Fotos Mundo Aparte, El Ciudadano y @ayelen_carc
A 15 minutos del centro de Rosario un chajá de casi un metro de alto está en la pileta de una casa. Parece que le dieron una paliza, se mueve tonto y sus plumas están con restos de polvo. Voló tres kilómetros escapando del fuego en los humedales, quizá frenó en techos de edificios, escapó de perros, gatos, autos y llegó a este jardín, donde vio un lugar sin peligro. Es uno entre miles. Ahora hace dos semanas que está en el refugio Mundo Aparte, esperando rehabilitarse para volver a su libertad que ya no será la misma: desde febrero que los humedales del Delta del Paraná están en llamas.
“Con suerte logran escapar pero quedan mal”, dice Franco Peruggino, uno de los voluntarios del refugio. “El fuego tiene una voracidad tal que casi ningún animal logra salvarse, esto es un infierno”.
Primero fue una humareda, después varias y al fin una nube de cenizas que baña las ciudades y hace arder los ojos. Rosario estaba acostumbrada a ver incendios del otro lado de la ribera, pero este año se salieron de control. Todavía no se sabe cuál fue la llama inicial, pero se combinó con una bajada del río Paraná que desde 1971 no se veía: algunos barcos grandes ya no pasan porque se atascarían. Tampoco llovió tanto y por eso la vegetación se fue secando. La humedad no frena las llamas y ahora son todos los fuegos el fuego. Un fuego que mata:
-Los gatos monteses y zorros se van trasladando a otras islas que todavía no se quemaron, pero las crías quedan y mueren. Los pichones y los nidos, los lagartos overos y otros reptiles autóctonos están carbonizados. No podemos hacer nada -dice Franco.
El domingo su compañero de Mundo Aparte, Ivo, cruzó en botes con cincuenta voluntarios para hacer pozos alrededor de las casas de los isleños y llenarlos con agua, así el fuego no las alcanza. Ahí se encontró con un cementerio de pieles y cenizas. El suelo cruje. Las serpientes, que son las reinas de los humedales, estaban hibernando, igual que los lagartos, y no tuvieron tiempo de reaccionar. El fuego les hirvió el cuerpo mientras dormían.
-Todavía no hay forma de contabilizar la mortalidad, no hay una forma certera, las mató a todas -dice Ivo.
Si le preguntan a qué huele el Delta, Ivo se pone metafórico: “Huele a dolor”. Benito, de 84 años, vio avanzar el fuego en su casa a pesar de la cadena de baldazos que intentaban apagarla. Ivo cuenta que lo vio pero no hubo tiempo de consolarlo en ese momento, había que correr hasta otra casa porque el fuego estaba intenso. Hicieron ocho zanjas en un día.
Mientras algunos estaban en las islas otros se juntaron en el puente Rosario-Victoria, que cruza un humedal al medio y tenía tanto humo que la policía decidió cortarlo por el peligro. Ahí estaban algunos vecinos y otrxs autoconvocadxs de Multisectorial por los humedales, una colectiva de organizaciones que milita para apagar el fuego.
“El domingo fue caótico”, dice Luciana Luraschi de El Paraná no se toca. “No hay absolutamente nada que esté regulando, no estamos pudiendo proyectarnos, si contamos la quema del Amazonas, la bajante histórica que está habiendo en el río y la depredación vemos un cuadro muy desalentador porque se están alterando los ciclos del agua”.
Según Luciana, el daño recién comienza: “Toda la capa fértil del suelo quedó diezmada. Los humedales son una especie de esponja que absorbe y administra el agua: ahora parecen un cascote, un carbón”.
En las islas del Delta también había miles de abejas que quedaron a la deriva, porque se incendiaron las postas apícolas donde producían miel. Para la Sociedad Argentina de Apicultores lo que pasa en el Alto Delta tiene daños que no pueden calcularse, ya que por cada “colmena ‘racional’ destruida, también se perdió un número no determinado de colmenas autónomas, que anidan en troncos de árboles. Y también otros polinizadores clave, incluidas las avispas colmenares que también producen miel y eran aprovechadas por los nativos originarios antes de que llegaran los ganaderos”.
Mientras que en los humedales los activistas sufren la catástrofe, en el Congreso hay doce proyectos de ley en debate. Ocho están en la Comisión de Recursos Naturales y Conservación del Ambiente Humano, que preside el diputado Leo Grosso.
“Lo que no regula el Estado, el mercado lo destruye”, dice Grosso, que es autor de uno de los proyectos que se diferencia del resto porque impone multas y configura al ecocidio como un delito penal. “Proponemos multas de hasta 843 millones de pesos -el equivalente a 50 mil salarios mínimos vitales y móviles- para que no pase como con la Ley de Bosques, por ejemplo, que tiene multas tan bajas que hacen parte del costo de producción. Desmontan y no les importa, porque una tierra desmontada vale el doble que una tierra con monte”.
El proyecto no pone la responsabilidad solo en quien enciende una mata de pastizal, sino que lleva la cadena hasta el productor que da la orden, porque sino siempre terminan pagando el costo los mismos perejiles. Según el informe que actualizó hoy el Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF) el 95% de los incendios forestales que afectan a 11 provincias se originaron con intervenciones humanas. ¿Pero se imaginan al empresario yendo a rociar combustible a un humedal? No: el trabajo sucio lo hacen los peones.
El consenso de una sola ley en la Comisión de Recursos Naturales tiene muchas posibilidades de salir, ya que todos los frentes partidarios asumen al problema como una prioridad. El tema es que después tiene que girar a varias comisiones y los diputados provinciales suelen tener presión de los emprendimientos agroganaderos, mineros e inmobiliarios. Son pocos los dueños de las tierras, pero tienen mucho poder y frenaron todos los proyectos de humedales desde 2006 (cuando se presentó el primero) hasta 2018 (cuando cayó el proyecto de Pino Solanas con media sanción en el Senado).
“Esos intereses vienen boicoteando el tratamiento de esta ley con un discurso falso, que es que se prohíbe la producción en los humedales”, dice Grosso. “Lo que proponemos es producir seriamente, porque no pueden prender fuego 90 mil hectáreas de pasto o rellenar una laguna y construir un country arriba. Si no se destruye el humedal se puede vivir, se puede producir, se puede plantar y se puede criar ganado, porque de hecho se hace cientos de años”.
Ambientalistas, biólogxs y políticxs coinciden en que la pérdida de vidas animales es incalculable. Las muertes se cuentan de a miles y lo que está en juego es una posición frente al futuro. Una respuesta urgente para que las cincuenta aves que fueron liberadas esta semana en la laguna de Funes no mueran, como ya les pasó a cientos de tortugas que quedaron petrificadas en el Delta.