15 años sin Fuentealba, el maestro que se volvió bandera

Por el asesinato de Carlos Fuentealba hay un policía condenado a prisión perpetua. Recién el año pasado se elevó a juicio la causa contra ocho altos mandos de la fuerza de seguridad. El ex gobernador Jorge Sobisch, quien dio la orden de reprimir, nunca fue imputado. Sandra Rodríguez, la compañera de Carlos, encabeza esta lucha judicial e histórica.

15 años sin Fuentealba, el maestro que se volvió bandera

Por Natalia Arenas
04/04/2022

La noche del 3 abril de 2007 a Sandra Rodríguez le costó dormirse. Había cenado en su casa, en familia, con su compañero Carlos Fuentealba y sus dos hijas de 10 y 14 años, Ariadna y Camila. Durante la cena hablaron del conflicto docente que ya los tenía agotados: el salario estaba congelado hace años y en Neuquén la situación no daba para más.

Cuando la asamblea de la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén (ATEN) decidió que el 4 de abril, en Semana Santa, movilizarían hasta la ciudad de Arroyito, Sandra y Carlos discutieron sobre quién de los dos iría. Acordaron que sería Carlos.

-Yo voy. Pero si no se arregla, el lunes vuelvo al trabajo. 

“Estábamos muy desanimados, muy deprimidos. Teníamos una precarización de salario muy terrible. Estábamos en el borde de todo. Por eso se toma la decisión de ir a Arroyito para llamar la atención del gobierno y del resto de la sociedad y para decir ‘basta, no soportamos más”, cuenta Sandra a Cosecha Roja. 

Esa noche, después de cenar se acostaron. Sandra recién se pudo dormir cerca de las 3 de la mañana. Cuando Carlos se levantó, agarró su mochila y el mate y se fue para Arroyito, ella estaba dormida. Eran las 6 de la mañana del 4 de abril.    

Sandra salió de la cama a las 8 y prendió la radio. Sintonizó La Voz del Comahue. Un periodista de esa emisora estaba en Arroyito cubriendo la manifestación. Sandra lo llamó a Carlos al celular. Él le contó que la Policía había empezado a reprimir con gases lacrimógenos. 

En las tres horas de la manifestación la Policía reprimió tres veces. Sandra se mantenía comunicada con Carlos y seguía todo por la radio. La última comunicación con él fue después de que la Policía diera la orden de desalojar. 

-Tienen cinco minutos para retirarse.

Cinco minutos. Lxs más de 800 docentes empezaron a retirarse. Y la Policía empezó a tirar.   

Sandra escuchó por la radio que la cosa estaba peor. Se oían gritos. Carlos no atendía el teléfono. El periodista dice:

-El herido es un compañero, se llama Carlos. 

Sandra empezó a temblar.

“El efecto que tuvo esa granada de gas lacrimógeno fue irreversible. Carlos murió casi desangrado en la ruta”, dice. 

***

A Carlos Fuentealba, de 40 años, lo mató el impacto de una granada de gas lacrimógeno que arrojó el oficial José Darío Poblete desde muy corta distancia y hacia el Fiat 147 en el que viajaba el maestro. La granada atravesó la luneta del auto y le dio en la nuca.   

Lxs compañeros que viajaban con Carlos en el auto lo bajaron inmediatamente y lo apoyaron en la ruta para auxiliarlo. La Policía seguía reprimiendo. Incluso un camión hidrante empezó a tirarles agua. Un fotógrafo y un camarógrafo los enfrentaron:

-Hijos de puta, paren que hay un herido grave.

Pararon.

Poblete, integrante del Grupo Especial de Operaciones Policiales (GEOP) de Zapala, fue condenado a prisión perpetua el año siguiente, en una causa que se conoció como “Fuentealba I”. 

La causa “Fuentealba II”, la que investiga las responsabilidades de los altos mandos policiales y del gobierno del entonces gobernador Jorge Omar Sobisch, no se resolvió tan rápido. Después de 15 años de un derrotero judicial y una causa estancada, por la que pasaron seis fiscales que se dedicaron a pedir absoluciones para los imputados e impugnaciones para los testigos que presentaba la querella, el juez de Garantías Lucas Yancarelli la elevó a juicio. Son ocho los policías acusados. El fiscal Breide Obeid acusó a Benito Matus por abuso de armas y lesiones leves y la querella, encabezada por los abogados Marcelo Medrano y Ricardo Mendaña, acusó también a Carlos Zalazar, Moisés y Adolfo Soto, Jorge Bernabé Garrido y Mario Rinzafri por abuso de autoridad y encubrimiento, y a Aquiles González y Julio Lincoleo por encubrimiento agravado.    

“Estamos en una instancia única. Hemos ganado una batalla jurídica muy importante”, dice Sandra a Cosecha Roja. “Se ha tomado a la causa como una causa compleja, antes se decía que era una causa simple y por eso debía prescribir”, agrega.

Para Sandra es importante que la sociedad sepa qué fue lo que pasó. Y que el juicio pueda revelarlo. “Que se sepa porqué hablamos de operativo: porque no fue sólo Poblete, un policía loquito que se le ocurrió disparar a un auto cualquiera. Hubo una intencionalidad, una planificación, hubo órdenes”, detalla. 

No es casualidad, piensa Sandra, que frente a los más de 30 testigos, entre docentes y periodistas, que la querella presenta, la defensa tiene sólo uno: el ex gobernador Sobisch. 

