En el universo que J.K.Rowling creó en Harry Potter el género no estaba en disputa: eran otras épocas y nadie le reclamaba por la falta de diversidad sexual de Hogwarts. Post #Metoo y la ola global de reivindicaciones feministas ahora publica artículos de opinión donde la biología de las personas trans son un objeto de estudio recurrente. El nuevo episodio de su obsesión llegó esta semana con el anuncio de su última novela, que según la reseña del medio británico The Telegraph, cuenta la historia de “un hombre que se viste de mujer para aprovecharse de sus víctimas”. Después de las notas que publica y sus intervenciones en Twitter, es imposible no leerla en clave TERF (un acrónimo originario inglés de «Trans-Exclusionary Radical Feminist»). Ella no lo sabe.
“Troubled Blood” (sangre en problemas), saldrá con el seudónimo de Robert Galbraith y es la quinta entrega de la serie de detectives Cormoran Strike. Después de la primera reseña de The Telegraph y el trending topic mundial #RIPJKRowling, la autora se sintió una vez más incomprendida y dijo que el protagonista no es trans ni travesti, sino “un asesino serial sádico activo en las décadas de 1960 y 1970”, inspirado “en los asesinos de la vida real Jerry Brudos y Russell Williams, ambos maestros de la manipulación que se llevaban trofeos de sus víctimas”.
Rowling puede inspirarse en una persona que se traviste y no ser transodiante, sí. El tema es que una vez más vuelve a construir un universo simbólico criminal sobre las identidades travestis, trans y no binarias. El documental de Netflix Disclosure muestra como Hollywood lo hace una y otra vez: Psicosis, El silencio de los inocentes, Víctor Victoria, El juego de las lágrimas y Los muchachos no lloran -por solo nombrar algunas- muestran a las personas T como enfermas, dementes o tramposas.
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En junio Rowling también fue tendencia por sus comentarios biologicistas sobre el género. Compartió en Twitter el artículo Opinión: Creando un mundo post-Covid-19 más igualitario para la gente que menstrúa. “La idea de que las mujeres como yo -que hemos sido empáticas con la gente trans durante décadas, sintiendo afinidad porque son vulnerables de la misma manera que las mujeres, es decir, a la violencia masculina- ‘odian’ a las personas trans porque pensamos que el sexo es real y tiene consecuencias vitales, es una tontería”, dijo.
Daniel Radcliffe, el actor que interpretó la saga Potter, le respondió con una carta, escrita en representación de un espacio que ofrece asistencia frente a las crisis e intentos de suicidios de jóvenes trans: “Las mujeres transgénero son mujeres. Cualquier declaración en sentido contrario borra la identidad y la dignidad de las personas transgénero”.
Rowling escribió un largo artículo en su página web donde revela que se entretiene haciendo capturas de pantalla de los tweets que la desprecian. Dice que es imposible que ella sea una TERF porque en su adolescencia se sintió hermafrodita y cita artículos de psiquiatría: “El argumento de muchos activistas trans actuales es que si no permites que una adolescente disfórica de género haga la transición, se suicidarán”. También el “lenguaje inclusivo” le parece una frivolidad y defiende su vagina a capa y espada: “Como han dicho muchas mujeres antes que yo, ‘mujer’ no es un disfraz. ‘Mujer’ no es una idea en la cabeza de un hombre. ‘Mujer’ no es un cerebro rosado”.
Rowling usa el término “disforia de género”, una categoría psiquiátrica para llamar a las personas trans que dejó de tener el aval de la comunidad científica en la última década. Y hace una advertencia “como aliada” sobre el peligro de las personas trans. Esta conclusión la fundamenta en la violencia que vivió por parte de los varones:
“Quiero que las mujeres trans estén seguras. Al mismo tiempo, no quiero que las niñas y mujeres natales sean menos seguras. Cuando abres las puertas de los baños y los vestuarios a cualquier hombre que crea o siente que es una mujer y, como he dicho, ahora se pueden otorgar certificados de confirmación de género sin necesidad de cirugía u hormonas, entonces abres la puerta a todos y cada uno de los hombres que deseen entrar. Esa es la simple verdad”.
La filósofa Judith Butler le respondió en una entrevista publicada por la revista New Statesman: “Asume que el pene es la amenaza, o que cualquier persona que tenga un pene que se identifique como mujer se está disfrazando de una manera vil, engañosa y dañina. Esta es una fantasía rica y que proviene de temores poderosos, pero no describe una realidad social”.
La autora de clásicos queer como El género en disputa y Cuerpos que importan dijo que “las mujeres trans son a menudo discriminadas en los baños de hombres y sus modos de autoidentificación son formas de describir una realidad vivida, que no puede ser capturado o regulado por las fantasías que se les imponen. El hecho de que tales fantasías pasen por un argumento público es en sí mismo motivo de preocupación”.
La literatura no tiene ninguna obligación de sentar bases morales ni marcar una línea de cómo vivir con menos odio. Pero viniendo de Rowling, hacer una novela de 900 páginas sobre un asesino serial que se aprovecha de la imagen de las mujeres, tiene otra lectura. A toda una generación que creció con sus novelas se le parte el corazón cada vez que Rowling sale a tuitear. Pero quizá sea momento de dejar de alimentar las capturas de pantalla que hace en la soledad de su mansión inglesa.