Magdalena Bazán está aterrada. Tiene 59 años y vive en el sector Güemes, que es la zona pegada a la terminal de Retiro en la Villa 31. Hasta la semana pasada coordinaba uno de los merenderos en el barrio, pero dos compañeras dieron positivo en el test de coronavirus y tuvieron que cerrar. Desde entonces, prácticamente no sale de su casa.
“La comida que hacíamos en los merenderos la empezamos a repartir directo porque no podemos abrir, si la gente se acumula para buscar la comida sería un desastre, y también para cuidarnos entre nosotras. Sabemos que hay alguna ayuda, pero no alcanza”, dijo a Cosecha Roja.
Esta semana el Gobierno de la Ciudad les llevó comida que, en teoría, debería durar 15 días. “Pero es para un solo día. Un solo día”, dijo Magdalena, que articula con el Movimiento Evita. Enojada, le sacó una foto a la caja y la mandó al grupo de WhatsApp del barrio: un pack de harina, seis leches larga vida, una caja de te y seis barbijos.
Los grupos de WhatsApp entre vecinxs se volvieron la fuente más rápida y confiable para informarse, más allá de lo que los medios dicen. Cuando en alguna casa se confirma un caso la bola empieza a correr rápido: nombre, dirección y cualquier otro dato que ayude a identificarlo. En la villa los límites entre las casas son difusos porque no todo el mundo tiene medianeras. El miedo se mezcla con la discriminación: evitan pasar por esa casa y vuelven para atrás la memoria buscando si en los últimos días hubo algún contacto con la persona.
“Se siente miedo a perder la vida, como le pasa a todo el mundo”, dice Magdalena y cuenta que lo que les costó mucho fue que los adultos mayores se dieran la vacuna contra la gripe: “Primero lo iban a hacer pasando casa por casa en los lugares que se sabía que había mayores, pero después se decidió que no, que era muy riesgoso”. La “solución” fue peor: los que se quisieran dar la vacuna tuvieron que salir de sus casas hasta el centro médico, exponiéndose al contacto.
Olga tiene 50 años y es vecina de Magdalena. El test de covid-19 le dio positivo y se la llevaron a un hotel para que hiciera la cuarentena, donde está con oxígeno. Vive con sus hijos y sus nietos, que quedaron en la casa. “Son un montón y estuvieron en contacto directo con ella. Así que es cuestión de tiempo para que les hagan el test y les de positivo”, dijo Magdalena.
En el barrio Güemes la mayor protección es guardarse en casa y usar barbijo. “De vez en cuando las organizaciones reparten alcohol en gel, pero sabemos que lo más efectivo es no salir”.
Después de varios reclamos, esta semana un equipo de desinfección pasó a fumigar el barrio con desinfectante. Ese día hubo expectativa en los grupos de WhatsApp: lxs vecinxs sintieron que por fin se habían acordado de ellxs.
Los testeos que empezaron hace una semana en las villas porteñas a partir del programa Detectar revelaron algo que se veía venir. Hoy el 37 por ciento de los casos en ciudad de Buenos Aires se concentran en dos zonas: la villa 31 y 31 bis de Retiro y la 1-11-14, en el Bajo Flores. Son 972 los casos confirmados de Covid-19 en las villas de la ciudad.
Juan Ardura, más conocido en los barrios como el Vikingo, trabaja en el programa El barrio cuida al barrio, que articula con el Movimiento Evita. Fue testigo de las transformaciones que se vivieron en los últimos años y que hoy, en situación de pandemia, pesan más que nunca: “Lo que originalmente era una casa, devino en hasta 20 casas porque no solo se construye hacia arriba sino también hacia adentro, tenes hasta 40 personas compartiendo una misma unidad funcional”, dijo a Cosecha Roja.
En 2017 el Gobierno de la Ciudad hizo un censo en la 31 y 31 bis y contó que había 40.203 personas viviendo en 12.825 casas. Es decir, más de tres personas por casa, que muchas veces tienen un solo ambiente. La segunda villa más grande, y la que tuvo la primera muerte por Covid, es la 1-11-14 del bajo Flores. Sobre la cantidad de habitantes que tiene ese barrio no existe un dato oficial.
“Estar 13 días sin agua fue el colapso para la 31, a partir de ese momento todo empeoró. La gente se empezó a amontonar para conseguir el agua que se les repartía y hay que pensar que en muchos sectores no es posible el distanciamiento”, dijo Ardura. La acumulación de agua en tachos fue un caldo para el dengue, que a fines de abril tenía reportados 186 casos solo en la 31.