Daniela Rea y Lydiette Carrión.-
El cuerpo de Karen Joanna Sánchez Gochi fue descubierto en la habitación 47 del hotel Clavería por personal de limpieza al mediodía del 12 de junio de 2012. Estaba vestida sólo con su pantaleta, recostada sobre la cama, donde una mancha de sangre de unos 50 o 60 centímetros de diámetro se ensanchaba. Provenía de un golpe en la cabeza con un objeto sin filo, golpe que por sí solo podía ser mortal, si bien la causa de muerte había sido asfixia. Tenía otras lesiones: el labio roto, marcas de forcejeo en un brazo.
A Karen la desvistieron después de que perdiera el conocimiento. La playera que llevaba cuando desapareció se encontraba ahora atascada en el excusado con el resto de su ropa, y presentaba manchas de sangre que coincidían con el golpe en la cabeza. En el piso se veía la envoltura de un condón. Análisis posteriores concluyeron que Karen no había tenido relaciones sexuales ese día, ni siquiera había indicios de que se hubiera besado con alguien.
Un video registra cómo Mario y Karen llegan a la recepción del hotel. Él paga. Menos de una hora después, él se va.
Estas son las pruebas objetivas del asesinato de Karen Joanna Sánchez Gochi, de 20 años, estudiante universitaria, deportista, bailarina e hija de una familia trabajadora de Tacuba. Sin embargo, la verdad legal es la declaración de su asesino: Mario Gabriel Enríquez Pérez, quien dijo que él y Karen eran amantes, que esa noche Karen le propuso ir al hotel y que ella pagó. Que mientras mantenían relaciones sexuales ella lo amenazó con decirle a su pareja formal y él, debido a un estado de emoción violenta, la asfixió.
A pesar de los indicios de violencia de género, el asesinato de Karen fue considerado por la Procuraduría capitalina un homicidio calificado, no un feminicidio.
El crimen
La noche del lunes 11 de junio de 2012 Karen regresaba de su clase de box. Venía sudada por dos horas de ejercicio durante las cuales Mario la había llamado ocho veces sin que ella contestara. El joven marcó de nuevo. Y ella por fin respondió.
–Estoy por tu casa; necesito verte– o algo así le dijo Mario.
Guadalupe Gochi, madre de Karen, recuerda que su hija no quería salir sudada y en pants. Pero al ver todas las llamadas perdidas le comentó a su madre: “No me tardo. No sé qué quiere”. Guadalupe se asomó y vio a Mario esperando en la esquina. Karen sólo tomó su celular y bajó las escaleras que dan a la calle. Eran las 10 de la noche.
Poco después, comenzaron a llegar los demás miembros de la familia, Conrado Sánchez, padre de Karen, otro de los hijos. La abuela, al entrar, preguntó por qué estaba abierta la puerta de la entrada.
–Karen está afuera–, respondió Guadalupe.
–No está.
–A lo mejor no la viste.
La más pequeña de las hijas pidió a Guadalupe que se acostara con ella. Aquella así lo hizo y ambas cayeron en sueño profundo. Alrededor de la 1 de la mañana Guadalupe despertó. Karen no estaba. En ese momento comenzó la búsqueda.
Esa misma noche localizaron a Mario, quien negó haber visto a Karen. A las 2:30 de la madrugada fueron a la IX delegación Miguel Hidalgo, donde los agentes se negaron a levantar el acta. A las 11 de la mañana, la familia ya había tramitado las sábanas de llamadas, y se encontraban en la fiscalía de Secuestros, en Avenida Jardín Azcapotzalco.
Mario fue presentado a declarar esa misma noche. Tras un par de horas, el comandante a cargo se acercó a Conrado:
–El chavo, nada qué ver. Está limpio. Ya lo interrogaron cinco. Está limpio.
La familia, destruida, se retiró. Pero apenas llegaban a casa cuando Conrado recibió una llamada del comandante.
–Venga rápido, porque tengo noticias.
Al llegar a la agencia, el mismo comandante les pidió que se subieran a la patrulla; tenía algo que mostrarles en otra agencia. Era la madrugada del miércoles. Las calles estaban vacías, sólo iluminadas por el ámbar de los faroles. Circularon sobre Cuitláhuac, doblaron en Camarones.
Ahí en camarones el comandante le dijo al padre: ustedes tenían razón, Mario asfixió a Karen, a su hija mayor. La habían encontrado en un hotel de Clavería, semidesnuda, horas antes.
– “Yo me agarré y empecé… a enloquecer”.
¿Por qué?
Guadalupe Gochi recuerda la ocasión en que su hija Karen, que entonces tenía 16 años, le contó que su maestro de baile, Mario, un año mayor que ella, la pretendía. La adolescente no estaba muy convencida: él no estudiaba y ella tenía otros proyectos. Además de pronto él comenzó a salir con otra alumna.
A partir de entonces, los caminos de Karen y Mario se alejaban cada vez más. El único punto de coincidencia era el baile, pero esto no era suficiente y mucho menos cuando Karen entró a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, a estudiar Ciencias de la Comunicación.
Oriunda de la colonia Tacuba, activa, Karen no tenía novio pero tenía amigas y amigos, trabajo, escuela, deporte, familia. Mario, en cambio, daba dos clases de baile por semana en una academia de barrio, y ocasionalmente participaba en alguna coreografía para alguna fiesta de 15 años. Para el padre de Karen estas diferencias son el origen del crimen contra su hija mayor. Y es que aunque cada vez más lejanos, Mario seguía buscándola, como atestigua un mensaje de texto de la propia novia de él, quien le reclama “sigues buscando a Karen”. Él la seguía buscando y ella era cada vez más inalcanzable.
Foto: Germán Canseco (Proceso.com.mx)
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