Abro los ojos. En un acto cuasi instintivo agarro el celular y apago la alarma. Me levanto, preparo el desayuno y hago un breve repaso de las noticias del día. Otro incendio en la Patagonia. Otro ecosistema en estado crítico. Otra ley frenada por los intereses de una minoría vuelve a foja cero y pierde estado parlamentario.
Voy a Instagram para despejarme un rato y ahí tampoco el panorama es alentador. Colapso. Extinción. Fin del mundo. Las palabras retumban y de a poco siento como mi cuerpo se tensa. Trato de recordar cuántos años dicen los científicos que nos quedan y la mente se me pone en blanco. ¿Eran veinte, diez, cinco? ¿Estamos a tiempo de hacer algo o de verdad será demasiado tarde? Sigo viendo historias, me hago preguntas e inevitablemente me angustio.
“Como ciudadanía es muy doloroso ver que los negocios valen más y que, aunque no haya consenso social, se siga adelante con este modelo de (mal) desarrollo. Yo soy muy positiva y comunico siempre desde un lugar de amor, tratando de convocar a que hagamos cosas, pero fin de año me devastó. Terminé el 2021 con muchísima angustia y con una sensación real de que lo que hacía no servía para nada”, me cuenta Maria Natalia Mazzei, activista ambiental, abogada y creadora de contenido en @ecointensa, y hago eco de su desazón.
Lo que nos pasa a muchos tiene nombre: eco ansiedad. Así llama la Asociación Americana de Psicología al miedo real y concreto a un posible escenario de cataclismo ecosistémico. Si bien no se lo clasifica como un trastorno de salud mental diagnosticable, lxs profesionales coinciden en que los efectos de la crisis climática y ecológica son reales y pueden generar miedo, tristeza y desesperación, especialmente en las generaciones más jóvenes.
Los resultados de una encuesta realizada en 2021 a más de 10 mil jóvenes de 10 países de entre 16 y 25 años a cargo de la Universidad de Bath y la organización Avaaz son contundentes: el 60 por ciento afirma sentirse preocupadx por la situación actual del planeta y más del 45 por ciento ve su vida diaria afectada por el temor e incertidumbre en relación al futuro sobre la Tierra. El estudio revela que existe un vínculo directo entre los niveles crecientes de ansiedad y la falta de políticas climáticas concretas.
“Esto muestra que la eco ansiedad no se debe sólo a la destrucción ambiental, sino que está indefectiblemente ligada a la inacción de los gobiernos en relación al cambio climático. Los jóvenes se sienten abandonados y traicionados por los gobiernos”, dice la doctora e investigadora Caroline Hickman en una entrevista con la BBC News.
Hickman es psicoterapeuta de la Universidad de Bath, se especializa en psicología del clima y trabaja con infancias y adolescencias en escuelas. “Lo que más les genera ansiedad es cuando nadie les habla sobre el tema. Un 48 por ciento manifestó sentirse ignorado por otras personas”, añade y señala la necesidad de ser honestos y generar espacios de escucha donde lxs jóvenes puedan hablar abiertamente sobre sus emociones.
Desde el Royal College of Psychiatrists, institución que trabaja la eco ansiedad en Reino Unido, resaltan la importancia de nutrir los lazos comunitarios, forjar redes activistas y tomar pequeñas acciones locales que permitan conectar con la naturaleza y bajar los niveles de angustia. Advierten que la sobrecarga de información puede ser contraproducente y sugieren tener momentos de ocio y desconexión.
La salud mental importa y todavía está atravesada por tabúes y estigmas. Vivimos en un mundo en emergencia climática, pero también vivimos en un mundo donde la depresión afecta al 5 por ciento de la población adulta y eso no es un dato menor. No todxs procesamos los estímulos y acontecimientos de la misma manera (¡ni al mismo tiempo!) y eso no implica desinterés o indiferencia.
Nadie es más o menos (o peor) activista por elegir tomar un descanso y esquivar la bala del “burn out”. Urge repensar las prácticas de cuidado individual y colectivo y entender que la sustentabilidad y la construcción de un mundo menos violento y más justo también pasan por aprender a cuidarnos y a tejer vínculos más sanos con nosotrxs mismxs.
No se trata de negar la realidad o de caer en falsos positivismos. Se trata de resignificar las narrativas de la crisis climática y ecológica desde la empatía y la inclusividad comprendiendo que la terapia del shock a largo plazo desgasta y complejiza aún más las luchas que internamente llevan adelante quienes padecen trastornos de salud mental.
La propuesta no es mirar hacia el costado o ser tibixs. Muy por el contrario: la invitación es a abrir bien los ojos y a activar desde el deseo intrínseco de cambiar las cosas y no desde la parálisis y el miedo al colapso. El ecocidio es real y el momento es ahora pero, ¿qué mundo vamos a salvar si nos perdemos en el camino?
“La forma que encontré de lidiar con la angustia en ese momento fue ponerme a sembrar. Tengo un pequeño jardín en mi casa y un día fui al vivero, compré plantines y trabajé en un rincón de tierra. Lo sentí súper simbólico y sanador. Ecoinstensa como espacio de comunicación también es una forma de canalizar la eco ansiedad, transmutarla y convertirla en algo mejor”, dice Natalia y me recuerda que a veces el puntapié inicial no está en el ojo de la tormenta, sino más bien ahí, en el latido de lo simple y cotidiano.