Semana.-
La conoció en la calle. La invitó a tomar y bailar. Más tarde intentó llevársela a un lugar alejado, pero terminó acostándose con ella en su taller, en el barrio 7 de Agosto de Bogotá. Al final, le destrozó el cuerpo a machetazos. Así fue como la noche de ese jueves 2 de mayo de 2002, Javier Velasco asesinó a Dismila Ochoa. Diez meses después, un juez penal lo declaró autor material del homicidio, pero lo consideró inimputable, es decir, que por sus problemas mentales no era responsable de sus actos y no se le podía castigar. Pasó tres meses recluido en un centro psiquiátrico, pagó una multa de dos salarios mínimos y, a diferencia de otros asesinos, salió a la calle con la orden de mantenerse en el tratamiento psiquiátrico.
Hoy todo indica que a Velasco -un psicópata transitorio, cuya personalidad limítrofe exacerbada por el alcohol y la marihuana nunca dejó de ser un peligro para la sociedad- no le ayudaron los médicos. Casi exactamente diez años después de asesinar a Ochoa, el pasado 24 de mayo, reincidió. Invitó a tomar y bailar a una compañera de colegio, Rosa Elvira Cely, la condujo en su moto a un inhóspito paraje del Parque Nacional y, tras golpearla, violarla y maltratarla sexualmente con la rama de un árbol, la apuñaló y escapó.
El homicidio era calcado del anterior: la brutalidad del acto fue idéntica y la víctima, otra mujer. Cuando la Policía detuvo a Velasco días después, la televisión mostró a un hombre alto con la cara rojiza, aretes, gafas y un pañuelo verde en la cabeza. El país tenía en frente no solo a un homicida de mujeres. También presenciaba cómo por los estrados judiciales desfilaba un ejemplo del fracaso del Estado. ¿Cómo logra un potencial asesino evadir la cárcel? ¿Y por qué el Estado carece de medios para proteger a la ciudadanía de personas que, por razones médicas, no pueden estar en prisión?
Este crimen contra la vendedora ambulante Cely tiene a Colombia indignada desde que, hace poco más de una semana, la mujer murió a causa de las cuchilladas. El domingo de la semana pasada, más de 8.000 personas marcharon en el Parque Nacional. Mujeres de la Policía vigilaron la protesta, y como los demás, también ellas agitaban pañuelos y llevaban rosas en la solapa. Políticos, activistas y cientos de ciudadanos de a pie alzaron su voz contra la violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres en Colombia. Nadie entendía cómo un homicida como este había quedado libre.
SEMANA revisó la sentencia que le dio la libertad a Velasco hace diez años, conversó con expertos y halló una realidad escabrosa. Si bien el procesamiento jurídico y el tratamiento médico de asesinos como Velasco hasta hoy son un desafío en todos los países del mundo, en Colombia, a diferencia de otros lugares, asesinos confesos como él pueden permanecer en libertad y sin vigilancia.
Tres días antes de que, en 2002, un juez salvara a Velasco de quedar 30 años tras las rejas, sorprendentemente el fiscal del caso también había intervenido a su favor. Si bien ya entonces Medicina Legal había descubierto su traumática infancia y adolescencia (él mismo contó cómo su padre lo había herido con un cuchillo en la pierna) y su inestabilidad profesional y emocional, el fiscal lo presentó como un “hombre trabajador”, dedicado a sus hijos. Y pidió que fuera declarado responsable por el delito de homicidio simple y no por homicidio agravado. Argumentó que el “punto neurálgico” del caso era la dificultad de tener la certeza de si Velasco sabía lo que hacía cuando mató a Dismila Ochoa. El defensor acogió la interpretación del fiscal, y hasta Velasco intervino: “Yo quisiera que se tuviera en cuenta que quiero reintegrarme nuevamente a la sociedad”. Setenta y dos horas después, resistiéndose a aceptar que hubiera sevicia en el crimen, el juez le impuso una “medida de seguridad” que consistía en que el homicida de mujeres pasaría tres años rehabilitándose en un instituto psiquiátrico.
