Por Dunia Orellana desde Tegucigalpa, Honduras
Josué Vega, de 7 años, pelo claro y ojos vivaces, está de pie junto a su tío y su mamá en el aeropuerto Toncontín en Tegucigalpa, capital de Honduras. Es el 5 de julio de 2009 y en medio de una multitud esperan el avión donde viene el depuesto presidente Manuel Mel Zelaya junto a otrxs tres mandatarixs: Rafael Correa de Ecuador, Cristina Fernández de Kirchner de Argentina y Fernando Lugo de Paraguay.
Josué y su tío Armel contienen el aliento al ver a los soldados que se dispersan como hormigas verdes por la pista para impedir a cualquier costo que la aeronave llegue a tierra. Los militares cubren de enormes piedras el concreto de la pista, pegan gritos y amenazan con sus armas a la muchedumbre que trata de tomar al aeropuerto saltándose muros y barricadas.
De pronto, el pandemonio. Josué y sus parientes se tiran al suelo cuando empiezan los disparos. La multitud escapa como puede, rogando no encontrarse en el camino con un proyectil disparado por los soldados. Solo eran balas de goma, dirán después las fuerzas armadas. Pero una de esas balas de goma mata a Obed Murillo, de 19 años, tras destrozarle la cabeza.
Esas imágenes de muerte y represión son las que se han repetido a lo largo de la corta vida de Josué Vega, que hoy tiene 19 años, los mismos que tenía Obed el día en que murió. De la muerte tampoco escapó su tío Arnel Josué Fernández, de 33 años, asesinado en 2015 en Tegucigalpa por fuerzas represivas del gobierno de Juan Orlando Hernández.
“Lo encontraron con muestras de tortura”, cuenta Josué, quien es activista abiertamente gay e influencer con más de 15.000 seguidores en la red social TikTok, donde usa el sobrenombre Jossfer. Josué ha pasado casi las dos terceras partes de su vida ―12 años― bajo el régimen opresor y calificado de corrupto del Partido Nacional. El mismo al que pertenece el gobierno que, se supone, ordenó el asesinato de su tío Arnel.
Arnel “fue el mejor padre del mundo”, dice Josué. Su papá biológico ha estado ausente de su vida. Su tío era artista, cocinero, cantante, pintor. “Luchaba por los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBTI+”, dice Josué. No pude hablar de él sin que los ojos se le llenen de lágrimas.
Vestido con una camiseta negra que en el pecho lleva estampada la palabra ORGULLO con los colores del arcoiris, Josué sale a la calle en medio de la multitud que celebra la victoria de Xiomara Castro en las elecciones generales del domingo 28 de noviembre de 2021. La sonrisa ilumina el delgado rostro de Josué bajo la helada noche del lunes 29 en Tegucigalpa. Doce años atrás, en el Toncontín, había una multitud enfurecida con el gobierno golpista. Esta noche, la multitud celebra. Lo mismo hacen él y sus acompañantes Amelian Zerón y Kate Orellana, que también pertenecen a la joven población LGBTIQ+ hondureña.
Los tres votaron por primera vez en estos comicios y sienten que su voto les da poder. Están seguros de que se acercan días mejores con el triunfo de Xiomara Castro. Se alegran porque se acaba el gobierno nacionalista, se rompe el bipartidismo que ha dominado Honduras durante toda su historia democrática y, de paso, se instala a una mujer en la silla presidencial. Tres logros históricos en un solo día.
Castro ganó las elecciones aventajando con 20 por ciento a su más cercano rival, el empresario de origen árabe y alcalde de Tegucigalpa, Nasry Asfura. Asfura aceptó la derrota de su partido luego de visitar a Castro en su casa, donde la felicitó por el triunfo del partido Libertad y Refundación (Libre).
Kate, Amelian y Josué caminan entre el desfile de motos, carros y gente de a pie que enarbola la bandera roja de Libre. Entre el ruido de bocinas retumba la canción de moda, Juanchi va pa Nueva York, que a ritmo de merengue se burla de la posible extradición a Estados Unidos del mandatario saliente Juan Orlando Hernández, apodado JOH.
“Siempre he luchado y querido un verdadero cambio”, dice Josué. “Para mí votar por primera vez fue luchar por mis derechos, luchar por mi vida, luchar por mi futuro, luchar por los que vienen atrás de mí”.
El cambio para los tres es el final de un camino sembrado de penas, persecución, discriminación exacerbada por los discursos de odio gubernamentales y religiosos. El propio JOH, en su discurso de independencia del 15 de septiembre de 2021, llamó “enemigos de la independencia” a las poblaciones LGBTIQ+ y a defensores del derecho a decidir.
