Nuestro amigo el juez penal

Murió Mario Juliano, juez penal de Necochea y parte de la familia extendida de Cosecha Roja. Nuestra despedida a un hombre obsesionado con lograr una justicia más humana.

Nuestro amigo el juez penal

Por Cosecha Roja
23/10/2020

Mario Juliano, juez penal de Necochea. Su última hija se llama Libertad. Aquí podría terminar este texto.

Si no conocieron a Mario Juliano, se perdieron una gran oportunidad. Difícil que haya otro como él.

En Cosecha Roja lo quisimos mucho. Fue nuestro amigo: uno capaz de tocarte timbre de improviso solo porque pasaba y tenía ganas de saludar.

Lo veías venir con su barba candado, con esa voz de galán de telenovela de los 80 y decías: claro, es juez penal.

Y después, cuando lo escuchabas hablar, cuando lo conocías y te encariñabas con él, decías: no, no puede ser. Este tipo no existe. Rompió todos los moldes.

En plena temporada de verano, toda la justicia de vacaciones. Mario Juliano de guardia. 

Suena el teléfono de la redacción:

–Saludos desde Necolandia. Tengo frente a mí las actuaciones policiales de un caso que ha suscitado interés públicos: féminas con pectorales al aire en la playa.

Juliano a veces hablaba así: exageraba el lenguaje bizarro de la justicia, que le causaba una risa enorme. ¿Para qué escribimos así? se preguntaba.

Le gustaba correr: maratones, en bici, en auto. Alguna vez fue piloto de automovilismo. En algún momento empezó a escribir columnas en Cosecha Roja y descubrió una nueva carrera: la de provocador. 

Cada vez que escribía armaba un pequeño revuelo en los medios y las redes sociales. Siempre quería por más: sabía que su condición de juez lo ponía en una vidriera extraña y quería aprovecharla.

Sus propuestas de columna llegaban siempre con una broma.

–Estoy preocupado –nos escribió un día–. Mi hija fuma marihuana, ¿qué hago? 

Y enseguida, la pregunta:

–Jefe, ¿le parece un buen título para mi próxima columna?

Mario Juliano, solo por joder, no nos tuteaba.

El mensaje venía con el recorte de una revista: él y su hija Luz abrazados en un encuentro de cultivadores de marihuana. Le respondimos:

–Usted no es cualquier padre, ¡es un juez penal!

Si un juez penal iba a anunciar que apoyaba la militancia cannábica de su hija, tenía que parecer una nota de la Revista Caras. Organizamos una sesión de fotos en el bosque de Necochea y publicamos la columna.  El escándalo fue instantáneo: tapa de todos los medios, noticieros y hasta un pedido de juicio político. 

Casi nadie lo sabía, pero Juliano ayudaba de manera personal a varias familias, incluyendo a varios presos. Lo obsesionaba lograr una justicia más humana: apoyó a Víctimas por la Paz, el juicio por jurados, la mejora de las condiciones carcelarias. Estudió y visitó la cárcel de Punta de Rieles de manera casi obsesiva. Recorrió medio país para fortalecer la Asociación de Pensamiento Penal.  Peleó para que haya celulares en las cárceles y le puso la firma a un fallo que lo posibilitó en plena pandemia.


“Quiero ser muy claro”, escribió en una de sus columnas. “Desearía una sociedad donde no existieran las cárceles, donde las personas pudiéramos resolver nuestros conflictos en forma más civilizada, donde no tengamos que agregar dolor al dolor”. 

En el fondo, había algo de la sociedad y de su propio lugar en ella que le parecía absurdo. Además de de un tipo solidario y comprometido, perdimos a un gran ironista.

Mario Juliano rompió todos los moldes.

Dejó una familia hermosa y cientos de personas que lo lloramos y lo vamos a recordar como a un gran amigo. 

Adiós su señoría. Descanse en paz.