El Nueva York de Fellig es el Nueva York de los años treinta y cuarenta, una ciudad marcada por las huellas de la depresión: la ciudad de los desocupados, los mendigos, las prostitutas de lujo y las miserables, la de las guerras de bandas de gángsters y la gente hermosa. Usher H. Fellig -cuyo apodo era Weegee- fue siempre el testigo ocular, el ojo público y crítico presente siempre donde estaban las fotografías que el se encargaría de capturar con su cámara.
Weegee tituló su primera exposición, realizada en la Photo League de Nueva York en 1941, de esta forma tan contundente y sincera: “Murder is my business” (EI asesinato es mi negocio). Aunque hizo fotografías de muy diversa índole, retratando todas las caras posibles de la Norteamérica que conoció, Fellig ha pasado a la posteridad por sus realistas instantáneas de cadáveres, asesinos y policías, personajes ideales para un recorrido sencillo y didáctico sobre el asfalto nocturno que Weegee recorrió fundiendo el reportaje y la crónica de la inmediatez con el arte visual y la poética cruda.
Usher H. Fellig nació el 12 de junio de 1899 en la localidad austríaca de Zioczew, poco después integrada a Polonia.
Llegó a Nueva York en 1910, con sus padres y hermanos. Se instaló en el Lower East Side y no tardó en cambiar su nombre de pila: Usher se metamorfoseó en Arthur. Dos décadas después, cuando ya se ganaba la vida captando para los periódicos neoyorquinos imágenes de incendios o detenciones, Arthur H. Fellig se había difuminado en la espiral austríaca del tiempo y todo el mundo le conocía por el escueto y original apodo de Weegee. Como cualquier emigrado centroeuropeo buscando su lugar en la tierra de las grandes oportunidades, Fellig, por una mera cuestión de supervivencia, fue vendedor callejero y plomero. Tuvo su primer contacto con la fotografía hacia 1924, en la tienda de un fotógrafo que le hacía retratar niños en la calle. También se inició entonces en el cine, una de sus grandes debilidades: cuentan sus biógrafos que tocaba el violín en las proyecciones de películas mudas.
La agencia periodística “Acme News” resultó fundamental para el estilo posterior de Fellig, de la misma forma que las labores como reportero periodístico del director cinematográfico Samuel Fuller (1912-1997) influirían después en su cine directo, seco y cortante. Empezó en Acme como técnico de laboratorio y terminó haciendo reportajes gráficos de sucesos nocturnos. Languidecía el año 1950. Se compró su primera cámara fotográfica, una Speed Graphic 4×5 con flash, y se convirtió en uno de los más cotizados fotógrafos “freelance” del momento. Su primera jugada maestra fue mantener una cordial relación con la jefatura central de policía de Manhattan, desde donde le avisaban siempre del lugar en el que se había cometido un crimen o de las redadas y las detenciones. El resultado fue que siempre colocaba antes que nadie sus fotografías en las primeras ediciones de los periódicos. Su segunda jugada maestra consistió en conseguir un permiso para equipar su auto con una radio policial, con lo que a veces llegaba al lugar del crimen antes que la mismísima policía. Esto ocurría en 1958, al inicio de la época dorada de Weegee.
Tuvo más de cinco mil fotografías publicadas y colaboró regularmente con las agencias “Associated Press”, “Acme Pictures” y “World Wide Photos”, así como con los diarios “Herald Tribune”, “Post”, “Daily News” y “Sun”, entre otros. Tenía el mundo de la noche en sus manos. Instantáneas en blanco y negro, de marcado carácter expresionista, captando el gesto preciso de víctimas y verdugos y fundiéndolo con maestría en el entorno. Para Weegee, un incendio se explicaba mejor con una fotografía de dos mujeres llorando junto a un camión de bomberos (una de sus fotos más impresionantes, realizada durante un incendio en Harlem en 1942), que captando las llamas, el humo y el hormigón calcinado. Era su ojo, el ojo público. Le gustaba trabajar con luces artificiales, congelar la expresión con el estallido del flash, iluminar un poco más de la cuenta los objetos y las personas y saturar de negro los fondos. Tenía un nombre para su propio estilo de ver y captar: lo llamaba la luz Rembrandt. Fellig retrató incendios, accidentes automovilísticos y siniestros varios, vagabundos, cadáveres en el asfalto, asesinos de policías, detenidos, careos de testigos, borrachos, el interior de las cárceles, somnolientos repartidores de periódicos; toda la fauna diversa de la vida nocturna, con especial predilección por prostitutas, travestis, stripteasers, concurrentes asiduos a los tugurios y clientes de clubes distinguidos; multitudes joviales e individualidades aisladas en la playa de Coney Island en el verano; público en el cine, buscando el gesto y la mirada fascinados por el celuloide, niños jugando, parejas amándose, soldados adormilados. También retrató las mil y una caras de Hollywood, inmortalizando a Marilyn Monroe, Judy Garland, Marlene Dietrich, Clark Gable, Leslie Caron o la inefable Hedda Hopper. Tentó a músicos, escritores y pintores para que posaran frente a su objetivo: Benny Goodman, Louis Armstrong, Frank Sinatra, Dylan Thomas, Salvador Dali y Andy Warhol fueron algunos de los que cedieron a la tentación. Y sedujo a unos cuantos políticos para una serie de retratos caricaturescos: Nixon, Kennedy, De Gaulle…