La frase cínica de Velasco toca un punto crítico de la Justicia en Colombia. El país carece de mecanismos para reintegrar a gente como él. Según Medicina Legal, Velasco cometió su primer crimen en un estado que los forenses llaman ‘trastorno transitorio’. Una situación pasajera que presentan quienes padecen de ‘personalidad limítrofe’. Es decir, en el día a día es una persona aparentemente normal, pero cuando está bajo ciertas circunstancias, estalla. “El que lo sufre no sabe lo que tiene”, le dijo a SEMANA José Manuel Calvo, director de Psiquiatría de la Universidad Nacional. Según Calvo, el trastorno afecta la personalidad de forma permanente, pero solo se manifiesta cuando circunstancias como el estrés, el alcohol y las drogas se reúnen. Así, lo que Velasco habría experimentado la noche que mató a Dismila Ochoa sería un “brote psicótico” que transformó su estado mental. Esto explicaría por qué siempre insistió en que no recordaba nada.
En Colombia, la ley ordena que personas como Velasco no pueden ser encarcelados y que merecen un tratamiento. Aunque cause escozor, este caso no es igual que el de psicópatas como Luis Alfredo Garavito que violó y mató a 138 niños. “El de Garavito es un caso de trastorno antisocial, que es intratable”, dijo a SEMANA María Margarita Tirado-Álvarez, experta en el tratamiento jurídico de inimputables. “El mal de Velasco sí es tratable, pero en Colombia hay una desconexión entre lo psiquiátrico y lo penal”, añadió. Que el juez lo haya mandado a un instituto puede tener fundamento psiquiátrico. La gravedad radicaría más bien en lo que vino después.
Según documentos a los que tuvo acceso SEMANA, cuando el juez dictó la sentencia a comienzos de 2003, ya Velasco estaba internado en la Fundación para la Salud, la Bioética y el Medio Ambiente (Funsabiam), una institución privada que aún está registrada en las bases de datos del Distrito. Sin embargo, nadie responde en los teléfonos que aparecen y en la Secretaría de Salud de Bogotá nadie supo dar razón de la calidad de sus profesionales y la eficacia de sus tratamientos. “Como muchas otras empresas privadas, Funsabiam solo aparece aquí registrada”, dijo un funcionario.
Funsabiam tenía dos sedes y una de ellas cerró. En ningún documento oficial aparece cuánto tiempo pasó Velasco interno. No obstante, ha trascendido que solo estuvo 15 meses recluido. ¿Qué pasó? ¿Por qué no cumplió ni siquiera el mínimo de tres años de tratamiento que pidió el juez de ejecución de penas para él? ¿Por qué solo lo condenaron a tres años y no a 40, que es lo máximo?
Su abogado, en el juicio, le había pedido al juez que “le dé oportunidad de continuar recibiendo tratamiento toda vez que este redundará en beneficio de la sociedad”. Considerando que su cliente hoy es visto como uno de los asesinos más brutales del país, al abogado le habrá tocado tragarse sus palabras, pues sucedió exactamente lo contrario. Según José Manuel Calvo, es posible que alguien que haya sido tratado profesionalmente a causa de un trastorno, reincida.
¿Qué pasó desde que Velasco asesinó a Cely? ¿Habrá habido más víctimas? De los años que siguieron hasta hoy poco se sabe. Pero lo cierto es que no estaba curado y que su impulso violento seguía intacto. En 2008 Velasco habría agredido a una prostituta, después de que ella se negó a tener relaciones sexuales sin preservativo. “Me cogió del cuello y me fue ahorcando”, dijo a Noticias Caracol. Luego, para que guardara silencio, Velasco le habría ofrecido 800.000 pesos, que la mujer no aceptó.
Hoy, el hombre que mataba a las mujeres pasa sus noches en la cárcel La Modelo de Bogotá, donde el 2 de junio cumplió 45 años. Sus actos han pellizcado al país, que llevaba años cerrando los ojos ante el nefasto panorama de la violencia contra la mujer.
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