Agustín David Maril tiene 20 años y creció en una familia monoparental del barrio Gaucho de Burzaco. Es el sexto de ocho hermanos: cuatro de ellos son artistas callejeros. Llegó hasta séptimo año en el colegio Montonavi de la misma zona. Intentó retomar los estudios en una escuela nocturna, pero los volvió a abandonar. No le gustaba la disciplina del sistema educativo ni la competencia por las buenas notas. Lo suyo era el arte circense.
Su historia de encono con las fuerzas de seguridad es un cuento antiguo: como malabarista, fue perseguido por la policía porteña desde que era adolescente en Lanús, Avellaneda y Adrogué. Lo acosaban por cómo vestía, la cresta de chico punk, o en las reuniones con sus amigos en el Skate Park Burzaco.
También hay una historia de conciencia social. En una de sus fotos aparece en un espectáculo de malabarismo para los niños internos del Hospital Gandulfo, de Lomas de Zamora.
Y de amor por los animales. Agustín podía terminar “a las piñas” si alguno de sus amigos cazaba un pájaro o una rana.
-Agustín desde muy pequeño supo de injusticias, más que nada por el hecho de que el mismo las ha vivido, es un pibe de barrio y cuando fue creciendo la policía lo molestaba mucho. Si bien somos una familia humilde nunca nos faltó para comer, él era consciente de los que no tenían y eso lo consideraba un privilegio- dice su hermana Luján al otro lado de la línea.
Ella cree que la decisión de viajar fue en parte para dejar atrás el acoso de la policía.
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Agustín llegó a Chile en julio del año pasado después de un viaje que partió de la costa argentina y siguió por Rosario, San Luis, La Rioja y Mendoza. Una foto lo retrata sonriente mochila al hombro; en otra, aparece en la carretera junto a un amigo. Era el comienzo de una nueva vida. Se lo ve feliz.
Instalado en Santiago, vivió en la comuna de Estación Central, se hizo amigos, siguió con el malabarismo cerca del centro y en una comuna del barrio alto.
-Quiero conocer Latinoamérica, quiero seguir viajando- le decía a su familia por mensajes de Whatsapp. Su idea era seguir por Bolivia y Perú.
Llevaba tres meses encantado con Chile cuando llegó el estallido social. Agustín se reconoció en las demandas de la gente. Iba casi todos los días a las protestas en Plaza de la Dignidad (como bautizaron los manifestantes a Plaza Baquedano).
Fue testigo de la represión de Carabineros, bombas lacrimógenas arrojadas al cuerpo de las personas y mutilados con pérdida de visión como consecuencia del disparo de balines directo al rostro. Todas esas noticias se las relataba a sus hermanas. Uno de los hechos que más lo marcó fue la muerte de Abel Acuña, el joven que murió de un paro cardiaco en las manifestaciones mientras la policía impedía que lo asistieran a punta de lacrimógenas y chorros con el carro lanza agua.
El jueves 23 de enero ya habían pasado tres meses del estallido social y quedaba una semana para que se promulgara la Ley antisaqueos, polémica respuesta del gobierno a las demandas sociales para validar aún más la represión.
Había aumentado la tensión y el clima restrictivo alrededor de la Plaza de la Dignidad. Era el tiempo del llamado copamiento preventivo, con cientos de carabineros en todo el radio de la zona cero. El estallido estaba en su punto más álgido, también la persecución de la llamada “Primera Línea”.
Ese día, pasadas las 21, tres carros policiales acorralaron a los manifestantes en la esquina de Ramón Corvalán y se bajaron diez policías de cada vehículo. Se llevaron detenidos a tres jóvenes, entre ellos estaba Agustín. Los trasladaron a la 33 comisaría de Ñuñoa, un retén conocido por las golpizas y torturas a detenidos durante los primeros meses del estallido. Agustín está imputado por haber participado en un supuesto lanzamiento de una bomba molotov, algo que él niega en la versión que entregó a su defensor Arturo Vergara.
