Cosecha Roja.-
César Oviedo, de 34 años, era ciruja y hacía cuatro meses militaba en el Movimiento 26 de Junio, del Frente Popular Darío Santillán. El martes en la tarde le dispararon en el pecho. Tan pronto se supo que había muerto, los vecinos del barrio Vía Honda, de Rosario, quemaron el kiosco de drogas donde se refugiaba el asesino.
Los medios locales se apresuraron a informar que había sido una venganza personal, un ajuste de cuentas entre vendedores de droga, algo bastante común en Rosario. La Policía agregó que Oviedo había cumplido una condena de 11 años en el penal Coronda. Pero todo era falso: la víctima no era narcotraficante ni había pisado una cárcel en su vida.
Los vecinos de Vía Honda dicen que lo mataron por defender a su comunidad. Esa tarde del martes 20, el hombre había llegado de trabajar: recorría a caballo las calles en busca de cartones y objetos de algún valor. Vio que Maxi, de unos 25 años, estaba drogado y manipulaba un arma. Lo conocían en el barrio por vender paco y cocaína en un kiosco. César le reclamó que dejara de jugar con el arma porque había niños y gente pasando. Discutieron durante algunos minutos y pareció que las cosas iban a quedar así.
A las 4 había asamblea del Movimiento 26 de Junio. César participó. “Había confirmado que sería parte de la delegación de cientos de compañeros que viajaríamos a Avellaneda para continuar exigiendo justicia por Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, asesinados por la policía bonaerense el 26 de junio del 2002”, explicó el Frente Popular Darío Santillán en un comunicado.
Según los compañeros de militancia, aunque sólo llevaba cuatro meses activo, se desempeñaba con disciplina y responsabilidad. Se había sumado a la construcción y ampliación de un local del movimiento en el barrio. Bruno Ontiliano, del 26 de Junio, contó que había asistido a todas las jornadas de trabajo, era apreciado por la gente de Vía Honda y estaba dispuesto a mejorar la situación de la comunidad.
Pasadas las 5 de la tarde terminó la asamblea y César volvió a su casa. Caminaba por las calles Uruguay y Felipe Moré, a un paso de las vías del ferrocarril Belgrano, cuando lo sorprendió un disparo. Dicen que Maxi, el muchacho con quien había discutido horas antes, le dio en el tórax. Que no dijo palabra antes de disparar.
Los amigos del movimiento y algunos vecinos lo llevaron al hospital, pero murió poco después.
César Oviedo vivía solo, porque no tenía esposa ni hijos. Sus deudos, sin embargo, fueron muchos más que sus familiares. Unas doscientas personas, según contó Bruno, se enfurecieron al saber quién lo había asesinado. A golpes de palos y piedras, derribaron el kiosco, una edificación de ladrillos a la que ellos denominaron “búnker”. “En un kiosco te venden golosinas, en un búnker te venden drogas y cosas ilegales”, explicó un vecino.
Maxi huyó y aún no ha sido capturado por la Policía. Los habitantes de Vía Honda reconocen que el homicida era un “soldado” del tráfico de estupefacientes, un eslabón más, acaso de los más débiles, en la cadena de compra y venta de cocaína y marihuana. Lo que todos reclaman, más allá de la captura del asesino, es que se acabe la violencia derivada del microtráfico.
Un concuñado de César le habló de la situación al diario La Capital, de Rosario: “Usted no sabe lo que es vivir con un kiosco de venta de drogas frente a su casa. Las motos que pasan a todo lo que dan, las balaceras constantes. Yo quiero vender mi casa e irme de acá. Pero no porque les tenga miedo a ellos, es temor por mis hijos. Lo lamentable es que haya tenido que morir una persona para que se terminara el kiosco”. A principios de año, otros tres militantes fueron asesinados en circunstancias similares.
Los vecinos refieren que el lugar donde se refugiaba el autor de este nuevo crimen, en funcionamiento desde hacía año y medio, ya había sido allanado en diciembre. Hubo capturas y secuestro de droga. Esa misma noche, los dueños lo reabrieron. Los compañeros de César Oviedo reclaman una justicia más duradera para él y para el barrio. Ayer todavía quedaban cirujas a caballo que recogían los últimos ladrillos y latas del “búnker” destruido.
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