“¿Por qué yo te tengo que pagar la universidad a vos?”. Así, una joven colombiana estudiante de medicina de la Universidad Nacional de Rosario fue increpada a los gritos en un ómnibus por una mujer, que durante todo el trayecto la increpó por ir a la universidad pública en Rosario, siendo extranjera.
“¿Estudiás en la UNR?”, fue la primera pregunta que le disparó a Paula Ximena una mujer de saco negro, pantalón negro, lentes negros y barbijo blanco, quien hablaba a los gritos, como si su voz valiera más que otras para retumbar en el colectivo por sobre el resto.
—Yo te estoy pagando la universidad, y te estoy haciendo una pregunta. Y no sos capaz de contestarme: ¿por qué yo te tengo que pagar la universidad a vos?, insistía la señora, empujando con su mano el barbijo debajo de su boca. “Esto se va a terminar, en ningún país del mundo un extranjero estudia gratis, sale una fortuna la universidad por mes, nosotros no vamos a pagar más. Porque el gobierno no paga, somos nosotros los que pagamos”.
Así increpó durante 15 minutos una pasajera a otra, que era Paula, una joven colombiana de 19 años que llegó hace tres años a Rosario para estudiar en la Facultad de Ciencias Médicas, y que ahora está cursando su segundo año en la UNR. La situación ocurrió este miércoles alrededor de las 16. La estudiante tomó el 112 Negro en calle Junín y Larrea, junto a una amiga, también colombiana y ya recibida de médica en Rosario. Venían de comprar verduras en una feria, que tiene lugar en una plaza de barrio Ludueña, en la zona oeste de Rosario. Dos cuadras después se subió al colectivo una señora, quien al escuchar la conversación y el acento de las voces, les preguntó directamente qué hacían y si estudiaban en la universidad pública. La más joven de las aludidas asintió con la cabeza, y comenzó a desatarse la tormenta: “Seis de cada diez chicos mueren de inanición en la Argentina”; “Un taxista fue llorando a anotar a su hijo a la universidad y no había cupo” y más. “En tu país no te dejan quedarte, y el gobierno no hace nada”. La mujer profirió que la carrera de la estudiante extranjera la pagaba ella de su bolsillo, y “que se va a terminar la educación gratis para extranjeros”, porque estaban “juntando firmas para que se acabe”. Y que se apure, “porque esto pronto se termina y no vas a llegar a recibirte”.
Frente a los improperios, Paula y su amiga no dijeron nada en todo el viaje. Videos y audios así lo muestran, pero la mujer continuaba, y buscaba complicidad: no la encontró. Más bien al contrario, pasajeras y pasajeros le reprochaban y pedían que dejara de agredir a la joven, o le preguntaban qué hacía ella “por los pobres del país”.
Y le pedían que “por favor”, se subiera el barbijo, y lo colocara “como corresponde”. Incluso el chofer intercedió: o terminaba con las agresiones “o se baja”. Ninguna de las dos cosas sucedió.
Una hora después del inicio, Paula, con voz calma y después de ir contestando a cada pregunta con un: “Sí, señora”, repasó: “Yo sé que todos no son así, y aquí hay personas muy buenas que nos han tendido la mano siempre”.
“Decía muchas groserías, insultos, que ojalá nos muriéramos, que el día que tengamos hijos ojalá se mueran nuestros hijos, que ella nos paga a nosotros todo, que nosotros no pagamos impuestos y que está cansada de recibir a los extranjeros y darnos educación gratis. Nosotras no le contestamos nada porque iba a ser peor, la señora estaba muy muy alterada”.
Paula es de Cúcuta, una ciudad del norte Colombia, cerca de la frontera con Venezuela. Cuando terminó la escuela secundaria, a sus 16 años, rindió el examen para ingresar a la educación pública en la Universidad de Colombia, pero su puntaje no fue el suficiente para permitirle el ingreso. Tenía que ir a una institución privada si quería cumplir su sueño de estudiar medicina, lo que era extremadamente costoso para su familia. Entonces se enteró que una vecina suya había viajado a estudiar a la Argentina. Consultó, decidió, y así llegó a Rosario. Asegura que en la ciudad la recibieron y trataron bien siempre, aunque al principio le costó acostumbrarse a las palabras nuevas: “Acá tienen otro léxico, a las zapatillas le dicen zapatillas, nosotros le decimos tenis”. Y también lo que le pasó ahora le recordó a un hombre, en el primer alojamiento en el que residió: “Cuando llegué a vivir acá fui a una pensión donde había un señor que era igual que la señora del colectivo. Yo creo que por la edad, no sé de qué clase política son, pero hay algunas personas que cuando son muy mayores se aíslan de los extranjeros, no quieren nada con ellos. El hombre era un poco rancio. Luego fui a vivir a otro lugar donde había más personas buenas que malas y que me han recibido con las puertas abiertas”.
Por el contrario, en la UNR siempre se sintió contenida, incluida, segura: “En la Facultad se siente súper bien, la educación es muy buena. Son muy amables, me siento muy bien, nos aceptan demasiado, tanto los profesores como los compañeros. Muchos de los compañeros son de otros países y hay mucha aceptación de parte de todos. Lo único que dijo de verdad la señora que iba en el colectivo es que Argentina tiene educación gratuita y que es un derecho, que lo respetan mucho y que es gracias a todas las personas que han venido luchando año tras año para que eso pueda ser posible. Por eso también estamos acá, eso lo sabemos, pero tampoco era el caso de tratarnos así”.
“La señora decía que ella nos pagaba todo con sus impuestos. Pero no es así, porque nosotros para venir acá pagamos el Impuesto País en el pasaje, para poder ingresar; rentamos un departamento, nos cobran impuestos también cuando vamos al supermercado… Así como ella paga, nosotros también estamos pagando. Debería tener más solidaridad y saber que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos. Pero son más buenos que malos, la Argentina siempre me ha recibido muy bien y me encanta este país”, concluyó la joven.
La agresión terminó cuando la chica bajó con su amiga del colectivo, recién ahí, la mujer de lentes negros dejó de gritar. O al menos, dejaron de escucharla.
*Esta nota fue publicada originalmente en El Ciudadano