Juan Diego Britos, Tiempo Argentino.-
La Ruta Provincial 41 atraviesa de norte a sur al campo bonaerense. La recorren a diario camiones con largos acoplados, que se amontonan sobre el asfalto transportando la bonanza del agro sojero. A sus costados, sobre la verde y húmeda llanura, pastan los animales. No muy lejos pueden descubrirse las hileras de viejos árboles que cobijan las casas construidas con lógica de otro tiempo. No sólo 162 kilómetros separan a General Belgrano de la histeria porteña. Sus más de 18 mil habitantes muestran orgullosos el andar cansino del interior de la provincia. El ritmo de vida es otro, aquí los vecinos no miran temerosos al entrar los autos a sus casas ni sufren asaltos violentos. En los últimos nueve meses sólo se denunciaron cuatro robos calificados, protagonizados por un joven de Lanús que aprovechaba las visitas familiares para sorprender a sus víctimas¸ desacostumbradas a convivir con el delito.
Pero la armonía de los belgranenses se desvaneció el martes al mediodía: luego de casi cinco años, un integrante de la comunidad era asesinado. Elsa López, la anciana de 67 años que vivía en una humilde casa del Barrio Santa Rita, fue hallada muerta por una de sus vecinas, que la descubrió ensangrentada, con un profundo corte en el cuello, sentada en el sillón que sus hijos le habían regalado.
A menos de un metro, sobre la puerta de salida, la mancha roja delataba que el asesino la había empujado con saña bestial para evitar que saliera a la calle de tierra a pedir ayuda. El jarrón utilizado para entumecerla estaba roto en el piso, rodeado de arena; sobre la mesa de madera asomaba la cuchilla de mango blanco, que aún tenía la sangre de la víctima derramada en el acero inoxidable.
Graciela, la vecina que la encontró sin vida, había comido la noche anterior con Elsa. Las acompañaba M., el niño de 12 años que la dueña de casa había adoptado como nieto. La principal testigo del caso recuerda que cenaron sobras de asado, charlaron sobre el bajo mesada que la víctima planeaba arreglar y que alrededor de las nueve, se marchó a su casa para prepararle la cena a su hijo.
“El martes al mediodía –cuenta Graciela, de baja estatura y ojos verdes agua– vi la luz de la casa prendida; crucé, intenté abrir la puerta pero estaba cerrada. Me asomé por la ventana y lo que vi fue horrible.”
Los policías no tardaron en descubrir que el asesino había dejado sus huellas sobre la ventana lateral. Por allí había escapado para evitar que los testigos lo vieran salir por la puerta principal. Los oficiales, desacostumbrados a resolver asesinatos, estaban desconcertados con el hallazgo. Uno de ellos era Mauricio Andersen, subcomisario del destacamento local, que esperó la autorización del fiscal Diego Bensi y caminó 70 metros hasta la casa del niño, que vivía a pocos metros de la casa de Elsa.
Su madre Rosa Cesari apareció por el alambrado y lo invitó a entrar. Entre balbuceos, el adolescente confesó que había hecho “eso” porque “la abuela lo había hecho enojar”. La confidencia descolocó al oficial, que buscó serenarse para comprender que el chico de 12 años había matado a la anciana que lo alimentaba para paliar la pobreza de su familia. “Para mí que la madre sabía lo que había hecho el nene, pero la situación la superó. Con la ayuda de la psicóloga –detalla Andersen, sentado a un costado del escritorio del comisario Guillermo Minghetti, que escucha la charla con gestos ásperos– pudimos saber con exactitud qué había pasado y trasladamos al menor a Dolores, donde va a permanecer por 45 días con una medida de seguridad.”
Minghetti interrumpe a su colega para confesar que viajaba a Chascomús junto a Mario Martínez, el hijo de Elsa, también policía e integrante del destacamento, cuando se enteraron del asesinato.
“Casi nos matamos cuando la hermana lo llamó para contarle. Traté de tranquilizarlo –añade– diciéndole que como policías tenemos que estar preparados para soportar este tipo de situaciones. Pero fue muy difícil, cuando se enteró quién era el asesino se puso loco.”
A esa altura, todo el pueblo almorzaba con el horror desatado por el pequeño M., cuya vida había cambiado radicalmente en los últimos meses. Su padre, Hugo Ponce, se suicidó en abril de un disparo en la boca, luego de que dos de sus hijas lo denunciaran por abuso sexual. La noticia caló hondo en el nene y además de culpar a sus hermanas por lo ocurrido, comenzó a vestirse como su papá, a quien idolatraba. Elsa, la víctima, solía decirle que se olvidara de él, porque era un violador y mala persona. Eso lo enfurecía. “Yo le decía ‘abuela no le diga nada al pibe sobre el padre’, pero ella no hacía caso. Una vez –recuerda Pocha, con quien Elsa solía tomar mate por las tardes– la insultó y tuve que sacarlo a patadas hasta la esquina. Es un desgraciado con lo que hizo.”
