“Yo paso como mujer”. Entre nosotras mismas se repite seguido esa frase. Te la dicen algunas compañeras que pretenden humillarte y menospreciarte. Detrás se vienen otras violencias: “¡Yo tengo tetas y vos no!”, “a mí me llevan de la mano por la calle”, “yo tengo cara de mujer y vos de hombre”. Y te lo dicen desde la total convicción de sentir y creer que ser visiblemente trava es una deshonra, un castigo, casi una maldición. Como si esa ficción de pasar como “mujer” te asegurase el derecho al “amor”, a una vida libre de violencias. Como si parecer fuera ser.
Entonces yo me pregunto una y otra vez: quienes no parecemos ni queremos parecer ¿debemos ser despreciadas? Porque ya demasiado nos desprecia la heteronormatividad que nos excluye, ya suficiente tenemos con esta sociedad travesticida.
¿Hasta cuándo vamos a naturalizar esta imposición del parecer? ¿Cuánto más deberemos atrofiar nuestro pene para que no se note, cuánto aceite más deberá pudrir nuestros cuerpos, cuánto estrógeno más debemos ingerir para parecer? ¿Hasta cuándo deberemos anular el deseo de SER? De ser sin opresiones, imposiciones.
La casa de Lohana y Diana, en el corazón de La Matanza
Cuando le preguntás a una compañera por qué quiere empezar a suministrarse hormonas la respuesta es siempre la misma: para no tener barba, para tener tetas, para tener voz de “mujer”, para tener la piel “como una mujer”. Y el remate siempre suele ser “quiero parecer una mujer”. Todos argumentos claramente respetables ya que la identidad de género tiene que ver con la vivencia interna del género como cada quien la sienta. Cuánta presión ¿no? Tenemos que parecer, siempre parecer. ¿Importa realmente lo que sentimos?
Cuando dicen “quiero parecer una mujer” ¿de qué mujer están hablando? ¿Hablan de parecerse a sus madres, hermanas, vecinas? ¿Hablan de las mujeres gordas, bajas, altas? ¿Quieren parecer cualquier tipo de mujer o quieren parecerse a esa mujer que nos muestran los medios hegemónicos de comunicación, las revistas, las películas pornográficas? Podría arriesgarme y responder que casi todas las travas queremos parecernos a ese modelo de mujer estereotipada y que para pretender llegar a ese modelo recurrimos a todo tipo de intervenciones que ponen constantemente en riesgo nuestras vidas empezando con las hormonas, pasando por el aceite de avión y terminando con alguno de estos cirujanos carniceros que nos operan en la total clandestinidad.
Alcanzar esos estereotipos fascistas y mercantilistas de belleza nos llevan a lo que denominamos travesticidio social. La aplicación de aceites industriales y las cirugías clandestinas siguen siendo hoy la segunda causa de muerte dentro de nuestra comunidad a pesar de tener el artículo 11 de la Ley de identidad de género (26.743) que incluye el acceso integral a la salud, artículo que no se cumple como debería.
En momentos donde aparentemente se dieran avances en algunas sociedades con esta llamada revolución de los géneros parece que las feminidades travestis trans seguimos fuertemente atadas a los estereotipos corporales que tanto daño nos causan. No sólo las sociedades esperan de nosotras determinados parámetros de belleza, sino que nos obligan a tratar de llegar a ellos y esto se arraiga profundamente entre nosotras obligándonos a seguir su estética hegemónica. ¿Qué sucede cuando una travesti no cumple con esos parámetros? ¿Qué se nos juega a la hora de querer ser? ¿Cómo nos tratan cuando no parecemos eso que deberíamos parecer? Un sinfín de preguntas se me vienen a la cabeza en este momento ya pudiendo pararme ante el mundo y decir soy travesti, ojo, sin nada resuelto.
Con Lohana Berkins, su amiga y referente de lucha
¿Podemos hacer el ejercicio de pensar en una niñez, adolescencia o adultez que esté atravesando la complejidad del definir su identidad en un mundo binario y heteronormativo donde nos quieren hacer encajar como hombres o mujeres? Y hablo de lo complejo no porque el ser travesti o trans sea lo complejo, sino por cómo todo el entorno nos pone obstáculos para vivir plenamente, libremente nuestras identidades.
Es difícil romper con toda esa carga generacional que sigue sosteniendo estereotipos de corporalidad al que muchas no llegaremos y al que a otras no nos interesa llegar. ¿Cuál es el mensaje que queremos dejarles a las nuevas generaciones de travitas?
En primer grado, con la señorita Marta
Es tiempo de empezar a deconstruir toda la fantasía que se genera entorno a la industria farmacológica y la medicalización a través de los tratamientos hormonales donde hoy somos las conejillas experimentales, donde las niñeces travas y otras piensan en la hormonización como salvavidas, se crean, te crean expectativas sin contarte el lado negativo que esos tratamientos provocan en nuestras cuerpas, así sean llevados adelante por los médicos “amigables”.
Vacaciones en Mar de Ajó con su abuela, a los 11 años
Rompamos con el travestrómetro, rebelémonos a la colonización corporal. El ser travesti no invalida a otras identidades, el SER travesti no está determinado terminológicamente de acuerdo a una definición del diccionario. Tampoco existe una diferenciación específica de mujeres trans. Simplemente definirse travesti es una posición política y nuestras cuerpas son políticas con toda su connotación disidente, combativa y reivindicativa de nuestra propia historia como comunidad. Para muchas de nosotras no hay una definición acabada de qué es ser travesti como creo tampoco la hay de ninguna otra identidad. O acaso ¿todo hombre es igual a otro? ¿Toda mujer es igual a otra? Entonces ¿por qué deberíamos ser todas nosotras iguales o definirnos iguales?
Flor a los 16 años, tuneada de marica para la foto del DNI
La identidad travesti ha sido y sigue siendo controversial y estigmatizada incluso entre nosotras mismas (quienes se definen como mujeres trans, trans, transgénero). Y sigue estando relacionada al discurso de “un hombre vestido de mujer”. Como si la identidad de las personas se rigiera por la vestimenta ¿no? O acaso si yo mañana me pusiera un traje con corbata o simplemente me desnudaría dejaría de ser Florencia, travesti.
Trato de comprender esas frases que lastiman, presionan y normalizan lo que la sociedad heteronormativa nos quiere imponer. Cuerpos válidos e inválidos, deseos visibles y otros clandestinos. Y confirmo el orgullo de ser trava, maravillosa y visiblemente trava, portando esta corporalidad que incomoda a la mirada gordofóbica y rechazando toda norma que establezca límites a nuestras libertades.