Mariana Contreras. Semanario Brecha, Montevideo (Fragmento)
No trascendió a qué hora, aunque seguro la noche todavía rondaba el parque Roosevelt el 10 de marzo, cuando a Gabriela la ejecutaron de dos balazos que le destrozaron el cráneo, antes de abandonarla semidesnuda en la oscuridad que siempre la había cobijado. La luz no es amiga de las trans. Las deja en evidencia, las expone a las miradas burlonas y prejuiciosas; descubre la risa, el índice ajeno que les señala la sombra de barba vergonzante.
Cuando la Policía la encontró esa mañana, Gabriela tenía consigo sus pertenencias, entre ellas el dinero que llevaba encima cuando la mataron. No fue robo. No se sabe por qué fue en realidad, aunque entre algunas compañeras circula la versión de que días antes de morir Gabriela prestó declaración en la investigación sobre el asesinato de la “Brasilera”, una compañera que al igual que ella ejercía la prostitución en la vuelta del Roosevelt y que el parque se tragó apenas una semana antes. La encontraron viva, con cinco balazos en el cuerpo, y la trasladaron a un hospital. Según la misma versión, la Brasilera le llegó a decir a la Policía que conocía a su agresor pero que no daría el nombre porque la venganza correría por su cuenta. Pero murió, y ahora quienes las conocieron suponen que Gabriela también sabía, o que el asesino pudo sospechar, fantasear que sabía, y que por eso encontró su fin.Los hechos apenas fueron registrados por la prensa. Pero en ese “apenas” cupo un mundo de prejuicio que el colectivo Ovejas Negras señaló en un comunicado: varios medios utilizaron en sus notas “un nombre masculino para referirse a una persona que claramente tenía una identidad de género femenina”, lo hicieron a pesar de que la ley ampara el derecho de las personas a ser llamadas públicamente por “la identidad de género y el sexo que sienten como propios”. Señalaron también la diferencia en el trato con otros crímenes: los medios no conjeturaron sobre posibles causas, ni contactaron amigos o familiares, entre otras diferencias. Y finalizaron preguntando: “¿Es que una persona trans ‘no califica’ en Uruguay como ser humano cuyo nombre propio merecemos saber y cuyo asesinato debe aclararse rápidamente? ¿Qué lleva a la prensa a dedicar abundantes líneas y minutos con informes detallados sobre los crímenes que toman la vida de una persona en Uruguay, salvo cuando esta persona resulta ser una mujer, trans, pobre y que ejerce el comercio sexual?”. La tinta no había secado cuando una tercera víctima, esta vez en Cerro Largo, fue hallada muerta este martes. En un aljibe, con visibles signos de violencia, Pamela, de 26 años, fue encontrada tras ocho días de desaparición.
¿Quiénes son? Poco es lo que se conoce en Uruguay sobre la vida de las personas trans. El Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar) tiene en curso una investigación financiada por la csic que pretende estimar el número de población, y saber cómo se entretejen con la identidad de género y sexual aspectos como los vínculos familiares, laborales y educativos.
Aunque falta para tener datos ciertos, sí hay una cosa clara, y es que el alto nivel de discriminación al que son sometidas en particular desde la adolescencia, expulsa –sobre todo a las mujeres– hacia la prostitución. Son muy pocas las que logran salir de ese círculo, o no entrar siquiera. Y para ello juega un papel fundamental el vínculo familiar, la capacidad que esos afectos tengan de combatir el discurso transfóbico que impregna a la sociedad. Aquí, una primera observación: las mujeres trans suelen quedar más desguarnecidas que los hombres de esa protección. Es que, en la subversión del “orden establecido” (los trans demuestran que a tal anatomía no necesariamente corresponde tal identidad de género), también hay escalas, también se repiten patrones de género: “A un padre le hace menos ruido –interpreta el profesor Diego Sempol, integrante de Ovejas Negras– que una hija se rotule como hombre que un hijo se reconozca mujer”. Cuando “ellas” asumen su identidad masculina, los padres pueden “a pesar de todo” aceptar y querer a esa hija con pretensiones masculinas. Por cierto que eso no las salva de la discriminación y del alejamiento del espacio público; pero si por el contrario son “ellos” quienes deciden “disfrazarse” (en la concepción heterosexual) de mujer, es cuando el vínculo termina de romperse y las más de las veces son expulsadas del seno familiar. Atados a esa ruptura –que suele darse en la adolescencia– está el abandono de los estudios y la incursión en la calle, antesala, la mayoría de los casos, de la prostitución.
“Desde su sentido común, pero también desde el sentido común de la sociedad”, la prostitución es el “lugar” asignado a las trans, dijo a Brecha el coordinador de la investigación, el sociólogo Carlos Muñoz. No buscan otra forma de ingreso, pero consideran –con bastante razón– que si lo hicieran tampoco la encontrarían. ¿Por qué los uruguayos habrían de integrarlas, si son ellos mismos quienes se encargan de empujarlas hacia el borde de la sociedad? A su vez la prostitución –que, para el caso de las personas trans, Muñoz considera que no puede denominarse trabajo– se ve reforzada por otra realidad: es allí donde construyen su propio espacio, donde mejor pueden dramatizar su ser mujer, donde pueden ser tratadas como tales; aun en medio del entorno violento con el que conviven.
