Del amor al odio: ser docente en la Ciudad de Buenos Aires

La maestra Lara Nesis analiza cómo en la Ciudad de Buenos Aires la docencia pasó de ser elogiada por el sacrificio a convertirse en blanco de todo tipo de cuestionamientos. El regreso a las aulas entre la falta de insumos, el desfinanciamiento y la precarización.

Del amor al odio: ser docente en la Ciudad de Buenos Aires

04/03/2021

Por Lara Nesis 

Foto Télam 

“Una familia se quejó porque vio dos nenes abrazarse”.

“¿Pero vos te fuiste a testear esta semana?”

“¿Lo miraste cuando iba al baño?” 

“Mirá que no pueden correr en ningún momento”.

Las frases se cruzan en los pasillos. En cientos de escuelas maestras y maestros planificamos la vuelta a la presencialidad. Armamos proyectos de enseñanza potentes que entusiasmen y desafíen a las y los estudiantes mientras ponemos en la mochila el difusor de alcohol que llevamos de nuestras casas, una botella de agua y algunos caramelos de miel para el dolor de garganta. Al llegar a la escuela nos encontramos con una bajada de línea ministerial clara: si el protocolo no se cumple, la responsabilidad es del docente y de la conducción.

Apenas arrancamos ponemos en pausa lo que íbamos a enseñar para separar un poco más las mesas, ponerle alcohol a la mayoría que no pudo traer uno de su casa, llamarles la atención cada vez que no respetan la distancia aunque el espacio de las aulas sea reducido. Inventamos una actividad para el recreo que ayude a que los más chiquitos puedan seguir sentados. Les decimos con dolor que no pueden prestarse las cosas, inauguramos el choque los 5 y el abrazo de lejos. 

2020: reconocimiento y organización 

Diciembre del 2020 puso fin a un año entero de educación virtual que implicó un trabajo extraordinario de creatividad pero también un incremento en la flexibilización laboral que desdibujó por completo las fronteras horarias de nuestro trabajo.

Construir cercanía, convertir a la distancia social en una meramente física, conllevó un seguimiento puntilloso de cada situación sensible. La escuela fue abrazo, plato de comida, videollamada, ayuda con un trámite y problema de multiplicación hasta rompernos la cabeza. Y fue la forma en la que el Estado se hizo carne en la vida de muchas familias.

Recuperar la memoria del año pasado no es una formalidad. ¿En qué andaba la docencia antes de que la ministra Soledad Acuña la descalificara públicamente, antes de que se dijera que la frustración había sido el motor de nuestra elección profesional, por no mencionar las cualidades económicas o etarias que fueron utilizadas como insultos?

Durante el 2020 la puesta en valor del rol docente coincidió con que las familias apreciaron enormemente nuestro trabajo. Lo percibieron cercano y comprometido. Fue perdiendo relevancia el pedestal sarmientino que escindía la figura del docente de la de cualquier trabajador y elevaba a la escuela del resto de las edificaciones de la cuadra. 

El resultado fue un trazado de redes y un trabajo codo a codo democratizante, tanto de los saberes como de los pocos recursos que fue posible conseguir. Fue un proceso de organización y solidaridad sin el correlato de políticas públicas que cuidaran la continuidad pedagógica en la ciudad.

Los discursos menosprecio hacia la docencia perdieron fuerza. En los horarios principales de la televisión se oyeron voces en primera persona que relataron la experiencia de educar en pandemia. Uno de los canales líderes del minuto a minuto mostró el video de una docente que desde Centroamérica, llorando, contaba al mundo el desgaste que le producía su trabajo durante la pandemia.

Del amor al odio 

¿Por qué el verano 2021 fue tierra fértil para críticas despiadadas a la docencia? ¿Cómo es posible que la figura de docentes apóstoles y sacrificiales durante la pandemia no presentara un quiebre con la posterior descalificación de nuestra tarea?

La respuesta está en reducir los problemas estructurales del sistema educativo a la escala de pasión que las y los docentes le imprimimos a nuestro trabajo. Pareciera que la vocación es el pilar determinante del alcance del sistema educativo.

Las declaraciones de la ministra Acuña dan comienzo a una escalada de violencia: si el supuesto reduccionista indica que la vocación permite sostener la educación virtual, se asume que es la falta de vocación la que no permite una vuelta presencial a las escuelas. 

El ensañamiento del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires con la docencia genera que no tenga lugar nuestra participación al momento de pensar la vuelta presencial. ¿Es un riesgo darnos la palabra? Queremos pensar sobre la realidad de nuestras escuelas mientras lo que se escucha son valoraciones: que la educación es lo más importante, que la docencia tiene que poner más de su parte, que del salario mejor no hablemos y que para las vacunas podemos esperar.

La complejidad de la vuelta a la presencialidad, requirió y requiere del abordaje de múltiples dimensiones que hacen al cuidado de un reencuentro cara a cara necesario y tan esperado. El abandono de gran parte de esas dimensiones no es fortuito ni un mero descuido.

