“Boliviana de mierda” fue una de las últimas palabras que escuchó Marcelina Meneses el 10 de enero de 2001, antes de que a ella y a su bebé de 10 meses los empujaran del tren Roca en movimiento.
Marcelina tenía 30 años. Ese día viajaba desde Ezpeleta hasta el hospital Fiorito, en Avellaneda. No sólo cargaba en brazos a su hijo Alejandro Joshua Torres, sino que llevaba bolsas. Hizo todo el trayecto parada. Nadie le cedió el asiento.
Cuando iba a bajar en la estación Avellaneda, rozó con una de las bolsas a un pasajero de unos 65 años. “Boliviana de mierda”, le dijo. Otro pasajero, Julio César Giménez, quien luego fue testigo en la causa, le dijo: “Che, tengan más cuidado, es una señora con un bebé”. Ahí saltaron más: “Estos bolivianos nos vienen a sacar el trabajo. Como los paraguayos y los peruanos”.
En el medio del tumulto apareció un guardia. Giménez escuchó que dijo: “¡Uh! ¡Otra vez estos bolivianos haciendo quilombo!”. Los insultos siguieron y Giménez esta vez escuchó: ‘¡Uy, Daniel, la puta que te parió, la empujaste!’”.
Los cadáveres de Marcelina y Alejandro fueron encontrados en las vías, cerca de la estación Avellaneda. La empresa ferroviaria (Trenes Metropolitanos Roca) dijo que fueron atropelladxs cuando caminaban por el sector de vías.
El testigo Giménez denunció que la empresa ferroviaria quiso sobornarlo para que cambiara su testimonio.
Ese testimonio fue desestimado por el fiscal de la causa, Andrés Devoto.
En 2020, la Legislatura porteña declaró el 10 de enero como el “Día de las Mujeres Migrantes”. El crimen racista de Marcelina y su hijo sigue impune.
¿Cómo es vivir en un país con costumbres y cultura distintas? ¿Cómo afrontar la discriminación, el racismo y el sexismo estructural? Hoy traemos la historia de Seynabou Sane, una mujer senegalesa que llegó a la Argentina hace 20 años, formó una familia y fundó una agrupación de mujeres senegalesas.
Por Seynabou Sane*
Nací en Senegal un 31 de enero de 1972. Mi vida allá era una vida normal, no éramos ni ricos ni pobres.
Vengo de una familia de gente trabajadora que luchaba para salir adelante. Somos nueve hermanos. Yo soy la más grande de tres mujeres y seis varones. Mis padres ya fallecieron y mis hermanos están repartidos: una en España, uno en Italia y el resto sigue en Senegal.
De mi infancia en Dakar recuerdo la vida en casa con mis hermanos. También recuerdo mucho a mis padres. Eran personas que salían a trabajar día a día para mantener a su familia en buenas condiciones. Todos sabemos que allá la vida no es fácil.
Mi papá trabajaba en una fábrica y mi madre comerciaba. Ella tenía un puesto de verdura en un mercado del barrio. Era un negocio que había empezado desde abajo, ya que primero vendió fruta de estación en la entrada de la casa familiar.
En África se vive un poco distinto a Argentina. Las costumbres son diferentes porque, por ejemplo, nosotros vivíamos en una casa grande en la que, además de mis hermanos, también estaban mis primos y mis tíos.
No es una vida de mucho encierro como acá, sino más bien abierta. La gente se va por las mañanas a sus trabajos y los chicos, si no tienen que ir a la escuela, salen a jugar sin la preocupación de los padres por saber en dónde están sus hijos. Es una vida en comunidad, entre los vecinos nos cuidamos. Cuando tus hijos están afuera tú estás tranquilo porque sabes que alguna persona adulta está vigilando. En cambio, aquí no se me ocurriría dejar a mi hijo chiquito jugando afuera sin mi presencia.
Cuando vivía allá, cursé dos años en la Facultad de Derecho de la Universidad de Dakar, pero no pude seguir con mis estudios por problemas económicos. Encontré un trabajo al que me dediqué un par de años, pero también lo tuve que dejar porque tenía que cuidar a mi mamá que tenía problemas de salud.
Ella falleció en 1999. Ese mismo año me casé con un hombre que decidió establecerse en Argentina. Por eso, a principios del año 2000 viajé a Buenos Aires. Tenía 27 años. Vine para formar la familia que tengo hoy.
La verdad es que el cambio de país fue totalmente brusco. Yo había estado toda mi vida en Senegal, no conocía ningún otro lugar porque ni siquiera viajaba por el interior del país. Todo era tan diferente.
Viajé de Dakar a Madrid y de ahí a Buenos Aires. No me olvido de que, al llegar, sentí otro olor; no feo, sino más bien extraño. No lo llego a explicar claramente. Era una sensación mía: el aroma de otra tierra.
Mi esposo se llama Abba. Él había salido, como salen todos de Senegal, para buscar mejores condiciones de vida, para probar suerte porque allá no le iba bien. Al principio pensaba irse a Estados Unidos, pero, como no era tan fácil llegar hasta allá, planeó viajar primero a algún país de América Latina, a ver qué pasaba. En Buenos Aires encontró una vida estable, un trabajo en una fábrica automotriz, y se quedó.
Los primeros años fueron un poco difíciles para mí porque no tenía conocidos. En esa época no había tantos senegaleses como ahora. Me sentía sola. Mi marido salía a trabajar y yo me quedaba dando vueltas en la casa.
Fue muy difícil, la verdad. La soledad y la nostalgia te matan.
