Abortar y llamar a la desobediencia sexual una y otra vez

Mabel Bellucci reflexiona sobre el aborto como una muestra de resistencia ante el imperativo heterosexual de la reproducción biológica. “El momento de la decisión de abortar constituye una gesta de soberanía sobre el propio cuerpo”, dice.

Abortar y llamar a la desobediencia sexual una y otra vez

21/01/2021

Por Mabel Bellucci

Al desenmascarar las disputas en juego en relación con el aborto voluntario, justamente se echa el ojo sobre las omisiones y las vigilancias en pugnas. Abortar es una muestra de resistencia por parte de las personas ante el imperativo de la reproducción biológica, prescripto por la heterosexualidad como régimen político. Desde ese punto nodal, abortar representa una decisión de libertad, una desobediencia de vida. Dicho con más claridad: entre elegir la continuidad de un embarazo o su interrupción, el momento de la decisión de abortar constituye una gesta de soberanía sobre el propio cuerpo y sobre la reproducción forzosa.

Aunque Michel Foucault no habló expresamente del aborto, no obstante, dejó sentadas ciertas premisas respecto de que ningún poder es capaz de tornarse absolutamente imposible. Y de ellas nos podemos apropiar: “Una sola persona, un grupo, una minoría o un pueblo entero dice: ‘No obedezco más’, y arroja a la cara de un poder que estima injusto el riesgo de su vida; tal movimiento me parece irreductible”.

Diríamos entonces que abortar es un poder de facto, un poder de insurrección civil. Todo cuerpo que pueda concebir es tutelado por la sociedad. A quien quiera que esté puesto a reproducir siempre le cabe el alzamiento contra la normativa heterosexual. Quienes abortan prefieren correr riesgo de muerte a la certeza de tener que subordinarse al mandato de una maternidad obligatoria.

El aborto voluntario parece decirnos que la biología no es destino. Por consiguiente, no existe una única y sola explicación que sea tan universal como para dar cuenta de las largas cadenas de razones que inhabilitan a la legalidad del aborto en un país, en una región. Son religiosas, son políticas, son sociales, son económicas, son culturales y también son corporativas las que presionan para no perder sus provechos monetarios.

Tras todas las coerciones, más allá de las amenazas, de las violencias y de las persuasiones, posiblemente el deseo de abortar no sea canjeado. Pero en este juego entre la vida y la muerte, entre la abnegación y el juramento, en el que los poderes no pueden ya nada, las personas se sublevan. La necesidad de control concibe al cuerpo con útero como un campo de batalla, como un espacio de poder y dominio, aunque también ese cuerpo desista de los privilegios del régimen. A partir de la comprobación de que la sexualidad está políticamente construida por un régimen, es preciso acechar sobre lo que debe impedirlo incondicionalmente.

Después de todo, el poder, por sus mecanismos, es infinito, pero no omnipotente. Las leyes nunca son lo suficientemente rigurosas como para limitarlo; por lo tanto, intentaremos una y otra vez no obedecer más; una y otra vez llamar a la desobediencia sexual, una y otra vez, a abortar.

Mabel Bellucci es ensayista, periodista y feminista queer. Autora de “Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo” (Capital Intelectual, 2014) y “Orgullo. Carlos Jáuregui, una biografía política”. (Emecé, 2010).

La foto de esta nota ilustra la tapa del libro “Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo”.