El reduccionismo de la vocación docente como único motor del funcionamiento de la escuela convive en armonía con el escarnio público a los sindicatos, pero pierde de vista algo fundamental. El amor por la tarea, los ensayos y errores, el ejercicio creativo y la dedicación son parte de la voluntad política de defender el derecho a la educación. Porque para muchos de nosotros y nosotras mantener la continuidad pedagógica fue y es, ante todo, una decisión política.

Divide a las familias y la docencia y reinarás

Durante la segunda mitad del 2020 el Gobierno de la Ciudad propuso reabrir las escuelas como cyber, dar clases en los parques y una serie de ideas inviables con las que nos entretuvieron discutiendo mientras seguían sin ocuparse de lo importante. Para cerrar el año, se puso en pie un esquema atropellado de burbujas de asistencia casi testimonial. A grandes rasgos, fracasó. Dejó más fotos que aprendizajes y produjo altos costos para las comunidades educativas.

Bajo la premisa de que las familias necesitan dejar a sus hijos en la escuela para ir a trabajar se funda una contradicción que sólo produce efectos adversos en la enseñanza y el aprendizaje: las escuelas son depósitos y que se abran depende de la vocación de servicio de la docencia.

El gobierno queda absuelto de sus incumbencias reales para ocupar el lugar de panelista. “En la ciudad los chicos tienen que ir a la escuela todos los días cuatro horas”, dicen.

“En las escuelas no hay aulas para que eso suceda, no hay insumos para cuidar a quienes vayan, faltan docentes en cientos de grados y hay docentes sin trabajo”, diríamos si hubiera un micrófono prendido en algún lado. 

En febrero 2021 familias y docentes llegamos a la escuela con una única certeza: queremos la mejor educación posible para los pibes y las pibas. Pero el Gobierno de la Ciudad no parece compartir esa convicción. Algunos puntos por los cuáles el detrás de escena del regreso presencial sólo esconde miseria:

-La falta de infraestructura: en las escuelas de jornada simple es imposible recibir en las aulas todos los días a grados de 20 a 35 estudiantes, garantizar la ventilación y la distancia. Cuando el ejecutivo pide presencialidad se sitúa por fuera de una infraestructura escolar que hace 14 años debe garantizar. Blanquear que el sistema sólo puede ser mixto (presencial y virtual) puede no ser un buen slogan, pero sería más sensato.

-La falta de insumos: los días previos al comienzo de clases maestras, maestros y docentes pusieron en condiciones las escuelas, encontrando desde mesas rotas hasta animales muertos. Pero no todo es “ordenable”: escuelas sin agua, termómetros rotos, falta de alcohol desinfectante y tapabocas son sólo algunos de los obstáculos con los que empezamos el ciclo lectivo 2021.

-La ineficiencia de los actos públicos virtuales: la toma de cargos se demoró, tuvo errores o no fue transparente. Esto generó que muchos grados empezaran el año sin docentes, que docentes empezaran el año sin trabajo, que dos personas tomaran el mismo cargo. 

-Condiciones laborales en jaque: las críticas mediáticas a nuestro trabajo fueron acompañadas del silencio acerca de una recomposición salarial. Empezamos el ciclo lectivo con incertidumbre y oyendo noticias falsas sobre nuestras posturas, mientras tanto crece la brecha entre la inflación y el salario.

¿Con quién se enoja la familia que llega a la escuela y no tiene docente? ¿Qué dice en el trabajo la mamá que dos veces a la semana debe cuidar a su hijo porque no entra todo el grado los 5 días? ¿Qué hace la docente que no tiene ni 40 minutos libres porque no hay profe de música ni de inglés que haya podido tomar el cargo? ¿Qué sienten los chicos y las chicas que deben estar sentados desde que llegan hasta que se van y no reciben ni un refrigerio?

Cumplir el protocolo en condiciones de precariedad representa un descuido a la salud y genera un escenario en el que pensar la enseñanza es una tarea a contracorriente. La intención no es plantear preguntas retóricas, sino abrir inquietudes que se respondan con organización y con políticas públicas. 

A la docencia no se le puede pedir que confíe en un gobierno que tuvo más de un año para acondicionar las escuelas e hizo exactamente lo contrario: reducir el presupuesto educativo. Sin embargo, es necesario seguir organizándonos para exigir respuestas a los problemas que convierten a la escuela en una carrera de obstáculos. Para eso, las comunidades educativas deben volver a mirarse a la cara, confiar en el trabajo del de al lado y clarificar quiénes son los verdaderos responsables. 

¿El objetivo de fondo? Que la educación pública sea un derecho y no un privilegio, que las escuelas vuelvan a ser espacio de encuentro cuidadoso y no de desconfianza, que las condiciones laborales sean dignas para que la enseñanza sea el organizador principal del reencuentro y que democratizar el conocimiento sea un aporte a la construcción de infancias más libres y sociedades más justas.

*Lara Nesis es profesora de Educación Primaria en la Ciudad de Buenos Aires. Delegada de UTE en la Lista Granate.