Acaba de fallecer Kate Millett, la escritora feminista que acuñó la idea de que lo personal es político. Tenía 82 años y vivía en Paris. Su primer libro, Política Sexual, recorrió el mundo desde su publicación en 1970. Allí sentó las bases teóricas del llamado feminismo de la segunda ola. En Cosecha Roja preferimos recordarla por algunos de sus conceptos clave.
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Todas las formas de desigualdad humana brotaron de la supremacía masculina y de la subordinación de la mujer, es decir, de la política sexual, que cabe considerar como la base histórica de todas las estructuras sociales, políticas y económicas.
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Conozco el amor heterosexual y el homosexual, y como lesbiana he conocido la persecución, la maledicencia y el maltrato. El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa.
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-Yo creo que para mí, como para otras muchas mujeres como yo en el movimiento, que amamos mujeres, fue algo tan natural como inevitable. La camaradería que fuimos forjando nos llevó a cruzar la barrera sexual simplemente. Pero sobre todo hay que pensar que el movimiento feminista debe mantenerse unido, y ello exige una redefinición del lesbianismo dentro del feminismo. Crear unanimidad y tolerancia entre homosexuales y heterosexuales y luchar por objetivos comunes. Vivimos una época en que no sólo el patriarcado, sino la heterosexualidad, están en vías de desaparición, por lo menos como los hemos conocido hasta ahora, que son verdaderas monstruosidades.
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Tal vez una segunda ola de revolución sexual pueda finalmente lograr su objetivo de liberar a la mitad de la raza de su subordinación inmemorial – y en el proceso nos acerquemos mucho más a la humanidad -. Tal vez incluso podamos retirar el sexo del duro terreno de la política, pero para ello será imprescindible que creemos un mundo algo más llevadero que el desierto que habitamos hoy.
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La supremacía masculina, al igual que los credos políticos, no radica en la fuerza física, sino en la aceptación de un sistema de valores cuya índole no es biológica. La robustez física no actúa como factor de las relaciones políticas (baste recordar las relaciones entre razas y clases). La civilización siempre ha sabido idear métodos (la técnica, las armas, el saber) capaces de suplir la fuerza física, y ésta ha dejado de desempeñar una función necesaria en el mundo contemporáneo
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La división establecida entre las ciencias y las letras refleja la desigualdad de temperamento que el patriarcado fomenta entre ambos sexos. La letras ven menoscabado su prestigio por no ser privativas del varón, mientras que las ciencias, la tecnología y los negocios se hacen eco de la deformación que sufre la personalidad “masculina”, adquiriendo un caracter ambicioso o agresivo.