Hernán Carbonel- Para Cosecha Roja.-
Andrea Lorenzo estaba embarazada de cuatro meses. Hace dos años exactos salió de su casa en Salto, Provincia de Buenos Aires. No era la primera vez que se iba, pero esta vez no volvió. La familia hizo la denuncia recién quince días más tarde. Algunos dicen que se fugó, otros que la mataron. La trama de relaciones familiares se volvió compleja: incluso hay versiones de que la pareja de Andrea, el principal investigado por la justicia, ahora sale con la hermana de la chica desaparecida.
Andrea Susana Lorenzo: 1,60 de estatura, contextura robusta, piel trigueña, ojos color marrón, nariz normal. Estado civil: soltera. Tres hijos, embarazada de 4 meses. No se sabe de ella desde el sábado 14 de agosto de 2010. La vieron salir de su casa en Avenida España al 200 de Salto, provincia de Buenos Aires, entre las 22 y 23 horas.
El caso tiene varias coincidencias con el de Érica Soriano, desaparecida el 20 de agosto del mismo año, cuando salió de su casa en Lanús con destino a Villa Adelina. El acusado fue su pareja, Daniel Lagostena, con quien Soriano tenía, según el juez, una “relación sentimental, por demás complicada y conflictiva”.
Lorenzo y Soriano: las dos estaban embarazadas, las dos tenían hijos de relaciones anteriores, las dos habrían discutido con sus parejas antes de salir. Ambas ocuparon los titulares en los medios. Ninguna de las dos apareció. El caso de Érica Soriano tuvo más relevancia: Lanús queda más cerca e implica menos costos su cobertura y hay un acusado. Para el caso Andrea Lorenzo, nada: silencio, algunas voces, apenas cuchicheos.
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La fiscalía 6 de Mercedes, a cargo de Guillermo Massaroni inició la investigación. La policía y los Bomberos Voluntarios hicieron rastrillajes por el Río Salto -afluente del Paraná, caudaloso y de barrancas altas-, además de búsquedas con perros a cargo de la DDI de La Matanza. No encontraron una sola pista.
Los rumores de pueblo se alzaron con lo suyo: que hace unos años Lorenzo ya se había ido sin avisar, que tenía problemas psiquiátricos, que se llevó plata, que no se llevó plata, que dejó el celular, que la relación con el marido era mala, que tenía un amante.
Cristina, su hermana, dijo:
-Ella tiene carácter fuerte y en el matrimonio hay discusiones como en todos los matrimonios. Había estado conmigo a esa tarde. Después estuvo en su casa con su marido. Discutieron y el marido se fue. Cuando volvió, pensaba que supuestamente ella iba a estar más tranquila, pero ella ya no estaba.
El Ayudante de la Fiscalía en Salto, Adolfo Zerbarini, declaró a la prensa:
-La mujer lleva un embarazo de cuatro meses de gestación. Ella está en pareja y también tiene hijos de un matrimonio anterior. En principio es sorpresiva su ausencia. Se manejan varias hipótesis porque no hay pruebas concretas aún en la investigación.
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Cada uno o dos meses, Adolfo Zerbarini, el jefe de la Ayudantía de Fiscalía de Salto, cumple el mismo ritual. Levanta el teléfono y marca el número de Gustavo Pulido, el marido de Andrea.
-Sos el primer sospechoso –le dice siempre-. Ya sabés que todas las fichas están puestas en vos.
De forma invariable, el otro responde:
-Ya lo sé. Para mí sería mucho más fácil irme de Salto. Pero no me quiero ir hasta que se sepa qué es lo que pasó.
Sentado en su oficina, de espaldas a una PC y un crucifijo, Zerbarini dice que en algún punto le cree. Que todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario y que en este caso, además, no tiene ninguna prueba: Pulido nunca se quebró ni se contradijo en sus declaraciones.
-Incluso –dice Zerbarini- acepta que esa noche tuvo una discusión con Andrea. Ni siquiera oculta eso.
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La denuncia la hizo su hija mayor, siete días después de la desaparición.
-Ellos –dice el Ayudante Zebarini- pensaban que era un capricho: ella ya se había ido en alguna otra oportunidad de la casa. Estuvo cerca de un mes, con un tipo, en diferentes lugares.
Como en cualquier investigación, En la causa hay distintas líneas que van creciendo. En esta, la más importante es la familiar.
-La madre varía –sigue-, no tiene una constancia: a veces cree que va a volver, a veces no. El hermano hace una interpretación más lineal: “a mí se me ocurre que fue el marido, porque sí”. Ahí es donde uno debe corroborar qué grado de verosimilitud tienen ciertos dichos. Lo que pasó antes de la denuncia, yo no lo sé. Yo trabajo con los hechos, con lo que pasó, no con la prevención.