Al momento del crimen, M. estaba bajo el cuidado del Centro de Protección del Niño de General Belgrano. Había retomado los estudios primarios y tres veces por semana asistía a la Escuela Nº 10: el resto de los días trabajaba en el campo con uno de sus hermanos. Su madre Rosa tuvo cinco hijos en su primer matrimonio y cuatro con el hombre que violó durante muchos años a sus hijas. Ahora, los especialistas sospechan que Ponce también podría haber abusado de M., que por su edad fue declarado inimputable y no será juzgado por el homicidio de Elsa.
Pero los vecinos no quieren que M. vuelva a vivir en la ciudad y las autoridades municipales esperan que su padrino, que vive en La Plata, se haga cargo de su crianza para evitar problemas futuros. Por este motivo, quizás la jueza a cargo del caso extienda el tiempo de encierro del niño.
Domar el dolor.
Mario Martínez está convencido de que su madre no murió por una discusión. Es policía desde hace más de 25 años y sospecha lo que pudo haber sucedido, pero prefiere esperar los resultados de las pericias. Ocurre que el día del crimen, Elsa había cobrado un préstamo de 8000 pesos para arreglar la casa, pero como no sabía firmar ni manejar dinero, su hija hizo la operación y sólo le dejó 50 pesos para la comida. Por eso el hombre prefiere la prudencia.
“Mi mamá no sabía cuánto era dos más dos, pero me enseñó que con amor todo es posible. Ella –explica– sólo dio amor, hasta juntaba ropita de bebé para las hermanas embarazadas de M. Por eso a mis hijos les digo que vamos a vivir sin rencores.”
A Mario le dicen Chamico por un tío al que le gustaban los caballos de carrera, como a él, que se dedica a transportar los animales a los hipódromos. En el living de la casa que alquila junto a Eugenia, su segunda mujer, cuenta que trabaja desde los ocho años: comenzó manejando tractores en el campo y a los 15 compró el terreno de la calle 200, donde vivía Elsa. Dos años más tarde, colocó la casilla prefabricada y se la regaló a sus padres. Pero a los pocos meses, un tornado voló la precaria construcción y el matrimonio tuvo que mudarse a un galpón, hasta que su hijo pudo edificar las paredes e instalar el techo de chapa que aún hoy cubre la vivienda. “Pude verlos vivir en una casa de material y que tuvieran un baño digno. Pero a los seis meses mi padre murió de un ataque al corazón”, recuerda el policía, triste pero con orgullo.
Ahora la vida le puso un nuevo reto a Chamico. Su madre fue asesinada por la mano que alimentaba con amor. Sin embargo, no le desea el mal a M.; lo único que pide es no verlo por uno o dos años. Con voz quebrada pide tiempo para curar las heridas y que después “Dios nos ayude a los dos”. “Si lo tuviera enfrente –añade– le diría, pichón, ¿por qué hiciste esto con mi mamá, que lo único que hizo fue darte amor? Mi vieja era un bebé, pesaba 40 kilos, no caminaba bien y tenía reuma. ¿Cómo no enloquecer?”, dice Chamico, que pide tiempo para domar el dolor. «
El caso
* El lunes por la noche, Elsa López, de 67 años, fue apuñalada en su casa del Barrio Santa Rita de General Belgrano.
* El martes al mediodía, M., de 12 años, confesó el crimen. El cuerpo de Elsa había sido hallado por una vecina.
* M. estará alojado en un centro de contención de Dolores por 45 días. Por ser menor de 14 años es considerado inimputable.
“Hay cosas que son impredecibles”
Jorge Eijo asumió la Intendencia de General Belgrano el 8 de diciembre. En el despacho municipal, donde recibió a Tiempo Argentino, Eijo admitió que “no es natural que ocurran este tipo de cuestiones en una ciudad tan tranquila”.
–¿Cómo maneja la reacción del pueblo frente a un hecho de estas características?
–Lo primero que hicimos fue estar cerca de los hijos de la víctima. Estamos frente a una situación muy singular, que aquí algunos tomaron como un hecho de inseguridad y no fue así. Eso no significa que no tengamos que reflexionar para que no vuelva a ocurrir.
–¿Sobre qué cosas tienen que reflexionar como funcionarios?
–Queremos inaugurar la Comisaría de la Mujer porque las denuncias sobre violencia de género se multiplicaron en los últimos meses. La familia del chico atravesó una situación muy difícil con la muerte del padre por las denuncias de sus hijas.
–¿Siente que el Estado pudo haber prevenido este crimen?
–Seguimos siendo sociedades conservadoras y hay temas de los que nos cuesta hablar. La violencia de género es uno de ellos. Hace un año y medio abrimos la Oficina de Violencia de Género y notamos el incremento de las denuncias. Hubo algunos casos que tenían más de diez años de antigüedad. Tratamos de contener la problemática de esta familia pero hay cosas que son impredecibles.
–En el Barrio Santa Rita, los vecinos se preguntaban si se había tratado de un caso de inseguridad. ¿Por qué en un lugar tan tranquilo existen ese tipo de preocupaciones?
–Influye que un medio como TN venga cuando ocurre un hecho de estas características y no se acerque cuando inauguramos el ensanchamiento del Río Salado, que va a permitir que la ciudad no se inunde nunca más. Eso duele.
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