Por Eileen Sosin Martínez
Ilustración de Juan Soto
Hasta que no abordó no le entregaron sus pertenencias. El recorrido por tierra y el vuelo sumaron en total seis horas. Seis horas desde Tamaulipas (estado mexicano en la frontera con Texas), en un carro de “la migra”, escoltado por otros tres de la Marina, y luego un avión hasta La Habana.
Allí lo esperaba su mamá, que no lloró cuando lo vio, mientras él dejaba sin pudor que las lágrimas corrieran. “Mi negra es fuerte. Si no llega a ser fuerte, uff… hace rato le habría dado un infarto. Fue un abrazo de muchas tragedias superadas”.
Antes de contar su historia, pide que le llamemos Marcos. Para no quemarse, dice.
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Marcos es grafitero y rapero. Llegó al Distrito Federal el 3 de diciembre de 2017, en medio de un frío que hacía tiritar la ciudad. Iba por unos meses, para participar en una beca de intercambio cultural, aunque su estancia terminó alargándose casi un año y medio.
Las primeras dos semanas dibujó, asistió a clases, hizo tareas, compartió con colegas… Tenía la oportunidad de quedarse colaborando con otros proyectos, y así lo hizo. Más tarde buscó un empleo fijo.
La idea de cruzar hacia Estados Unidos vino después, poco a poco. “Si lo hubiese pensado desde un inicio lo habría logrado, sin dudas”.
Con su salario de vendedor y ayudante en una mueblería no le alcanzaba para apoyar a la familia; por ello tomó la decisión. “No hablo de condiciones como carro del año ni nada de eso, sino poder ayudar económicamente a los tuyos que están del otro lado”.
En New Jersey, un amigo de la infancia y su esposa le darían una mano para instalarse y recomenzar. “Iba sin planes, solo ayudar un poco a mi familia; era el único plan. Eso de imaginar cómo te puede ir, o imponerte metas en un lugar que no conoces ya lo omití en mi vida”.
Supo de la caravana de migrantes centroamericanos que intentaba llegar a la frontera norte, pero le pareció muy peligroso. “Las mismas gentes de esos países me contaron: hay mucho malandro, mareros que les roban a sus propios paisanos…”. Entonces esperó un momento en que una mayor cantidad de cubanos trataba de subir.
El viaje se resumía a tomar un ómnibus, solo, desde el DF hasta la zona fronteriza de Matamoros. Allí se encontró con un amigo del preuniversitario, y en el retén los agarró “la migra”. Era de madrugada. Su amigo pudo avanzar porque tenía un salvoconducto, luego de haber pasado dos meses en Tapachula, frontera con Guatemala.
Pero a Marcos se le había vencido su permiso de estancia. “Nunca me fijé en esa vaina”, confiesa. Lo montaron en un ómnibus que estuvo rodando hasta el amanecer. Iba solo, pensando que lo matarían, “sabiendo lo corruptos que son los oficiales allá”.
–¿De verdad creíste que ibas a morir?
–Claro. No será la primera vez que matan y venden gente. Tuve un vecino, Mario Villaseñor, que lo desaparecieron los ‘polis’. Se hicieron marchas, Televisa reportó el caso, y aún no aparece. Así que sería lo más normal que me dieran baja.
A medio camino subieron dos hondureños, y se sintió aliviado con la compañía. Ya había salido el sol cuando lo trasladaron a otro ómnibus lleno de migrantes. Marcos permanecería en un centro migratorio desde el 16 de abril hasta el 18 de mayo de 2019.
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La Estación Migratoria de Tampico se encuentra en uso desde 1999 y puede acoger unas 45 personas, según Global Detention Project, ONG suiza que promueve los derechos humanos de personas que han sido detenidas por razones vinculadas con su estatus de no-ciudadano.
“Varias organizaciones, incluyendo grupos no gubernamentales y la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México, han alegado numerosas violaciones en centros de detención, incluyendo condiciones extremadamente pobres en algunas instalaciones, abuso físico, sobrepoblación, corrupción oficial, inadecuada atención de salud, entre otros problemas”, establece el perfil de país elaborado por GDP.
Asimismo, la propia organización consigna en su web que los esfuerzos de México por detener y deportar migrantes han avanzado en respuesta a presiones por parte de sus vecinos norteños. Durante el mandato de Donald Trump esta tendencia se exacerbó hasta convertir al país en una barrera de contención para quienes pretenden arribar a Estados Unidos.
“Al principio nos tenían incomunicados, no podíamos llamar a Cuba. Desde que llegas al centro tienes derecho a una llamada, la cual ellos te dan al tercer día, o cuando quieran”.