En los últimos años parece ser que Fellig se ha vuelto a poner de moda, si es que alguna vez ha dejado de estarlo. John Zorn, el saxofonista puntero de la actual escena vanguardista neoyorquina, creó en 1990 el grupo Naked City (Ciudad Desnuda), nombre tomado del primer libro de fotografías de Fellig, publicado en 1945, y también de la película negra que Jules Dassin (1911-2008) realizara tres años después. La portada del primer disco de Naked City es, justamente, una de las brutales instantáneas de Weegee: “Corpse with revolver” (Cadáver con revólver). También es suya otra portada discográfica, la del homenaje a Leonard Cohen “I’m your fan”: un grupo de niños del Lower East Side refrescándose con el agua de una boca de incendios, retrato que tituló “Summer comfort” (Comodidad veraniega).
También el cine se acercó, aunque de incógnito, a la vida y obra de Fellig. “The public eye” (El ojo publico) de 1992, una película producida por Robert Zemeckis y dirigida por Howard Franklin, se centra en las andanzas de un reportero fotográfico a principios de los años cuarenta, interpretado por Joe Pesci. Hay una indisimulada similitud en la vestimenta, en la forma de actuar, hasta fotos tomadas prestadas de Weegee y de otros cronistas gráficos de la época. Sin embargo, en los créditos de la película no aparece para nada su nombre, posiblemente silenciado para no tener que pagar algún que otro incomodo derecho de autor. Hasta el automóvil de Pesci es igual al de Fellig: “Me compré un Chevrolet nuevo, rutilante, modelo 1958, marrón. Se convirtió en mi casa. Era un dos plazas, con una parte trasera especial. Instalé un botiquín de primeros auxilios, bombillas para el flash, mi provisión de placas, una máquina de escribir, botas de bombero, cajas de puros, salamines, película infrarroja para fotografiar en la oscuridad, uniformes, disfraces, ropa interior de recambio y un buen lote de zapatos y medias”, escribió Fellig en su autobiografía. Afortunadamente el cine miró a Fellig, ya que él, en vida, contempló con fruición al cine. Apareció en diversas películas de los cincuenta, colaboró en algunas realizaciones en calidad de asesor de efectos especiales, realizó media decena de películas en 16 mm y consagró uno de sus libros, “Naked Hollywood” (Hollywood al desnudo) de 1955, a los máximos representantes de la meca del cine. Murió en Nueva York, el 26 de diciembre de 1968. Tres décadas antes había formulado la estética de la inmediatez.
Las noches de Weegee, fueron noches de jazz, cadáveres con revólveres, zapatos atropellados, muslos de prostitutas, arrugas anónimas, ombligos de cabaret, gordos de verano durmiendo en escaleras de incendios, ancianos con sombrero y senos de adolescentes. Hoy ya casi no quedan reporteros gráficos de la calidad de Fellig, no porque la noche actual este dormida o la delincuencia coseche menos miedos y muertos, sino porque actualmente, nadie quiere ser cronista de su tiempo. Parece ser que ahora todos los que manejan cámaras fotográficas quieren ser artistas, noble ambición tan frecuente como inútil. Si los fabricantes de cámaras fotográficas dijesen la verdad -que las fotografías no se hacen o se toman, sino que se ven antes de apuntar- muchos supuestos artistas tendrían que hacer dos cosas: abandonar urgentemente sus exquisitas teorías y retirar al mismo tiempo su ojo del visor. Felices, pues, todos aquellos que presumen de sensibilidades diversas. Que puedan durante muchos años seguir acumulando supuestos prestigios. Que sigan posando etéreos junto a sus obras de arte expuestas, celebradas, cotizadas y, por supuesto, prologadas, porque escrito está que nadie sin catalogo alcanzará la inmortalidad. Ellos tienen todo el derecho a creerse artistas, pero la fotografía, sin embargo, es otra cosa. La fotografía es eso que salta a la vista pero que sólo el verdadero fotógrafo ve. Uno de ellos fue y sigue siéndolo Arthur Fellig, Weegee para la posteridad.
(texto del blog “El jinete insonme”)
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