Arte: Jael Díaz Vila
Es 2012 y en el Islote de la provincia de Entre Ríos suenan tambores. A Marina, que siempre le gustó bailar, esta vez le hierve la sangre y el corazón le palpita como nunca antes. Lo siente por primera vez en el cuerpo. Es una señal. Un llamado. Pero no cualquier llamado.
Empieza a indagar sobre el tambor y su relación con el sistema nervioso. Investiga sobre África y descubre los viajes chamánicos: todos la transportan a ese continente del que no sabe nada, a los tambores, al fuego, a la ronda.
Marina Crespo nació en 1976 en la ciudad de Paraná, Entre Ríos. Creció escuchando historias de su descendencia europea y blanca: tatarabuelxs que durante la primera mitad del siglo XIX llegaron de Suiza y España para vivir en Entre Ríos. Una descendiente más de los barcos.
Su piel blanca esconde el único rastro visible de su descendencia oculta: su pelo afro del que renegó de chica y nunca relacionó con África hasta ese encuentro de tambores y lo que vino después. La búsqueda de sus raíces.
La curiosidad por sus ancestros también viene de su fecha de nacimiento, en plena dictadura. “Con el tema de los desaparecidos y los genocidios empecé a preguntar en mi familia. Surgieron dudas e interrogantes respecto de algunos integrantes de mi familia, de los Crespo”, dice.
De las preguntas, la investigación, el chamanismo y el contacto con organizaciones afrodescendientes vinieron las primeras respuestas: supo que en la Estancia de la familia Crespo, en La Paz, había personas negras esclavizadas. Y que su tatarabuelo era hijo de una de ellas y del patrón de estancia. Como solía suceder en esa época, fue criado por la familia blanca, los Crespo.
-Destapé la tapita de la olla.
El descubrimiento no generó el mismo interés en el resto de la familia Crespo . Marina lo describe en un texto que integra el libro “Hermanas – Floreciendo en palabras”, de Editorial Leguëra Cartonera. Indagar en sus raíces fue un “descubrimiento hermoso” que habla de su afrodescendencia. Para su familia fue reconocer que esas prácticas de los patrones de estancia con las esclavizadas eran repudiables pero “propias de la época”.
“Lo poco que sé de la mamá de mi tatarabuelo es de tradición oral. No hay documentos que evidencien que él era afroargentino porque era una vergüenza”, cuenta a Cosecha Roja.
La actitud de la familia de Marina no es aislada. La vergüenza es uno de los motivos que más se repiten al momento de esconder la descendencia afro. Otro es el miedo a ser discriminadxs, violentadxs, a no tener las mismas oportunidades que cualquier blanco. Los sentimientos se justifican en la historia de desigualdad y opresión que se arrastra desde el colonialismo y se sigue reproduciendo en la actualidad.
Según el último censo de 2010, casi 150 mil argentinxs se autorreconocieron afrodescendientes. Las organizaciones estiman un número 13 veces mayor: cerca de 2 millones.
Después de la Ciudad de Buenos y el Gran Buenos Aires, Entre Ríos es la tercera provincia en representatividad afro: más de 12 mil personas se asumían como afrodescendientes en 2010. Los números oficiales actuales los dará el próximo censo, que debería haberse hecho en 2020 pero se suspendió por la pandemia.
“Creemos que este número va a ser superado porque hay todo un trabajo de concientización a nivel nacional y de educación en distintos ámbitos, con el objetivo de superar las prácticas racistas que imperan”, opina Marina.
Marina fue criada por los patrones y las amas de las estancias. “Es una historia diferente a la de muchos hermanos y hermanas afroargentinas que han sufrido la opresión en sus propios cuerpos, en los cuerpos de sus ancestros y ancestras. Pero no menos dolorosa”, dice.
Ella es docente de educación especial y se autodenomina afroargentina. No hace tanto tiempo que descubrió sus raíces, pero su vida dio un vuelco. Se acercó a distintos grupos de militancia y activismo afroargentino, sobre todo a la Casa de la Cultura Indoafroamericana de Santa Fe. En 2017 fundó la agrupación Entre Afros en Paraná, para contribuir a la recuperación de las memorias y la historia de la comunidad afro como parte de la identidad argentina.
“El cambio llegó con la toma de conciencia de las propias actitudes, de las prácticas, de los lenguajes. Una se da cuenta de que reproduce la discriminacion y racismo en el día a día”, explica.
Marina apunta al racismo estructural y sistemático que, aunque muchxs lo nieguen, cala profundo: “Nos falta mucho por aprender, mucho por mirarnos hacia el interior de lo que somos como sociedad: una sociedad que cuanto más blanca es más privilegios tiene”.
Y pone un ejemplo de Paraná, donde las personas que viven en villas miserias son consideradas ocupas. Lxs blancxs y ricxs que se apropian de las costas del río e impiden el acceso público no sólo no son vistos así, sino que los gobiernos les facilitan las escrituras de las tierras y terminan siendo los propietarios. Algo que nunca harán con lxs habitantes de las villas. “Eso va determinando las formas en que se organizan nuestras sociedades. Tenemos el acceso público a las costas del Paraná y, sin embargo, el privilegio es sólo de los blancos y los ricos”.
Ni blancos ni de los barcos: la madre de la patria es afrodescendiente
El sistema de castas colonial decía que María Remedios del Valle era parda. La mujer afrodescendiente nació en 1766 en la capital del Virreinato del Río de la Plata, luchó en las invasiones inglesas y tras la Revolución de Mayo partió junto con su marido e hijos a la expedición destinada al Alto Perú. Combatió en el Ejército del Norte comandado por Manuel Belgrano. Participó en los principales combates y en las batallas de Tucumán, Salta y Ayohúma.
Su marido e hijos no sobrevivieron a las guerras. Ella siguió atendiendo a los heridos y arriesgando la vida. Fue nombrada capitana por Belgrano.
Terminada la guerra, en las calles de Buenos Aires, el general Juan José Viamonte la reconoció: estaba pidiendo limosna, harapienta. Desde su banca en la Legislatura pidió que se le otorgara la pensión por los servicios prestados, lo cual recién se produjo tras siete años de insistencia, en 1828.
María Remedios del Valle murió el 8 de noviembre de 1847. Fue declarada de manera póstuma como “Madre de la patria”. En Argentina, desde 2013, cada 8 de noviembre se celebra el “Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la cultura afro”.
Este año por primera vez se realizó en Paraná el primer Encuentro Nacional de la Comunidad Afroargentina. Se juntaron organizaciones y activistas de Salta, Chaco, Santiago del Estero, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos, y Ciudad y provincia de Buenos Aires para reflexionar y elaborar propuestas de políticas públicas que beneficien a las comunidades afrodescendientes. Lo organizó Inadi, el Gobierno de Entre Ríos y la Secretaría de Cultura provincial,
Marina fue una de las participantes. Las políticas públicas por las que reclaman son reparatorias e incluyen varios aspectos. “Lo más importante es el reconocimiento de que hemos sido víctimas durante siglos: porque se habla mucho de invisibilización, pero para ver algo hay que reconocer que existe. Y eso significa reconocernos como afroargentinos y ciudadanos argentinos y argentinas que somos parte constitutiva de la nación desde antes que sea nación”.