¿Qué te llevarías a una isla desierta? Male eligió una muda de ropa, un pijama y varios limones: un remedio casero que circula en el barrio y al que algunos le atribuyen poderes curativos. Pero no iba a una isla: hacía una semana le dolía la garganta y sabía que después del testeo la iban a llevar a un hotel.
Caminó por los pasillos de la villa 31 con su bolso y llegó a la oficina del Ministerio de Cultura de la Ciudad, ahora convertida en centro de Covid-19. Hizo la fila y esperó su turno.
Todavía no sabía que estaba por vivir las 48 horas más largas de su vida, que algunos de los que estaban alrededor no contarían la historia, y que pronto dos de sus hijos y sus diez nietos tendrían que recorrer el mismo camino.
“El hisopo que me pusieron en la garganta fue normal. Con el de la nariz sentí que me raspaban el cerebro, un dolor horrible”. Male alarga la i de horrible para subrayar lo feo. Y dice que todos los que esperaron cinco horas con ella hasta llenar el micro escolar coincidieron en eso.
Lo del micro no le gustó nada. Si hay que tener distancia social ¿Cómo pueden poner a 60 personas juntas para ir hasta un hotel en Callao y Sarmiento? Se lo dijo a la chica que organizaba el viaje:
–Subí, mamita –le respondió–. Con tapabocas no pasa nada.
El micro iba en silencio. En la media hora que tardaron en llegar al hotel nadie tuvo ánimos de conversar. El chofer era el único que estaba aislado: llevaba un nylon alrededor.
Agustín Navarro, el referente de Barrios de Pie que murió este miércoles, iba en el mismo micro.
“Cuando me enteré su muerte fue un muy triste. Ya perdí la cuenta de los vecinos que tienen el virus o murieron en estos días”, dice Male.
En el hotel Male estaba sola en una habitación. Cuatro veces por día golpeaban la puerta. Ella tenía que esperar un momento para abrir y tomar su comida. Extrañaba el agua caliente para preparar el té de limón. Pero tenía una preocupación mayor: sentía que se estaba muriendo.
“Los dolores eran terribles, mucho peor que cuando estaba en casa”, dice. La garganta raspaba tanto que ya casi no podía hablar. La cabeza no paraba de trabajarme”.
Hoy Male puede contarlo desde su casa: el test le dio negativo. Desde el momento en que llegaron los resultados empezó a sentirse mejor. Preparó su bolso, guardó los limones que le quedaban y volvió en un colectivo común, el 50 que pasa por la avenida Corrientes. Pudo hacerlo porque cuando se hizo el test le avisaron que lleve la SUBE cargada: “Pero conozco vecinos”, dice, “que como no tenían plata volvieron a sus casas caminando”.
Male es muy creyente. Durante su estadía en el hotel, mandó su nombre para que lo sumaran a la cadena de oración que circula en el barrio, una cadena que se alarga todos los días. Ahora pide que recen por dos de sus hijos, sus nueras y 10 nietos. Todos se contagiaron de coronavirus.
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Una semana después de que tuviera el negativo, uno de sus hijos y sus ocho nietas fueron a testearse. Esperaron los resultados en el hotel y dieron positivo. Hace dos días fue otro de sus hijos, con su pareja y dos nietos más, y también dieron positivo.
En los hoteles las familias se tienen que separar para mantener el aislamiento. Y no pueden verse. Como hay varios niñxs, se repartieron para que en cada habitación hubieran tres.
“Doy gracias a Dios que son todos jóvenes y sanos. Van a salir del coronavirus, no saben cuándo, pero hablo todos los días y están bien”, dice Male.
Male tiene 59 años y hace 32 que vive en la villa 31, Barrio Padre Mugica. Dice que todos la conocen, a ella y a sus 7 hijos que le “salieron buenos”. Los crió sola porque se separó hace 22 años. Una decisión que la hizo feliz.
Nació en Chile, pero a los 12 fue primero a Mendoza y a los 14 llegó a buscar una posibilidad en la gran ciudad. Desde entonces milita en causas sociales. En los últimos años se vinculó con el Movimiento Evita –más en asistencia que en política– y atiende un merendero que hasta hace un mes y medio merendaban 250 chicxs.
Desde el brote del Covid-19 en el barrio empezaron a enfermarse sus compañeras y tuvieron que cerrar el merendero. Ahora reparten mercadería o la llevan hasta las casas de quienes no pueden salir.
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El 21 de abril se confirmó el primer caso de coronavirus en la 31. Hoy son 1896. ¿Qué pasó en el medio? El barrio estuvo 12 días con cantidades mínimas de agua, empezaron a repartirla en camiones de Aysa y hubo amontonamientos: la gente iba y venía con tachos y ollas para abastecerse. Así los casos empezaron a multiplicarse.
“También pasó que la gente tenía que seguir yendo a trabajar afuera del barrio, a limpiar casas o cuidar a otras personas y volvían mal. No tenían posibilidad de decir que no, porque se quedaban sin trabajo”, dice Male.
Ahora está armando una lista que quiere darle al gobierno porteño porque conoce a quienes no pueden salir de sus casas y están sin ayuda. La preocupa sobre todo una mujer ciega que vive con su marido desempleado, porque no tienen un peso y están en el grupo de riesgo por ser mayores. A ellos les hizo un círculo rojo. Quiere que alguien los atienda.