Marcos asegura que pasó cuatro días en huelga de hambre y sed. En otra ocasión, rompió un pomo de cristal y se cortó, a propósito, “por mis derechos, para que me respetaran. Luego me llevaron a un psiquiatra, para evaluarme y encerrarme allí. Decían que era para brindarme primeros auxilios por mis heridas. Pero, bueno, el psiquiatra dijo que yo no tenía nada, que no me podían dejar internado”.
Con sus locuras, como él dice, consiguió que todo el tiempo hubiera agua para tomar, y que cambiaran la alimentación de los cubanos: como no están acostumbrados a los ardores del picante, muchos se quedaban sin comer. “A un sacrificio, un beneficio –afirma–, y con mis sacrificios logré que me dieran 15 minutos de Internet en días alternos”.
Le permitieron ponerse el iddé (pulsera) que lo identifica como hijo de Oshún, diosa yoruba del amor, los ríos y la dulzura. El brazalete de Ochosi, deidad relacionada con la justicia y los perseguidos, también tenía prohibido usarlo, hasta que protestó.
Durante ese mes, Marcos y sus coterráneos se intentaron comunicar y no tuvieron respuesta de la representación diplomática cubana. “Siempre veía llamadas de las embajadas de Guatemala, Honduras, y Nicaragua a algunos de sus casos que estaban en el centro. Con los cubanos nunca hicieron eso”.
Del lado de acá, los suyos podían hacer poco más que angustiarse y esperar. “¿Cómo logras que una madre no se preocupe, siendo yo hijo único, y en una situación así? Es casi imposible”.
No obstante, la religión les brindaba algún aliento. “Yo no soy partidario de estar todo el tiempo poniendo ofrendas ni nada de eso, como algunos fanáticos, que se viran un pie y van a hacer obras. Pero en este caso, lógicamente, sí se hicieron, y todo bien; Oshún pellizca siempre a sus hijos”.
Si al principio albergaba esperanzas de recibir un salvoconducto –“era el proceso que tocaba” –, luego ya le daba igual. “Quería salir de la porquería aquella; prefería quitarle la preocupación a mi familia”.
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Cuando aterrizaron, uno de los comandantes del centro le regaló sus cigarros a Marcos. A pesar de todo había hecho amistad con varios de los guardias, y, de hecho, se mantienen en contacto por Facebook.
En el avión también venían Jóse, el de La Habana; Jóse, el de Pinar del Río; y Rafa, de esa misma provincia. Los cuatro fueron interrogados por oficiales de Emigración. “Eran un hombre y una muchacha. Pero yo creo que la chica tenía ganas de entrevistarme a mí, porque ella eligió; le dijo al hombre: ‘yo lo entrevisto a él’”.
Le preguntó cómo había salido de Cuba, qué fue a hacer a México, cuánto tiempo estuvo… Aquello duró como media hora. “Eso sí lo disfrute, porque estaba jugando con lo que todos se asustan. La muchacha quedó de piedra cuando le dije que fui a hacer una película porno… –Marcos se ríe–. Sí estuve en un casting… pero no di el perfil”.
La primera semana del regreso la pasó emocionado, borracho. “Extrañaba mi cama y mi verdadero espacio, la verdad; y eso que no es gran cosa. A los días fue que me dije: ‘¿¡Yo qué carajo hago aquí?!”.
Desde Heráclito se sabe que nadie se baña dos veces en el mismo río. Marcos tampoco volvió exactamente al punto de partida. “Tengo que admitir que mi mentalidad se transformó un poco con ese viaje”.
–¿Lo volverías a hacer?
–Naa… para nada. Aprendí de esa experiencia, y no es por temor, pero mis cálculos no van en esa dirección.
Cualquiera podría sentirse frustrado, en cambio él afirma que no. “O sea, extraño México y mi banda allá, pero vine con nuevos proyectos, y hay puertas que se van abriendo que hasta a mí me asombran. Creo que los santos como que atraen lo que uno desea, aunque uno no lo diga, y yo deseaba estar en Cuba. Tenía ganas de rapear, y lo estoy haciendo con alguien que me abrió las puertas de su estudio sin poner peros”.
Marcos recuerda su aventura con un tono sereno, el de alguien que tuvo que madurar mucho en poco tiempo:
–La verdad, no me conformo del todo, pero hay que echarle ganas. Estar encerrado eternamente en la burbuja tampoco es mi idea.
*Este artículo fue producido en el marco del Laboratorio de Periodismo Situado.