La audiencia 52 del juicio por el encubrimiento del atentado a la AMIA se completó esta vez con tres testimonios que aportaron información: los datos, analizados en contexto, muestran el entramado de mentiras e irregularidades pergeñado desde el Poder Judicial, el gobierno de Carlos Menem y la Secretaría de Inteligencia del Estado. Desde las denuncias de un prosecretario, una cifra absurda para un libro que nunca se publicó y los prostíbulos de la SIDE a los que acudían iraníes sospechados por el atentado.
El testimonio más importante y extenso fue el del periodista Rolando Graña. De manera pedagógica explicó los detalles de su investigación del atentado que comenzó para el canal CNN y continuó luego con los sucesivos programas televisivos que condujo. Dos aportes de su producción fueron relevantes para sacar a la luz las irregularidades en la causa: las denuncias del prosecretario del juzgado, Claudio Lifschitz, y una escucha que probaba el pago de la SIDE a Telleldín. Sobre eso expuso casi dos horas ante el Tribunal Oral Federal 2.
La denuncia de Lifschitz
“Me lo presentó un productor en 2000”, contestó Graña sobre su primer encuentro con el ex prosecretario de Galeano, quien a partir de ese momento pasaría a ser su fuente principal. “Él traía pruebas de las irregularidades que se estaban cometiendo en la causa. Al principio no creí todo y por eso conversé con él durante seis meses antes de sacarlo al aire”, contó el periodista quien, irónico, dijo que ese día su programa no midió lo esperado. Sin embargo, agregó: “Era muy fuerte. Por primera vez alguien desde adentro del juzgado denunciaba un desvío hacia una mentira que terminó acusando a inocentes”.
Entre esos desvíos que le mencionaba Lifschitz estaba la llamada “pista siria”, que sugiere un vínculo entre el empresario sirio libanés Alberto Kanoore Edul y el atentado. “A Lifschitz no le preocupaba mucho esa pista pero decía que Kanoore Edul había tenido un trato especial por su relación con Menem”, recordó el periodista. También dijo que según el prosecretario hubo un llamado de Munir Menem -hermano el ex presidente- al entonces juez Galeano en el momento en el que se hacían los allanamientos en los domicilios de Kanoore Edul.
Antes de irse del país por las amenazas que recibió tras su denuncia, Lifschitz le dio a Graña una caja con documentación: “Me dio una caja con papeles de la causa, la fotocopia de la agenda de Kanoore Edul y un casete de escuchas a células dormidas iraníes que estaba en farsi”. Según dijo el periodista, para Lifschitz esa documentación significaba la “garantía de su vida”.
Con el tiempo, contó, no volvió a ver al ex prosecretario: tuvieron una pelea que los distanció. Sin embargo, conservó por años esa cinta en farsi y en 2003 se lo entregó en mano al fiscal Alberto Nisman. “Según lo que averigüé después, eso nunca fue incorporado a la causa”, dijo sin revelar la fuente que se lo contó.
Por último, Graña mencionó un encuentro informal que tuvo con el ex fiscal Eamon Mullen, quien tuvo una presencia especialmente inquieta en la audiencia: entró y salió de la sala en varias ocasiones durante el testimonio del periodista. “Fui a su casa a tomar mate antes de sacar al aire las denuncias de Lifschitz y le dije que se despegara de Galeano o iba a terminar procesado”, recordó. “El tiempo me dio la razón”, dijo.
El pago a Telleldín
El segundo tema de relevancia para el encubrimiento fue una escucha que Graña difundió en televisión en la cual el agente de Inteligencia Isaac Eduardo García se refería al pago realizado a la pareja de Telleldín, Ana Boragni. “Llamativamente ese audio no estaba en la causa a pesar de haber tenido orden judicial. Alguien lo filtró”, reconoció el testigo.
Con esa prueba y tras el levantamiento de la obligación de guardar secreto a los agentes de Inteligencia durante el juicio oral por el atentado, se ratificó el pago de 400.000 dólares a Telleldín con fondos reservados de la SIDE para que éste modificara su declaración y vinculara a los policías bonaerenses con el ataque a la mutual judía.
La SIDE, Rabbani y los prostíbulos
Para agregar datos “de color”, el periodista contó una charla que años después mantuvo con el agente Isaac García. “Trabajaba infiltrado como chofer de Monsen Rabbani (agregado cultural de la embajada de Irán) y fue quien tomó la foto de Rabbani buscando la Traffic previo al atentado”, recordó. Además, García le dijo que solía llevar a Rabbani a un prostíbulo del ex SIDE Raúl Martins, donde trabajaba un bartender iraní que colaboraba con la Secretaría en las traducciones del farsi de las escuchas telefónicas de la causa.
Ayer por la tarde, la hija de Raúl Martins, Lorena, confirmó esta información desde su cuenta de Twitter: “Es absolutamente cierto. Se llamaba Ibrahim. Hay testigos de esto que podrían declararlo. También es cierto que iban a los prostíbulos”.
El libro que no fue
El relato de Rolando Graña fue intenso y, a diferencia de lo que ocurre habitualmente con otros testigos, las defensas no lo confrontaron. Después fue el turno de Gloria López Llobet. Su relación con la causa AMIA fue tan breve como relevante para este juicio. Por su labor como directora en la editorial Sudamericana, mantuvo un encuentro con Víctor Stinfale quien, de parte de su defendido Carlos Telleldín, exigió “una cifra que era una locura” para publicar el libro del doblador de autos. Si bien su memoria falló en varios momentos, lo que López Llobet dejó en claro es que ese libro -el que según el ex juez Galeano fue la razón del pago- nunca se concretó. Además, dijo que “400.000 dólares era una cifra fuera de toda lógica para un libro en esa época”.
Compañero de celda
Como si fuera poco, para cerrar la jornada declaró Jorge Daniel Damonte, el famoso “fiscal trucho”. Luego de haber sido nombrado fiscal por el ex presidente Menem, se hizo pasar por abogado durante su labor en la fiscalía que manejaba José Barbaccia, hoy imputado por encubrimiento. Por la falsificación de documentación, Damonte fue luego detenido y procesado por el también imputado Juan José Galeano. Además, su detención, casual o no, fue ordenada en el pabellón 49 del penal de Devoto donde también se dispuso el alojamiento del primer detenido por el atentado, Carlos Telleldín.
“Me pasaron a la celda de Telleldín y nos pusimos a hablar de su vida”, relató Damonte, quien cumplió allí un rol no menor: “Fue su iniciativa empezar a escribir sus memorias. Desde la infancia hasta su detención. Él hablaba, yo escribía y le daba forma”. Lamentablemente, tal como expresó frente las preguntas de los abogados querellantes, sus recuerdos eran borrosos, pero cuando le acercaron el manuscrito que es prueba documental en este juicio, reconoció su letra y confirmó la veracidad del escrito. Con este testigo, terminó la audiencia.
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