El Ayudante de Fiscalía afirma que en la investigación se eliminaron muchas variables: se revisó la casa de Lorenzo con luminol (líquido detector de manchas de sangre, incluso después de un lavado de las superficies), se examinó el auto y se reprodujo el recorrido que hicieron Lorenzo y Pulido la noche de la desaparición. Pero sabe que, si la mataron, podrían haberlo hecho sin dejar huellas.
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Hay testigos que dicen haberla visto en una rotonda, a la salida de la ciudad o en la terminal de ómnibus de Pergamino. Dos mujeres dijeron que estaba en Catamarca, pero cuando fueron a buscarla ni siquiera las encontraron a ellas. La justicia cree que cabe la posibilidad de que “alguien se la haya llevado, en contra de su voluntad o no, y la haya matado, o la tenga sometida o amenazada”.
En definitiva: no hay un hilo conductor que guíe al caso.
-Una parte de la familia sigue creyendo que ella está en algún lugar –vuelve Zerbarini-. Ojalá, pero yo tengo mis dudas. Es llamativo que no se haya comunicado. Por lo que fui recabando, sé que era muy impulsiva, violenta, a veces. Y todos los testimonios dicen que este hombre -su pareja- la bajaba de esas situaciones, era paciente con ella.
Zerbarini trabaja sobre un vacío: está sobre la pista de alguien que no está, que se fue o que fueron, un ente abstracto y perdido que antes fue una persona.
-Si ella no aparece, ni muerta ni viva, la causa queda expectante. Se envió información a migraciones, aunque se sabe que no es difícil cruzar una frontera argentina. Al Registro de las personas, para ver las fechas de cuando supuestamente ella habría tenido familia. Hay miles de variables. Por ahora, no se descarta nada.
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Gustavo Pulido, la pareja de Andrea Lorenzo, no quiere dar su testimonio:
-No quiero hablar con la prensa –dice por teléfono. No lo hice antes, no tengo por qué hacerlo ahora. Me expusieron demasiado, acá. Tampoco tengo nada para decir.
La que si habla es la familia de Andrea. El terreno donde viven buena parte de ellos es una propiedad con tres casas precarias. En un rincón, un hombre duerme la mona sentado al sol en una silla. Otro -bombacha de gaucho, boina, pañuelo al cuello, pelo entre cano y largo- carga agua en un balde. La esposa de Hugo -el hermano de Andrea – está a punto de irse en bicicleta con dos niñas, pero se vuelve:
-En la familia están divididas las hipótesis -dice-. Yo no sé si la mama lo hizo porque tiene una carcasa para no sufrirlo, pero prefiere creer que se fue. Y nosotros estamos convencidos de que está muerta. No sé si se mató o la mataron. Pero una persona no puede desaparecer de la tierra así. Si le agarró el ataque para irse, en estos dos años le tendría que haber dado un ataque por tener novedades de su familia.
Interviene Hugo, el medio de hermano de Andrea:
-Yo tengo mis versiones –dice-. Ella (por la madre) tiene su versión. Para mí, la mató el marido.
El hombre -zapatillas de lona, jogging, buzo descolorido- habla por lo bajo, mira de costado.
-La buscaron. No subió a un remís, no subió a un colectivo. Los pasajes se sacan con documento, y el de ella no está registrado. Y las pericias que se hicieron con el marido no sirven para nada. La policía hizo rastrillajes. El mismo rastrillaje de los Pomar. ¿Te acordás lo que pasó con los Pomar, no? Yo en la fiscalía lo dije clarito: la limpió el marido.
Hugo confirma que sí: que Andrea alguna vez se fue quince días a Mar del Plata, de joda, pero volvió. Que con este hombre -Gustavo Pulido, su pareja- ella había cambiado, y para bien. Que se peleaban, y mucho, todos los días. Que se pegaban.
Y que entonces, Andrea quedó embarazada.
-Si tu mujer desaparece, ¿vos tardarías quince días en hacer la denuncia? En quince días se pueden hacer muchas cosas. La podría haber tirado al río. Al Río Salto, acá, o al Paraná. Herida, sangrando, en quince días se la comen los pescados. Si la enterró en el patio de una casa, a los quince días ni olor hace.
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Hugo cuenta que Andrea iba por el cuarto hijo. Tiene uno de 8 o 9 años, otro de unos 10 y la más grande, de 20.
-Es muy loco. La hija de ella está casada y tiene un hijo con un hijo de él. No hay nada de sangre, pero son hermanastros y marido y mujer a la vez. Ahora Pulido anda con mi otra hermana. Parece una novela. Si la querés escribir, escribila. Si no, la escribo yo.
Ya en la vereda, de espaldas a las tres casas, al cartel de sonido e iluminación, se despide:
-Esta es una familia de traidores. Si vos querés tirar una bomba, yo la tiro. Si vos querés decir: “me dijo el hermano que la mató el marido”, decilo. Si querés tirar una bomba, yo no tengo ningún problema en hacerlo.
Y antes de volver a meterse en su casa se queda mirando el final de la calle, como quien espera a alguien.
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