No se habría encontrado la capucha ni rastros de hidrocarburo, tampoco las antiparras con las que supuestamente lo habían reconocido. Al día siguiente fue formalizado y derivado a Santiago Uno. Lleva encerrado tres meses.
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El viernes pasado se realizó una audiencia en el Séptimo Juzgado de Garantía de Santiago para tratar de cambiar la medida preventiva, pero la petición fue rechazada por el juez Ponciano Salles, conocido como uno de los magistrados más duros de ese tribunal.
La apelación fue el miércoles 22 de abril y el plazo para investigar se extendió a un mes.
La primera persona que lo vio adentro de la cárcel fue el abogado argentino Federico Pagliero de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). En ese tiempo ya había algunas denuncias sobre maltrato a los llamados Primera Línea en el módulo 14, el módulo de Agustín.
Pagliero estaba realizando otros trámites en el penal, cuando familiares de los presos chilenos le comentaron que adentro había un argentino. Lo reconoció de inmediato. Vio a un joven delgado, alto, moreno, que salió sonriendo apenas lo vio.
Agustín le contó de su sueño de retomar los estudios, de la comida horrible en ese lugar, y que allí, en ese módulo, los presos se ayudaban entre ellos. Pese a toda la solidaridad, tenía mucha angustia. Le confesó que extrañaba a su familia, su país y que el encierro se estaba extendiendo más de lo imaginado.
El abogado inició las gestiones en el consulado argentino pues en su opinión, hay varias irregularidades en todo el proceso: incumplimiento del Estado chileno de informar al Estado argentino de la detención -el consulado se enteró solo porque le mandaron un correo desde APDH; y no hubo ninguna asistencia de su propio país.
-También hubo suspensiones de audiencias de los chicos de Santiago Uno, en el caso de Agustín tenía preventiva por 45 días y eso se cumplió el 8 de marzo- dice Pagliero.
El 5 de febrero, casi dos semanas después de la detención, se enteró su familia. Era la época de vacaciones y estaban todos desperdigados por distintos lugares de Argentina. Ángel, su hermano mayor, fue contactado por unos amigos de Chile, le dijeron que “algo le había pasado al flaco”. Cuando Ángel se comunicó con el consulado argentino le informaron que Agustín estaba preso en Santiago Uno. La familia se demoró cuatro días en reunirse, allí quedaron en que Mara, Lujan y Cecilia, su madre, viajarían a Santiago en bus.
Desde ese tiempo viven en la ciudad, haciendo todo lo posible para conseguir dinero. No ha sido fácil, pero están dispuestas a regresar a Argentina con él.
-Al principio -sin cuarentena- vendíamos pan afuera del GAM y hacíamos malabarismo y antes de que llegáramos a Chile sus amigos hicieron eventos para juntar dinero, además la Coordinadora 18 de octubre nos ha apañado en todo esto-, comenta Luján.
Tratan de mantenerse positivas, pero hay días malos en que se sienten impotentes por el paso del tiempo que transcurre sin tener muchas novedades. Hoy tienen un domicilio permanente y se incluyó como parte del informe social para pedir el cambio de la medida cautelar: que Agustín quede con arresto domiciliario.
– La última visita que pudimos hacer fue el 26 de marzo, lo vimos contento, él es un payaso, pero hubo otros días donde estuvo muy triste, el hecho de no estar con nosotres, de seguir encerrado… Esa última vez que lo vimos estaba preocupado por lo del Covid-19. Adentro los chicos no tenían mucha información solo que a los reos infectados del módulo 3 los cambiaron al 19-, recuerda su hermana.
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La pandemia comienza a registrar los primeros casos graves en las cárceles de Santiago. En la prisión donde está Agustín algunos módulos están en huelga de hambre. Su familia está preocupada, pero también saben que por el Covid-19 se necesita descomprimir los penales en Chile y se aferran a esa posibilidad. No hay visitas desde hace cuatro semanas.
El 3 de abril fue su cumpleaños. Mara, Luján y Cecilia quisieron llevarle una comida especial pero Agustín se negó, no tenía ganas. Tampoco quiso que sus amigos del módulo se enteraran.