Yo creo que no es fácil dejar tu país y empezar de cero en otro. Todas las historias son diferentes, por supuesto, pero a mí la nostalgia me marcó mucho. Estaba acostumbrada a convivir con mis hermanos, con mi familia, a hacer una vida en comunidad y acá, en cambio, para hablar con mi gente tenía que viajar desde San Telmo hasta Once, en donde había cabinas telefónicas con tarifas especiales. Desde el teléfono fijo de casa no podía llamar porque era muy caro. El problema era que, a veces, la red en Once no andaba bien y eso implicaba volver a casa sin haberme comunicado con mi familia.
Por carta era todavía peor porque tardaban un mes en llegar. Lo bueno es que hoy con el WhatsApp se soluciona ese problema.
***
De la militancia o el compromiso social, pues yo digo que a veces uno no elige, sino que las condiciones hacen que gente como ustedes, estudiantes y otras personas te busquen para sus entrevistas porque llevas años en el país y porque, dentro de todo, manejas bien el idioma español.
Soy presidenta de una asociación de mujeres del sur de Senegal que se llama Karambenor. Significa “ayudarse entre sí” y fue creada en 2012. Varias de nosotras empezamos a juntarnos años antes, pero éramos muy pocas y no daba como para formar una organización. A medida que fueron llegando más mujeres, creció nuestro deseo de formar la asociación. Y lo pudimos concretar.
Todo eso fue ocurriendo porque a mí también me gusta estar, ser parte de un trabajo colectivo y hacer todo lo posible para dar a conocer la cultura de mi país.
El objetivo de Karambenor es ayudarnos mutuamente, participar en la divulgación de la cultura senegalesa en particular y de la africana en general, pero también, en la medida de lo posible, participar en el desarrollo de nuestro país Senegal.
Las actividades de Karambenor eran muy variadas, aunque con la pandemia nos pasó lo mismo que a todos, tuvimos que hacer una pausa casi total.
Antes hacíamos reuniones mensuales. Como no tenemos una sede, organizamos rondas entre las integrantes de la asociación para decidir, a través de un sorteo, en qué casa nos vamos a juntar para hablar de nuestros proyectos, buscar soluciones a nuestros problemas y vivir unidas nuestra cultura.
También organizamos eventos en los que, además de buscar fondos, mostramos distintos aspectos de nuestro país.
Me siento orgullosa de la solidaridad que existe dentro de la comunidad senegalesa porque, cuando uno está en dificultades el resto se preocupa y de ahí sale la ayuda en busca de soluciones. Es una faceta que me gusta de mi comunidad.
Con lo de la discriminación, pues no somos una excepción, se vive como en todo el mundo. También la sufrimos, cada uno se defiende como puede, aunque claro que es algo incómodo, feo. Ojalá algún día logremos erradicar la discriminación, confío en que luchando como lo hacemos seguro la situación irá mejorando.
***
Cambié mucho en estos 20 años. Cuando llegué tenía demasiada timidez, pero hoy logré vencerla en gran parte. Por ahí antes, frente a ciertas agresiones verbales, no reaccionaba porque pensaba que simplemente no valía la pena, pero a medida que aprendí el idioma y entendí a la gente, fui capaz de defenderme a mi manera.
Lo más importante de mi vida en Buenos Aires ha sido mi familia. Tener la posibilidad de mandar a mis hijos a la escuela, ver cómo crecen, todo eso es muy reconfortante.
También valoro la forma en que se organiza la comunidad senegalesa y cómo, a pesar de no tener representación diplomática acá, se logran solucionar gran parte de los problemas de los compatriotas.
Lo que más quisiera hacer en este momento es terminar el trámite para que Karambenor ya tenga la personería jurídica, pero quedan pendientes algunos pasos más. Sería genial tener un espacio propio para realizar nuestras actividades y mostrar lo que es la cultura senegalesa en todos sus ámbitos.
Ahora trabajo en la Comisión Nacional de Refugiados donde, entre otras tareas administrativas, hago de intérprete a mis compatriotas que no hablan bien el español.
Además, siempre trabajé como comerciante. Tenía un local, pero tuve que cerrarlo por la pandemia. De todas formas, sigo vendiendo ropa africana por internet y a eso me dedicaré hasta que tenga la posibilidad de hacerlo.
En todo este tiempo volví dos veces a Senegal. El primer viaje lo hice después de una década de vivir acá.
Fue algo realmente hermoso. Pensar que había salido de allí sola hacia Argentina y ahora volvía acompañada con mis dos hijos.
Al llegar, me sentí un poco como extranjera. Es que, después de 10 años, muchas cosas eran diferentes: mi padre había fallecido y mis hermanos habían crecido. Algunos ya estaban casados y tenían hijos que yo todavía no conocía.
Ese primer regreso a Senegal, que duró un mes, fue muy difícil, tanto como tomar el avión para volver luego a Buenos Aires. Es que la tierra de una, es la tierra de una. Después de haber pasado tantos años afuera, sentía que quería recuperar el tiempo perdido.
La vuelta fue con mucha tristeza.
Pero bueno, acá estoy hoy, partida entre dos naciones: Senegal, que llevo en lo más profundo de mi ser, y Argentina, que me abrió las puertas para nuevas oportunidades.
*Senegalesa. Fundadora de “Karambenor” Agrupación de mujeres senegalesas en Argentina.
Este texto forma parte de la revista Las que fuimos, las que somos: relatos de vidas en movimiento, realizada por la Comisión Argentina para Refugiados y Migrantes (CAREF). Esta publicación se inscribe dentro del proyecto Cerrando Brechas II. Desnaturalizando violencias ocultas para erradicar la violencia de género promoviendo la igualdad, con el apoyo de la Unión Europea. Su versión online se puede leer acá
Cerrando brechas es un consorcio de organizaciones coordinado por el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), entre las que está CAREF.