alejandrosegoviaCosecha Roja.-

“Es la última vez, la próxima te mato”. Alejandro Nahuel Segovia salió de la comisaría con las palabras del Colorado en la cabeza. El policía de la comisaría de Tres de Febrero se la tenía jurada y lo había amenazado varias veces. Se volvieron a cruzar dos semanas después cuando el adolescente salía de una estación de servicio sobre avenida Márquez: había robado un auto con su amigo Matías, el agente lo reconoció y los persiguió a los tiros. Como ninguna bala le dio, el oficial se bajó del patrullero, le disparó la 9mm en la cabeza y, para rematar, lo molió a golpes. “Cuando entré a reconocerlo en el hospital estaba desfigurado, tenía cortes en la boca y en la nariz. Le tenían bronca a mi hermano, lo tenían fichado”, dijo a Cosecha Roja Daiana, la hermana. Alejandro murió y Matías sigue internado en el Thompson de San Martín.

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Alejandro tenía 16 y dormía hasta tarde todos los días, era raro que madrugara. Pero el jueves 29 de enero los amigos lo pasaron a buscar por la puerta de la casa en el barrio Libertador. A las 10.30 un vecino los vio pasar. La versión oficial dice que la persecución de la policía se convirtió en un tiroteo, que los pibes estaban armados, que chocaron contra un poste de luz y que cuando estuvieron acorralados por la policía, Matías le disparó a Alejandro. Los vecinos que vieron el final de la escena, en Libertador y Jazmín, contaron que Alejandro no alcanzó a bajarse del auto: el Colorado le disparó y lo golpeó antes de que reaccionara. A Matías lo tiraron al piso y le dispararon en la espalda.

Daiana y la mamá se enteraron porque les avisó una señora conocida del barrio. Llegaron cerca de las 12.30 y ya se los habían llevado al hospital. “¿Venís a ver al rata? Quedate tranquila que está bien el ratita”, les dijeron los policías antes de que pudieran decir a quién buscaban. Entonces se fueron hasta el hospital Bocalandro de Loma Hermosa. Buscaban a un adolescente de pantalón negro y zapatillas blancas y rosadas que estaba herido. “Acá hay un fallecido. Que entre a reconocerlo la que no esté en estado de shock”, les dijeron los médicos. Primero entró Daiana, después la mamá y salieron las dos llorando. Afuera las esperaban los policías. “¿Por qué mataron a mi hermano?”, les gritó la joven. Le respondieron con gas pimienta y al grito de “negros de mierda, ustedes son todos unos negros de mierda”.

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Alejandro era tímido, cerrado y había dejado el colegio. Vivía con la mamá, seis hermanos y los sobrinos en una casa del barrio Libertador. Hacía un tiempo que estaba deprimido y se drogaba con pastillas. Había estado preso varias veces y tenía problemas con los policías del barrio. Cuando la familia fue al juzgado de menores a pedir que lo encerraran para hacer un tratamiento, les dijeron que no había registro de que lo hubieran detenido. “La mamá estaba preocupada por la adicción y la justicia le dio la espalda”, dijo a Cosecha Roja Joaquín Massa, de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional.

Una vez Alejandro se quiso matar. Estaba en la parte de atrás de la casa y lloraba. La familia llamó al 911 y llegaron varios policías que entraron sin autorización. “Tenés un revolver. No te lo podemos sacar pero no te vengas a hacer el loco, vení a pelear si tenés huevos”, le dijeron.

Antes de que lo mataran había recibido varias amenazas. Una vez el Colorado le secuestró la moto. “Seguí caminando”, le dijo. “Seguro que en algo andás, así que dame la plata que tenes en la billetera”, le exigió otra vez. Cuando lo veían en la calle o en la plaza lo paraban, le sacaban las pastillas, se le reían y le pegaban.

Matías está internado en el hospital. Lo custodia un gendarme. Es el único que sabe qué pasó esa mañana. Algunos vecinos vieron el final de la persecución pero no se animan a hablar, le tienen miedo a la policía. Las cámaras de seguridad del municipio registraron casi todo. “Estoy esperando la orden del juez para ver las filmaciones. Tampoco entiendo por qué a Ale no lo levantaron los peritos de la policía científica si ya estaba muerto. Yo no soy abogada ni fiscal pero a mí esto no me cierra”, dijo Daiana.

FOTO: Pablo Caprarulo / Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional