Por Taller Hacer la vista gorda / Ilustración Fede Mercante
En un tuit sin mayor explicación, la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN) advirtió que el aislamiento que demanda el COVID-19 exacerba las condiciones de lo que consideran la peor pandemia a escala global: la gordura.
Supuestamente, la restricción de la interacción social y el encierro producirían en las personas tales grados de angustia y estrés que empujan a la ingesta desmedida de “malos” alimentos, además de privarnos de acceder a otros de mejor calidad.
Desde la SAN sostienen que la “relación obesidad-coronavirus en la Argentina es particularmente preocupante” (aunque no dan datos de esta relación, por cierto).
Sí, nosotr*s estamos de acuerdo en que mantener una alimentación balanceada, equilibrada y variada o mantenernos activ*s y realizar un buen descanso es fundamental para sostener en alto nuestras defensas y nuestro sistema inmunológico en una coyuntura como ésta. Pero ninguna de estas afirmaciones son contradictorias con el reconocimiento de la gordura como una posibilidad legítima de nuestros cuerpos. ¿Por qué pensamos esto?:
NI SOBREPESO NI MALCOMIDOS, EXCESIVAMENTE DIFERENTES. ¿Y QUÉ?
Asociar la gordura con el exceso de alimentación es un mecanismo de estigmatización histórico que reduce la complejidad de nuestros cuerpos y sus diferencias. Esta premisa, que por lo general, piensa la gordura como un resultado de una mala alimentación capitalista, – MALCOMIDOS, tal como le gusta decir a algunas gurúes- es decir de alimentos ultraprocesados o de comida chatarra, como se ha construido a partir de un imaginario colonial norteamericano, no tiene NADA que ver con el tipo de alimentación promedio y la cultura de la comensalidad que existe en nuestro país.
Principalmente, lo que este estigma produce es la negación totalizante de aquello que l*s activistas de la diversidad corporal reclamamos como urgente: el reconocimiento del derecho de nuestros cuerpos a ser distintos, a mostrar, a vivir y a convivir en su diferencia. Y eso incluye la variabilidad de nuestro peso corporal.
NO NOS ESCONDEMOS, ES LA DELGADEZ OBLIGATORIA LA QUE INTENTA HACERNOS INVISIBLES
Insistir en que las personas gordas somos sedentarias y retratar -imaginariamente- que somos seres sin vida social, postrados en cuartos oscuros por estados traumáticos que nos inhabilitan como sujetos a mantener vidas emocionalmente complejas junto a otr*s, donde lo único que hacemos es comer desaforadamente, es en principio, un acto de absoluta violencia psicológica, afectiva y, por ende, política.
Un tipo de maltrato que desdibuja la multiplicidad de nuestros proyectos de vida, nos quita agencia e intenta forzosamente invisibilizar nuestro lugar en el mundo, nuestra constante actividad como sujetos y ciudadanos presentes en todas las esferas de una vida social activa. Vida social en la que también llevamos adelante nuestro interés por actividades deportivas, recreativas, sin fines de adelgazamiento, sino como un modo de afirmarnos físicamente en nuestros cuerpos, como una profesión, para relajarnos, o en la mayoría de los casos para reconocernos y ganar autonomía a partir de nuestras potencias disfrutando nuestro tamaño, en un mundo que insiste en encerrarnos hasta tanto pueda hacernos desaparecer.
LA ÚNICA DIETA QUE NO FRACASA ES LA QUE SE ABANDONA
Sí, es cierto, descansar nos hace bien. Descansar, y sentir alivio, poder dormir tranquil*s es algo que aumenta la fuerza de nuestro cuerpo y nos da energía para concentrarnos en el cuidado. Pero el malestar, la angustia y el estrés que las personas gordas sentimos ante este escenario en gran parte está potenciado por la constante violencia que los medios reproducen con notas basadas en desinformación, prejuicios y preconceptos medico clínicos que solo están respaldados por la sistemática especulación capitalista en torno al adelgazamiento.
Un tipo de post verdad magra y delgada, que se impone como una certeza por el autoritarismo moral que tiene acumulada la cultura del adelgazamiento, la industria de la dieta y la delgadez obligatoria como sinónimo acrítico e irreal de salud. La persecución cultural y la patologización pública de nuestros cuerpos es el factor más determinante en la saturación emocional, física e inmunológica de nuestras experiencias de vida. No la comida que ingerimos.
Una parte importante de nuestra vida pasa por recibir constantemente la desaprobación patologizante del dispositivo médico clínico que nos tortura desde pequeñ*s, sin piedad, a la modificación obligatoria de nuestros cuerpos bajo la excusa de “sacarnos del peligro”, o para “obtener una mejor vida”, o a través del imperativo extorsivo de que “así de gordo nadie va a quererte”. En ese campo minado de violencia familiar, institucional, pública y política nos desenvolvemos las personas gordas.
JUSTICIA ALIMENTARIA Y REDISTRIBUCIÓN YA DE LA RIQUEZA
Estamos de acuerdo también en que el acceso a una vida nutricional variada, compleja y abundante es una gran salida para aumentar la fortaleza de nuestro sistema inmunitario, pero hay otra cosa para decir de esto: ¡Las personas gordas no tenemos la responsabilidad por la inaccesibilidad y la injusticia alimentaria!. Todo lo contrario. Los movimientos de la diversidad corporal, especialmente l*s activistas de la gordura, sostenemos como exigencia ética en nuestra ya larga historia de movilización y crítica social, la urgente redistribución y la accesibilidad inmediata a una alimentación de calidad como un DERECHO HUMANO. Un derecho al que debemos acceder sin violencia, estigma ni discriminación. Y eso no lo vivimos como una contradicción, porque no reproducimos el prejuicio ficcional que asegura que si “comemos bien”, adelgazaremos.
BASTA DE VIOLENCIA MEDIÁTICA
La exigencia del deporte en casa, del perpetuo movimiento, del acceso constante al alimento, del espacio habitacional, pero sobretodo del tiempo con el que se puede contar para desarrollar estilos de vida magros, con estos grados de control y disciplinamiento, que se asocian con la disminución del peligro al contagio del COVID 19, naturalizan una condición de clase que no tiene que ver con la realidad ni con las condiciones de vida de una inmensa mayoría de la población argentina. Pero dichas exigencias ponen a correr mercados, que nos empujan a consumir más y mejor, para privarnos del terror que podría ser vivir en un cuerpo gordo, aunque ese terror estemos viendo antes nuestros propios ojos, cómo y de qué forma está siendo prefabricado.
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L*s activistas gord*s creemos que la SAN debe entender que habitamos un mundo de diversidad corporal, y que la salud o la enfermedad son estados posibles, no un patrimonio de un único tipo de cuerpo.
Subir y bajar de peso son parte de la experiencia de encarnar un cuerpo y quienes tienen la responsabilidad de comunicar deberían ser más cuidados*s a la hora de banalizar o estigmatizar estas cuestiones para obtener más rédito. Deberían evitar culpabilizar la ingesta alimentaria. En un mundo que ya ha sido transformado profundamente por la experiencia de la fragilidad y la vulnerabilidad humana, necesitamos más comportamientos éticos y menos prescripciones violentas en nombre de la salud. Exigimos despatologización ya de todas las diferencias corporales.
*Publicada originalmente en la fan page del taller Hacer la vista gorda.