente sobre los femeninos).
Con este tipo de tecnologías cualquier persona que tenga acceso al sistema de navegación podría saber dónde estás, o dónde fuiste. ¿Cómo juega esto con el control y vigilancia sobre nuestros cuerpos? (especialmente sobre los femeninos).
Los GPS o Global Positioning System son sistemas de navegación y localización mediante satélites que permiten ubicar geográficamente con precisión un dispositivo en cualquier lugar del mundo, con una precisión del 95%. El sistema GPS está compuesto por 24 satélites que están en órbita a unos 20.200 km de la Tierra con trayectorias sincronizadas para cubrir toda la superficie terrestre.
Cuando nos compramos un auto, en la mayoría de los casos buscamos que tengan GPS ya que podemos contar con la localización inmediata del auto, ubicar rutas accesibles, acceder a recomendaciones de caminos a tomar, guardar traslados frecuentes, compartir la ubicación e incluso seguir el vehículo con otros dispositivos compatibles.
Hoy en día la mayoría de los autos nuevos tienen GPS instalados, pero también existen los dispositivos de GPS para carros portátiles, que cumplen las mismas funciones.
Como vemos en todas las publicidades tener un 0km es símbolo de virilidad, de macho. ¿A quién no se le viene a la cabeza el varón en auto espectacular, manejando por las montañas de algún lugar hermoso en el mundo, subiendo a una mujer que se le acerca por el auto que tiene?
La necesidad cultural de la posesión (de cualquier cosa) por el varón no sólo tiene que ver con el auto, sino también con las mujeres: ejercer su poder frente a ella pero para demostrar a sus compañeros, a su corporación de machos.
En definitiva el ejercicio de la violencia de género, como dice la antropóloga Rita Segato, “tiene dos aristas: una vertical, frente a la mujer, la víctima; otra horizontal, frente sus pares, los varones”.
La violencia no alcanza tan sólo al hecho de considerar a la hermosa mujer como una cosa de la cual se puede adueñar, sino que a su vez debe demostrar a los demás que es “suya”.
Frente a esa posición de poder que detentan los varones, podemos observar, como dice Julieta Luceri, directora ejecutiva de “Fundación Activismo Feminista Digital”, dos acciones que motivan su comportamiento: “ vigilar y controlar”.
“Si bien estos conceptos tienen notas características comunes que implican la atenta observancia e inspección sobre terceras personas, podemos distinguir en primer lugar una faz estática en la vigilancia, de mera observación, y una faz dinámica en el control, de delimitación, intervención y dominio sobre estas”.
Lo importante de transmitir no es la preocupación por la adquisición de parte de varones de esta tecnología innovadora, sino de poner en conocimiento de esta situación a aquellas mujeres que pueden resultar usuarias: todas somos pasibles a la vez de la vigilancia y el control no sólo del sistema, sino también de eventuales agresores. Cualquiera puede entramar sutilmente un seguimiento de su víctima, propio de la violencia y el control machista, sin siquiera dar cuenta de ello. El desconocimiento del hecho genera impunidad.
A medida que pasa el tiempo, los vehículos acompañan el desarrollo tecnológico y se van aggiornando conforme los adelantos científicos y técnicos mundiales. Así, se desarrollan sistemas de uso, internos, sin precedentes. Pero nunca dejan de ajustarse a los estereotipos patriarcales, desde el momento en que históricamente el auto es un bien de uso que se asocia al varón. De hecho, los manuales e instrucciones llaman a la lectura de “los clientes” y “el propietario”.
El doble juego que supone el “refuerzo de los estereotipos de género” por un lado, y la “vigilancia y control”, por el otro, torna a los productos y servicios en la Era de la Información, tan sexistas como siempre. Se actualiza la cultura tecnológica y el consumo capitalista pero sin corromper las estructuras desiguales de poder, sino afirmándolas.
Se actualiza la cultura tecnológica y el consumo capitalista pero sin corromper las estructuras desiguales de poder, sino afirmándolas.
Llamar a la reflexión consciente respecto del uso de estos recursos es un paradigma ciberfeminista ya que no deja de ser una forma fenomenal del sistema machista para mantener su status quo (la distribución de poder asignada en sociedades patriarcales) el invisibilizar sus métodos y pretender que no existe.
Los riesgos son tan variados como sus beneficios y poco podemos hacer para evitarlos ya que los automóviles están constantemente transmitiendo datos potencialmente sensibles a través de la red incluso estando apagados tal y como sucede con los dispositivos móviles. Podríamos adquirir gadgets para eliminar registros que genera y guarda un GPS que se conectan al mechero o intentar una solución más casera para engañar al sistema: envolver en aluminio el receptor y los cables para bloquear la señal a modo de jaula de Faraday. Pero el debate es mucho más profundo e independiente de las medidas que podemos arbitrar como usuarias y gira en torno a la obligación del Estado a garantizar la protección de nuestros datos personales. Aún cuando contamos en esta materia con una legislación vetusta, abrimos un nuevo interrogante sobre si nuestra localización debiera considerarse como dato sensible. Ni un paso atrás en el resguardo de nuestra privacidad, ni frente al capitalismo salvaje ni frente a nuestros agresores.
El debate es mucho más profundo e independiente de las medidas que podemos arbitrar como usuarias y gira en torno a la obligación del Estado a garantizar la protección de nuestros datos personales.
Hablar de las tecnologías con perspectiva de género también es una forma de sacar de la esfera privada al sistema tecno-machista para ponerlo en jaque y discutirlo en el ámbito público.
Como mujeres debemos perderle el temor reverencial a las tecnologías. Debemos involucrarnos y romper con la manda de que “lo tecnológico” queda reservado para los varones. Deconstruirnos también como usuarias tecnológicas y cuestionar nuestra vinculación con las TIC nos conduce al empoderamiento digital y, por ende, a la autodeterminación informática.
*Fundación Activismo Feminista Digital