“Tengo que estar ocultando donde vivo porque tengo miedo de que me asesinen”, dice Kate Orellana, que se protege del viento frío bajo una chamarra negra. Debajo lleva una camiseta a rayas multicolores. “Hablar de temática LGBT+ es así de peligroso. No puedo publicar fotos que digan mi ubicación porque he recibido innumerables amenazas directas de que aparecerás en una bolsa o en un río”.
Kate, defensora de derechos humanos y activista de la diversidad sexual, dice que ha vivido una serie de agresiones por ser lesbiana. “Soy muy honesta: tengo miedo de que me puedan dañar pero el miedo no me paraliza”.
Kate, también influencer como Jossfer, es una chica de 23 años que cautiva a sus miles de seguidores en TikTok con la chispa de sus videos en los que analiza la realidad ―y el riesgo― de ser LGBTIQ+ en un país machista como Honduras.
Con la victoria de Xiomara, Kate espera que las cosas cambien. Está animadísima por haber votado por primera vez a favor del partido ganador. Sonríe a cada rato mientras camina entre la muchedumbre por el céntrico bulevar Morazán. A unos metros se alza la nueva y majestuosa embajada que Estados Unidos está construyendo en tierra hondureña.
“El pueblo está tan cansado de las injusticias y violaciones de derechos humanos que dijo alto, vamos a votar por un cambio”, dice Kate. Las juventudes estuvieron muy activas en redes sociales, agrega con orgullo. Kate es parte de esa enorme actividad juvenil en internet que influyó decisivamente en el comportamiento de los votantes. Para ella, como feminista, votar y participar en la victoria contra el bipartidismo fue un acto lleno de emoción. “Significa que puede haber un total cambio de perspectiva”, dice. “Ya no será un hombre en el poder, ahora es una mujer”.
Para Amelian, de 19 años, votar por primera vez fue también un momento lleno de emociones, pero algunas no fueron agradables. “Fue una experiencia retadora”, relata sobre lo que le sucedió al votar en uno de los barrios más peligrosos de Tegucigalpa.
A las 6 del domingo, día de las votaciones, no había ninguna fila de electores para entrar al centro de sufragio que le tocó. Pero lxs ciudadanxs esperaban junto a los portones de hierro porque los empleados del Centro Nacional Electoral (CNE) se negaban a abrir para empezar el proceso.
Amelian esperaba que las cosas se desarrollaran con rapidez porque, en su condición de adolescente trans, mientras más dura la exposición, más probable es enfrentarse a la discriminación machista de las ciudades de Honduras. Como en otros centros de votación de todo el país, el proceso electoral se retrasó.
Después de tres horas de golpear los portones, los votantes pudieron entrar.
Un grupo de observadoras trans tuvieron que esperar afuera del edificio porque los militares que custodiaban el sitio no las dejaron entrar, aunque poco antes sí habían permitido el ingreso de otros observadores heteronormales. “Al final las dejó porque otros les reclamaron, pero les habló de muy mal modo después de pedirles sus documentos”, dice Amelian.
Ella sí pudo entrar de inmediato, pero solo para afrontar otro reto: presentar su documento de identidad, en el cual no aparece con su identidad de género autopercibida. Como todas las mujeres trans hondureñas, Amelian debe lidiar a diario con la falta de una ley que le permita aparecer en su cédula con la apariencia y el nombre que ella desea tener.
“Analicé muy bien mi voto”, explica Amelian. “Voté por Xiomara y su partido con la fe de que ella pueda hacer un gran cambio para la población LGBTI+ en Honduras. Esa equis en su casilla la marqué con tanta fe y esperanza en que haga un cambio urgente en mi país”.
Como Amelian, Josué tiene la esperanza de que el nuevo gobierno “cambie el país” y que también le permita a su familia “tener al menos acceso a las pruebas del caso de mi tío”.
Josué no participó en los festejos del día de las elecciones. Trabajó en las mesas receptoras de votos desde las siete de la mañana del domingo hasta las tres de la madrugada del lunes. No ha dormido una gota, pero está dispuesto a no dejar pasar el lunes sin celebrar como se debe.
No tuvo celular durante más de 20 horas, pero cuando fue al baño escuchó el primer conteo de votos que le daba a Xiomara Castro la ventaja de 20 puntos. La tendencia se mantendría en las horas siguientes. “Me quedé unos minutos más esperándolo”, relata. “Escuché el resultado y la verdad fue una emoción que a mí no se me contuvieron las lágrimas”.
Josué, Amelian y Kate se alejan en la noche. Van tomando fotos del festejo con sus celulares. Caminan con la seguridad, o “la fe”, como dice Amelian, de que esto no es un sueño, de que Honduras está realmente lista para el cambio.