La investigación planea llegar a las 300 entrevistas, de las que ya se han hecho 100. De ellas, muy poquitas están por fuera del circuito de prostitución. Alguien que cocina y vende lo producido en las ferias, alguna que consiguió un empleo público… La mayoría permanece, sin vínculo entre ellas, elaborando estrategias individuales para salir adelante. Las pocas experiencias colectivas que intentaron emprendimientos para salir de la prostitución fracasaron. Dos cooperativas trans de packaging que funcionaron años atrás, culminaron apenas cesó el subsidio que las hizo nacer, algo que parece lógico cuando se piensa que la violencia –real y simbólica– a la que se las somete desde temprano no da tiempo al desarrollo de habilidades sociales que faciliten el trabajo en grupo, ni siquiera permite generar una cultura de trabajo; apenas hay espacio para protegerse de los ataques por todos los flancos. Si a eso se suma que el miniemprendimiento necesita que la contraparte supere la transfobia, es muy difícil el éxito, razona Sempol.
Así, apartadas del mundo pero recluidas en la calle, las trans generan una cultura propia. Su propio vocabulario, sus propias pautas, cargadas de la violencia expresada en ser llamadas por su nombre masculino (o femenino, según el caso) en los centros de salud, o durante cualquier trámite, ante los ojos y oídos del público; la violencia de ser discriminadas por los propios discriminados (por ejemplo, las personas trans suelen tener vedada la entrada a boliches gays con el argumento de que quienes “vienen tras ellas” son el problema y espantan a los habitués del lugar), las miradas e insultos en las calles y la peor de todas: el rechazo familiar. Así construyen su mundo, donde lo importante cobra nuevos significados: una baldosa floja en la vereda donde trabajan puede salvarles la vida o evitarles un mal rato, la inteligencia de hablar con los conductores desde la ventanilla del acompañante –adonde los cuchillos no llegan–, también.
Cuerpos torturables “No tienen legitimidad en tanto víctimas”, coinciden los investigadores al referirse al porqué de la indiferencia social. Su situación no genera empatía, y a pesar de que son más vulnerables que casi cualquier grupo social, se los suele ver como alguien/algo que merece “ser limpiado”. En todo caso, son “víctimas culturales”, dice Sempol, porque la perspectiva cultural en la que se construye ese concepto las invisibiliza. Como durante estas semanas aquí en Uruguay, donde a nadie llamó la atención ninguna de las muertes.
Sempol, que trabaja en su tesis doctoral sobre la acción colectiva y la violencia estatal en los contextos de las transiciones democráticas en Argentina y Uruguay, habla del autoritarismo moral –además del político– que imperó durante los años de dictadura, y que tuvo a las personas trans como un grupo especialmente violentado. Fueron detenidas, secuestradas, torturadas con los mismos métodos que los disidentes políticos. “Y como las tenían identificadas, a veces iban a buscarlas a la pensión. Cuando la comisaría quería hacerse una ‘fiestita’ levantaban dos o tres trans y las tenían una semana obligándolas a tener relaciones sexuales en forma violenta”, narró el investigador en una anterior nota publicada en Brecha (11-II-11). Y si, finalizado el período, los grupos que denunciaban los delitos políticos fueron obteniendo una creciente legitimidad para ocupar el espacio público, no sucedió lo mismo en estos casos, completa ahora Sempol. En la narración del pasado reciente que hacen las víctimas permanece ausente el relato de las trans. Tan en la oscuridad como ellas, con el agravante de que la violencia no cesó con la reapertura democrática. A las razias de los ochenta le siguió la violencia cotidiana que perdura hasta hoy.
¿Hay algo/alguien más abajo en la escala social que una persona trans? “Creo que en términos de desprecio e indiferencia social los trans son lo más bajo”, respondió Sempol. Quizá en ese sentir colectivo esté la clave para entender por qué hoy para los trans no parece haber salida.
Cambiemos. Desde que comenzó a trabajar en junio de 2011, la comisión encargada de entrevistar a las personas que pretenden hacer el cambio de nombre y sexo registral concretó 40 entrevistas y envió los respectivos informes al juez. Sus integrantes, la asistente social Andrea Tuana y la psicóloga Elsa Durán, son las encargadas de los informes sobre los que la justicia basará su decisión para acceder o no al cambio. Por ahora ningún caso ha sido negado (de los 40 han finalizado el trámite cinco o seis). Tuana dijo a Brecha que si bien en un principio pensaron que se verían desbordadas por el trabajo, lo cierto es que las solicitudes son pocas y que la gente parece desconocer la ley y el mecanismo para acceder a la comisión. Hoy no hay ningún pedido procesándose y se estudia la posibilidad de que la comisión pueda trasladarse al Interior para, considerando las dificultades económicas del universo trans, facilitar los trámites.
Gloria Álvez, presidenta de la Asociación Trans del Uruguay: Ser trans en Uruguay
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