Foto: Ojo en colectivo
Effy Beth se apoyó en el arte performático para construir su afirmación identitaria transexual. Estudió cine, artes, guión, escribió, pintó y realizó intervenciones públicas disruptivas frente al binomio heterosexual, donde la fórmula obra/espectador se disputaba y la comodidad no era lo corriente. Pasó su infancia en Israel y vivió hasta su muerte, a los 25 años, en Buenos Aires, lugar en el que se centraron sus performances y reclamos, que fueron compartidos en varias partes del mundo.
“Artista conceptual, performática y feminista queer”, se dijo Effy. A lo largo de sus producciones se puede ver una y otra vez el paso al acto, casi sin filtro, de una obra chocante, donde la literalidad de los sentidos es excusa para dar respuestas muchas veces incómodas. Entonces, la vemos en una habitación llena de globos para decir que se siente asfixiada, mezclando su menstruación de mujer trans con cera y depilándose, cortándose los brazos, raspándose la panza, corriendo desnuda por la universidad, ofreciendo sexo oral y dando en cambio historias de mujeres ultrajadas. Este libro, compilado por Matías Máximo (Edulp, 2016), reúne obras y fotos de su archivo, además de textos y fotografías de personas que la acompañaron en su intenso camino de producción.
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Algo habré hecho, por Effy Beth
Comencé un tratamiento hormonal el mismo día que inicié mis estudios en el Instituto Universitario Nacional de Artes. He puesto preservativos en esculturas públicas. He enterrado mi identidad cual semilla a la espera de un crecimiento. He organizado una alfombra humana. He vestido un pasillo sobre mi cuerpo. Ingresé a un baño de mujeres en cuero cual hombre. Expuse mi disfraz con el cual me travestía de varón para el trabajo. Me declaré potencial amenaza a tus prejuicios. Fui a una marcha contra la violencia hacia la mujer y denuncié en mi remera que por ser mujer no estás exenta de ejercer violencia contra mí por ser mujer. Vestí todas mis ropas nuevas y lo que me quedaban de las viejas, declarando que mi ropa no es mi sexo. Fui desnudando mi historia al verme amenazada a abandonar el país. Más de 600 ojos desconocidos fueron los primeros en verme en corpiño. Posé en una cama invirtiendo el rol del artista y puse a merced de otros mi construcción para que me completen o destruyan con sus miradas. Extraje de mi cuerpo medio litro de sangre con el cual dividí en 13 partes para reinterpretar lo que fueron mis menstruaciones, mediante acciones que iban desde tragar mi propia sangre en una iglesia a utilizarla para depilarme. Obligué a docentes y compañeros a desnudar su torso para entrar en mi vagina hostil usurpada por mandatos machistas. Achiqué el departamento donde vivía e invité a mucha gente a ocuparlo para denunciar mi asfixia. Me suicidé en la facultad y rendí un examen drogada con la sobredosis de Clonazepan, organizando un funeral con morgue psiquiátrica incluida. Dejé que otras personas le dieran voz a textos que fueron escritos cuando yo no tenía voz. Posé con mi muñeca de la infancia jugando a los superhéroes. Intervine junto otra artista la senda pública dividiéndola en carriles exclusivos para hombres y mujeres. Robé arte de distintos artistas incluidos en el sistema comercial de las galerías, y los obligué a que me secuestren y decidan el destino de mi cuerpo. Organicé un partido de fútbol de hombres contra mujeres ambos sobre tacos. Ofrecí mi vientre como espacio para que con el uso de un lápiz unos tatúen en mí las marcadas vivencias de otros. Caminé encorsetada mientras me raspaba la palabra PUTA en el pecho, cuando me sacaba el corset descubría en mi vientre el raspón que dictaba la frase NO SE NACE. Recorrí la historia de todos los hombres que intervinieron en la biografía de mi cuerpo desde que inicié el tratamiento hormonal para poder librarme de ellos. Junto a una mujer embarazada a la espera de un varón, nos declaramos dos mujeres completas según Freud. En el entrepiso de una facultad compartí una cama primero con una chica y otro día con un chico, problematizando la invisibilización del lesbianismo trans y los prejuicios respecto la sexualidad del varón que comparta cama conmigo. Emparejé personas cual cupido ignorando sexo, género y orientación sexual. Dicté un taller de performance para quienes querían intervenir en la Marcha del Orgullo. Caminé con la estrella amarilla cocida a mi abrigo que se usaba en la época de los holocaustos para marcar a los judíos, también con el triángulo rosa invertido y el triángulo negro, que se utilizaba para señalar a homosexuales, asociales, prostitutas, maleantes, feministas y enfermos mentales entre otros. Inicié un juicio para quitar mi sexo del documento. Me declaré la judía errante. Vendí galletitas de la fortuna ofreciendo un beso opcional con la compra, y cuando abrías la galleta te encontrabas con la frase: ¨ser open mind no es sólo tener la mente abierta, es también dejar que algunas cosas salgan y otras entren¨. Marché con mi pene a la vista amenazando a cada paso cortármelo con unas tijeras de jardinero. Monté una galería de arte efímero donde tuve una retrospectiva… la galería quebró el día de la inauguración comprobando que el arte de performance no es redituable en el sistema de galerías de nuestro país. Secuestré personas en una fiesta, los esposé, vendé sus ojos y dejé encerrados solos largos periodos en un baño para que piensen qué deberían hacer esa noche para cambiar su respuesta ante una pregunta tan sencilla como ¨cuán satisfecho estás con vos mismo?¨. Como regalo a la primera persona con HIV que pude conocer profundamente, corté mis brazos ante el Congreso y llené con mi sangre su espalda en un abrazo de sanación. Deambulé perdida confesando selectivamente que desde hacía un año me perseguía la idea de prostituirme para poder independizarme y no renunciar al costoso tratamiento hormonal. Hice juegos lúdicos en distintos grupos. Posé con mi –en ese entonces– novia e intercambiamos nuestros genitales. Edité unos cuadernos para completar la genitalidad como gustes en distintas combinaciones de cuerpos. Comencé a asesorar conceptualmente a artistas de todas las disciplinas desde visuales hasta músicos y poetas. Dibujé un comic por día durante un mes basándome en situaciones que viví a diario por ser transgénero. Cree un alter ego, al igual que Duchamp hizo su versión de mujer, yo hice mi versión de hombre trans fajándome los pechos. Me hice visible a través de mis amigos y familiares poniéndoles mi vestido, aquel emblemático que dividió mi familia y me hizo invisible para muchos. Posé en una cama con mis parejas en el último mes que tuve novia y novio al mismo tiempo. Actué en un cortometraje. Bailé delante de frases machistas naturalizadas, bailé ante la negra realidad de un país que aún no despenalizó el aborto. Hice un cuaderno para que se completen diversos cuerpos con la cualquier genitalidad. Edité una revista virtual en la búsqueda de un lector activo dispuesto a entrenar un pensamiento divergente. Dicté un taller de perfo para que intervinieran el espacio mis alumnos el día de la inauguración de mi muestra de comics. Edité dos videos hallados de mi infancia que muestran mi vida antes y después de la Guerra del Golfo. Desfiguré mi rostro para visibilizar mis huellas digitales, en pos de acceder a mi derecho de una identidad propia después de tanto manoseo burocrático. Ofrecí sexo oral, un servicio público para dejar de silenciar situaciones de violencia dentro de ámbitos conocidos. Fui entrevistada para dos documentales, varias tesis y para varios artículos y radios. Fui invitada a dar charla en capacitaciones de docentes y médicos, como así también participé en diversos festivales de arte. Marché en pañales. Estoy acá.
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