Por María Belén Medina
Anaís Godoy vivía en Vicuña, la ciudad de Gabriela Mistral en el norte de Chile. Tenía 16 años y le faltaban 12 días para cumplir los 17. Le gustaba sacar fotos, amaba a su pololo Marcelo y tenía depresión hace dos años.
El domingo 28 de junio hacía frío. Anaís se puso un chaleco rojo y una chaqueta acolchada gris para salir con su mamá, Cecilia Ramírez, y su hermana. Alcanzaron a caminar un par de cuadras.
—Quiero ir a imprimir unas fotos que se me quedaron en la casa- dijo Anaís.
—Anda, pero no te demores —respondió Cecilia.
Anaís había tenido tres intentos de suicidio, por eso no la dejaban sola. Cada vez que Cecilia debía salir, le pedía a su suegra Titi o a la vecina Gloria que la cuidaran.
Anaís volvió a su casa, subió a Instagram una foto con Marcelo y envió mensajes por Whatsapp a su familia diciendo lo mucho que los quería.
Titi entró a la casa para vigilar que su nieta no atentara contra su vida. Pero ya era tarde. El cuerpo de la joven colgaba de una viga de la casa.
Antes de morir, Anaís dejó una carta: “Perdónenme, pero ya no daba más. Daniel Soto me cagó la vida”.
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Cuando Anaís conoció a Daniel Soto ella tenía 15 años y él 20. Ambos frecuentaban el mismo grupo de amigos y él salía con una amiga de ella. Soto era conocido en Vicuña por ser violento y traficar estupefacientes. De niño, había sido abusado por una pareja de la mamá y desde entonces tuvo problemas de adaptación escolar, cuenta una persona cercana a Soto. En la adolescencia fue denunciado por maltratar y hostigar a tres compañeras de curso.
El 17 de septiembre de 2018, Anaís se encontró con Soto en la fiesta de La Pampilla de San Isidro, una celebración típica de fiestas patrias, en las cercanías de Vicuña. Pasada la medianoche, ella iba de regreso al lugar donde estaba acampando con sus papás, hasta que Daniel Soto apareció borracho.“Me agarró del brazo y, como tenía fuerza, me llevó al cerro donde no había nadie, me empezó a hablar como si fuéramos amigos. Yo le dije que me tenía que entrar, que era la una y mi mamá me estaba llamando”, le contó Anaís a una amiga por audio de Whatsapp.
Pese a su resistencia, Soto continuó manoséandola. Ella le dijo que parara, pero él la empujó al suelo y le bajó los pantalones. Anaís gritó, lo golpeó y lo rasguñó, pero fue inútil. Soto la violó.
“Yo estaba muy mal y él me dijo que teníamos que seguir siendo amigos, porque si yo decía algo me las iba a ver con él, que yo no lo conocía enojado”, relató meses después en el mismo audio.
Desde esa noche, Anaís fue otra. Al día siguiente, volvió a Vicuña a ducharse y pasó horas en el baño. En las semanas siguientes al ataque, empezó a cortarse los brazos y sus notas en el colegio se desplomaron.
Un día decidió contarle lo sucedido a su profesora jefe. Ella se lo informó a la madre Anaís. Ese mismo día, el 18 de octubre de 2018, Cecilia fue a hacer la denuncia en la PDI. Por redes sociales, Anaís intentó denunciar a Soto junto a otra víctima de él. Pero la familia de Soto comenzó a amenazarlas cada vez que las veían en Vicuña, por lo que ambas jóvenes bajaron sus posteos.
Por falta de pruebas, el caso se archivó en mayo de 2019. La familia jamás fue notificada y Soto tampoco fue formalizado. Tras el suicidio de Anaís, las abogadas de la familia buscan reabrir el caso.
Anaís había dejado de ser la niña risueña y cariñosa que recuerdan sus cercanos. En la carta que dejó, contó que consumió por siete meses cocaína y que intentó suicidarse tres veces consumiendo frascos completos de tranquilizantes.
En cada intento, Anaís terminó en el hospital de Vicuña, hasta que la asistente social intervino. La joven no había sido derivada a ningún programa de acompañamiento, a pesar de haber hecho una denuncia por violación.
Recién en 2020 Anaís comenzó una terapia de reparación. Tenía que viajar hasta La Serena para hacerla, a más de una hora de su casa. Es la única opción que tienen las víctimas de violencia y delitos sexuales en toda la provincia del Elqui. Alcanzó a ir a dos sesiones, estaba cansada de tener que contar una y otra vez su historia, le confesó a un familiar.
De forma particular Anaís fue a un psiquiatra que le recetó antidepresivos en cinco dosis al día, entre ellos Risperidona, para que pudiera reducir las crisis de miedo que le daban por las noches.
Tras la muerte de Anaís, se supo de otras víctimas de Soto, en su mayoría menores de edad. Actualmente, Soto cumple condena por haber agredido gravemente a otro hombre. Está en la cárcel de Huachalalume, a 64 km de Vicuña, podría salir libre el próximo año. Ante esto, las abogadas de la familia lograron reabrir el caso dos meses después del suicidio femicida de Anaís.