Tres ex agentes de la Policía Federal, que desde diversas dependencias estuvieron involucrados con la investigación del atentado a la AMIA, declararon en el juicio por encubrimiento del atentado a la AMIA. Esta vez, los testigos dieron datos que complican a varios de los imputados, como el ex juez Juan José Galeano y el comisario Jorge “Fino” Palacios.
Un hombre mayor entró a la sala AMIA de los Tribunales Federales de Comodoro Py. Se sentó y durante más de una hora contestó preguntas como si estuviera en el comedor de su casa. Su esfuerzo por parecer simpático, saludar a los abogados y preguntar reiteradas veces quién lo interrogaba, provocó risas entre los presentes. Era Juan Ángel Ramírez, quien “desde el 23 de julio de 1994” ocupó el cargo de superintendente del Interior. La dependencia es de importancia en la Policía Federal y tenía varias direcciones a cargo, entre ellas (a través de la Dirección de Prevención General) a la famosa División Protección al Orden Constitucional (POC). Carlos Castañeda, el jefe de esa división, presenciaba el testimonio desde el banquillo de los acusados.
“Desde el primer día le ofrecí a Galeano la colaboración de la Superintendencia. Organizamos una reunión con el juez, los fiscales, agentes de la SIDE, gente de la DAIA, Beraja. Discutimos varias hipótesis pero lamentablemente después no se siguieron. Quedamos solos. No sé por qué”, contó y definió a la relación con el Juzgado como “distante” ya que, según dijo, “se fue formando un equipo de policías que eran sólo del juzgado y el resto quedó afuera”.
Si bien no hizo alusión a irregularidades, admitió que, vencido el contrato, no pidió la continuidad del comisario inspector Castañeda al frente del POC. “Nunca lo vi en actitud. Me parecía que no avanzábamos en nada”, dijo frente a un Castañeda que ni se inmutaba.
Al final de la declaración, un abogado le preguntó si alguien de la Dirección de Inteligencia había estado infiltrado en la AMIA/DAIA. Probablemente se refería a “Iosi, el espía”, el testimonio recientemente publicado en un libro de Miriam Lewin y Horacio Lutzky. “Me enteré por los medios e intenté averiguar. Hay infiltrados en muchas organizaciones y partidos políticos que no amenazan la seguridad del Estado. A esos hay que sacarlos”, concluyó.
Cinco minutos de cuarto intermedio bastaron para recibir al siguiente testigo, un ex agente del área de Drogas Peligrosas de la Federal, a cargo del entonces comisario Palacios. Carlos Alberto Salomone, quien tiene una causa en trámite por falso testimonio en el juicio por el atentado realizado entre 2001 y 2004 ante el TOF 3, relató con notorio miedo que en julio de 1994 había sido elegido, a pesar de no ser su área, para indagar sobre hechos puntuales de la causa AMIA.
“Mi jefe, Palacios, me llamó y me dijo que el juez Galeano quería hombres de confianza para la causa”, contó ligando así a Palacios con el exjuez. Sin embargo, Salomone sólo participó de la detención a Carlos Telleldín y de un allanamiento a la familia Kanoore Edul del que no recordaba más que los horarios. “Llegué muy temprano pero la orden de allanar me la dieron recién a la tarde noche”, recordó.
Tan poco satisfechos quedaron los fiscales con el testimonio que pidieron al Tribunal un careo entre Salomone y Claudio Camarero, ex agente del POC quien declaró la semana pasada sobre dos allanamientos a la familia Kanoore Edul, en el marco de la llamada “pista siria”. Querellas y defensas adhirieron y los jueces lo decidirán para la próxima semana.
¿Un policía bueno?
El horario de finalización de la audiencia ya inquietaba a los jueces que intentaban apurar los testimonios: prefirieron evitar el almuerzo y hacer pasar a Jorge Horacio González, un hombre que se especializó en terrorismo fundamentalista. Por esa razón, participó de la investigación desde el POC, luego de que Castañeda se fuera y quedara a cargo Rodolfo Peralta.
Su labor en la causa sin embargo no duró mucho. A finales de 1995, tuvo una discusión con gente del juzgado y la SIDE, que “trabajaban siempre a la par”. “Ellos pretendían que de un allanamiento que hicimos yo sacara un llavero de oro que no tenía importancia. Para ellos sí porque estaba pautado como titular al día siguiente”, explicó y contó que por esa “operación de prensa” lo separaron de la investigación y lo enviaron a trabajar a otro piso. Pero como él era quien más sabía de la causa y mejor preparado estaba, sus compañeros seguían consultándole todo.
“Galeano y los secretarios venían al edificio a ver a Palacios, tomaban whisky. En una de esas me vieron que seguía ayudando en la investigación y me denunciaron. Terminé trasladado a Mar del Plata”, contó y con ironía agregó “pero me gustó mucho la ciudad”.
A medida que continuaba el relato, se iba entendiendo cómo fue que González, uno de los pocos policías que entendía la investigación, terminó literalmente alejado.
Para empezar, denunció abiertamente que el abandono de la llamada “pista siria” era un “disparate”. “Yo sabía que la habían descartado pero surgía de la simple lectura de la causa. Faltaba una flecha con luces indicando que Kanoore Edul estaba metido. Además, le hicieron un allanamiento sin ningún tipo de rigor investigativo. Y las declaraciones parecían tomadas por chicos de diez años”, expresó indignado.
A su vez, sobre la pista que al juzgado le interesaba seguir, la de los policías bonaerenses -que hoy son querellantes-, dijo: “era una pérdida de tiempo. Eran superdelincuentes disfrazados de policías pero no eran fundamentalistas”. Por si quedaban dudas siguió: “¿Eran mafiosos? sí. ¿Hacían negocios con Telleldín? Sí. Pero nada tenían que ver con el atentado. Los usaron como chivos expiatorios para desviar el foco de la cuestión”.
Sus críticas a la investigación llevada a cabo por “el Juzgado de mayor poder en ese momento” llegaron hasta los más altos cargos políticos. No dudó en definir como “una mentira” al discurso que en el momento tenían los ministros, el presidente y el jefe de Policía. “Había desinterés y despreocupación. Para la causa más importante no había ni sillas para sentarse. Los agentes tenían que llevar su propia máquina de escribir y teníamos vehículos Renault 6, muy viejos para la época”.
Escasos recursos y escasa información era también la que les soltaba a cuentagotas el juzgado de Galeano. “Meses estuvimos pidiéndole la orden para un allanamiento que era muy importante. Tampoco nos daban expedientes y hasta tenía archivos reservados”, lamentó González y aclaró que quienes entorpecían junto al Juzgado todos las averiguaciones que él y su equipo hacían eran los agentes de la SIDE, quienes sí estaban bien equipados.
“Era evidente que la SIDE no estaba al servicio de la investigación real. Todo lugar donde investigamos, ellos ya habían estado. Se movían como elefantes en bazares. El juzgado y la SIDE eran uno”, afirmó y dejó la ironía para el final: “No podíamos quejarnos con Galeano. Era un problema molestar a su señoría, con el peso que tenía podías terminar en Ushuaia o en Mar del Plata”.
Ilustraciones: Dibujos de Mirta Rosenberg, integrante de Dibujos Urgentes en el Juicio de encubrimiento del Atentado a la Amia, Tribunales Federales de Retiro, 2015 – 2016.
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