“Si llegáramos a condenar a estos altos jefes policiales, sería un fallo histórico. Podríamos decir que logramos condenar a la institución de seguridad y de la policía. Sería la primera vez que se enjuicie a los altos mandos”, dice Sandra y recuerda, como ejemplos, a los crímenes de 2001 y los de Kosteki y Santillán, en 2002. 

“Porque no es todo lo mismo. Esto no fue gatillo fácil. Fue un operativo, una organización. Se tomó a las fuerzas de seguridad para lograr un objetivo de un descerebrado como es Sobisch”, dice.    

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El nombre de Carlos Fuentealba se estampó en banderas, remeras, se pintó en paredes y en plazas y se corea en cada marcha docente. Durante estos largos 15 años, el pedido de justicia moviliza no sólo a los gremios y sindicatos docentes de la provincia y de todo el país, sino a toda la comunidad educativa. 

Cuando Sandra habla del asesinato de Carlos detalla punto por punto las irregularidades de esta segunda causa, recuerda los nombres de los fiscales y tiene un número: 37 funcionarios, entre jueces, fiscales y vocales que pasaron por esta causa. “Si el juicio no se concreta, va a ser un escándalo. Y el Poder Judicial de Neuquén deberá asumir los costos políticos de esto”. 

Sandra sabe que lleva una bandera de una lucha que construyeron entre muchxs y muchas veces eso la supera. Ella lleva “la mochila” -dice- de afrontar cada instancia judicial. Necesita que se termine. No sólo para que haya justicia, sino para poder recordar los buenos momentos. Los días felices con Carlos.         

“Hay cosas que no puedo recordar y me encantaría recordarlas porque tal vez sea el último recuerdo que tengo de Carlos”, dice. 

***

Carlos Fuentealba nació el 14 de septiembre de 1966 en Junín de los Andes. Fue uno de los cinco hermanos de una familia conservadora. Para recibirse de técnico químico se mudó a la capital de Neuquén.

La docencia aparecería en su vida varios años después, incluso luego de militar en el Movimiento Al Socialismo (MAS). Recién se recibió de docente en 2005. Quien lo acercó a esa carrera fue su compañera Sandra, quien para ese entonces daba clases en escuelas de la zona oeste de la provincia. 

Sandra enumera los momentos más brillantes de él: cuando nacieron sus dos hijas, cuando consiguió la casa propia y cuando se recibió de maestro. 

“Carlos tenía adoración por nuestras hijas, brillaba por verlas reir y jugar”, dice. “Ahí me di cuenta que él quería ser maestro. Le encantaba el proceso de enseñar a leer y escribir. Su máximo referente era Paula Freire”, detalla. Leía mucho: marxismo, economía, todo lo que tenía que ver con ciencia. Y le gustaba la actividad física al aire libre. 

Acaso no es casualidad que su hija Ariadna hoy esté estudiando bioquímica y Camila sea profesora de Educación Física. 

Los años de terapia la ayudaron a Sandra a sacarse la culpa: por llevarlo a la docencia, primero, y por no decirle “no vayas” cuando la asamblea acordó ir a Arroyito. 

“Para esta fecha, en estos 15 años siempre la noche previa es peor que el día. Es ese bendito deja vou. Sé que si pudiera volver le diría quedate acá, no vayas a ningún lado, no traicionamos ninguna lucha quedándonos”, lamenta.

Dice que Carlos era un hombre muy protector. “Pero proteger para liberar”, dice. “Obviamente tenía sus cuestiones machistas, no sólo por la época sino porque venía de una familia muy conservadora”, detalla. “Yo creo que él era muy vanguardista para su educación tan conservadora”, dice y recuerda que por aquella época en Neuquén empezaban a manifestarse los primeros movimientos feministas. “Él era uno de los se acercaba a hablar y debatir con las compañeras”.  

Era carismático. Se llevaba bien con todxs, incluso con quienes no compartía nada. Le gustaba polemizar de religión, de política, de filosofía. “No hay nadie que te diga: yo con Carlos me llevaba para la mierda. Era muy difícil llevarse mal con él”, cuenta. 

Carlos y Sandra eran una pareja que compartía. Que se apoyaban mutuamente. Cuando él decidió hacer la carrera docente, ella lo bancó económicamente. Y luego ella quiso hacer otra carrera y ahí fue él quien la bancó a ella. “Compartíamos hasta la miseria, el pelear el mango, con tal de que el otro pudiera realizarse y ser una persona íntegra”, recuerda. 

“Ese Carlos que yo te cuento no es el Carlos del que todo el mundo habla. Lo que yo estoy viendo es que Carlos es una construcción cultural, política y colectiva, que fue apropiada por la gente”, dice. “Esa apropiación construye una imagen que para nosotros ha superado cualquier expectativa”. 

Sandra necesita cerrar y seguir viviendo. Logró volver a ser feliz, dice. Su motor son sus hijas. Le gusta pintar. No pudo volver a dar clases. Se transformó en una referenta política.     

“Yo valoro mucho la vida, sería hasta una contradicción no hacerlo. Con Carlos aprendí a disfrutar las pequeñas cosas, ir al lago, ver la montaña, disfrutar la naturaleza, el aire libre”, dice.

En febrero de 2019, Sandra, sus hijas y dos de los hermanos de Carlos hicieron una pequeña ceremonia en el Paimún, un lago pequeño entre el Huechulafquen y el Pesquero, y esparcieron las cenizas de Carlos Fuentealba. En uno de sus lugares en el mundo.

Carlos, sus hijas y Sandra en el lago Paimún.

Natalia Arenas