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Doce horas después de que bomberos y policías hubieran hallado a Rosa Elvira Cely desnuda de la cintura para abajo, hipotérmica, apuñalada y con signos evidentes de violación, Javier Velasco Velásquez ingresó a un salón del Colegio Técnico Comercial Manuela Beltrán. Eran las 6 p.m. y Velasco, como lo hizo Rosa Elvira hasta el pasado 23 de mayo, empezaba sus clases de validación del bachillerato. No sabía entonces que ella no sólo había sobrevivido al ataque, sino que ya lo había señalado como aquel que había tratado de asfixiarla, desnucarla y que en un acto de crueldad pura, le había introducido un objeto por el ano.
Mientras en el sur de Bogotá Rosa Elvira batallaba con la muerte en el hospital Santa Clara, Javier Velasco seguía su vida, movilizándose en la misma moto AKT-125 negra en la que habría transportado a Rosa Elvira hasta el Parque Nacional para golpearla con un casco y dejarla inconsciente. Moto que decidió guardar sólo un día antes de su arresto. Mientras Rosa Elvira tenía el abdomen abierto después de una primera operación y estaba intubada en la unidad de cuidados intensivos, Velasco continuaba recorriendo las calles del barrio Galerías. Donde ella vivía. Donde él reside. Donde fue capturado el pasado viernes en la noche.
Velasco no tenía manera de saber que las autoridades habían formado toda una red de inteligencia alrededor suyo, pues, de acuerdo con la investigación, él y su cómplice la dejaron tirada a su suerte convencidos de que había muerto; a esa mujer a la que cortejó durante meses, que invitó a salir con insistencia a pesar de las negativas que seguía recibiendo, a quien le ofrecía siempre llevarla a la casa al terminar sus estudios. Pero así, maltrecha y herida de muerte como estaba, Rosa Elvira alcanzó a pronunciar el nombre de sus agresores. Velasco, o quien fuera que la agredió, no contaba con que la víctima iba a resultar toda una sobreviviente.
Nombres en mano, los investigadores del caso se dieron a la tarea de comprobar que un hombre llamado Javier Velasco existía y era cercano a Rosa Elvira. Lo hicieron revisando, primero, qué números telefónicos figuraban en el registro de su celular durante el día del ataque. Encontraron que varias llamadas que entraron venían del celular de Velasco Velásquez. Rosa Elvira Cely falleció el lunes a la 1:30 de la madrugada y ese mismo día, gracias al rastreo de comunicaciones, Velasco empezaba a ser el sospechoso número uno.
El segundo paso que los investigadores tomaron fue ir a donde amigos y vecinos de Rosa Elvira no sólo para obtener sus declaraciones, sino para hacer un retrato hablado de Velasco, imagen que fue comparada con la foto de un homónimo con antecedentes por episodios de abuso sexual. El cotejo también coincidió. Para el martes 29 de mayo, día en que la familia de Rosa Elvira recogió su cadáver de la morgue de Medicina Legal, Policía y Fiscalía estaban seguros de que el Javier Velasco que Rosa Elvira había mencionado era el mismo que ellos tenían en la mira. A partir de ahí, Velasco estuvo bajo vigilancia las 24 horas.
Las evidencias de mayor peso, sin embargo, estaban en la escena del crimen. El atacante de Rosa Elvira no fue meticuloso y su rastro estaba presente en todo el lugar. Los investigadores saben que el ataque no ocurrió precisamente donde la mujer fue hallada, sino a unos cuatro metros de distancia. En ese punto inicial ella habría sido violada. Al intentar pararse y huir, la apuñalaron por la espalda. Luego la sometieron y la empalaron. Se hicieron análisis forenses, técnicos e investigativos, pero sólo hasta el viernes en la noche, cuando un juez legalizó la orden de captura, se pudieron hacer los cotejos entre la sangre y el semen hallados en la escena del crimen y Velasco. Los resultados fueron contundentes.
El testimonio de allegados a Rosa Elvira resultó fundamental. El de sus amigas también, principalmente el de una cuya identidad ha sido celosamente guardada. Esa amiga les habría contado a los investigadores que Velasco buscaba permanentemente a Rosa Elvira. Dos de los compañeros de clase de ella sabían que esa noche se iba de rumba con él. Según las pesquisas, además, el agresor de Rosa Elvira estaba con ella únicamente tras salir del colegio, la invitó a un mirador de la ciudad y en el camino el cómplice apareció.
Funcionarios que conocen los reportes de la investigación le dijeron a este diario que la hipótesis que se maneja es que el agresor tiene una marcada confusión sexual, alguien con trastorno disociativo, un poco vago, que quería tener una relación aún más cercana con Rosa Elvira, pero que ella ya era novia de otro hombre. Velasco está siendo procesado por homicidio agravado, acceso carnal violento y tortura. Paradójicamente, el sepelio se produjo cerca de la zona donde Velasco andaba a sus anchas. Aún falta que las autoridades capturen a su cómplice, al que, dicen, ya tienen plenamente identificado.
La indignación que ha generado este hecho en el seno de la sociedad motivó a la marcha que se realiza hoy en Bogotá y otras ciudades del país con la consigna de “ni una mujer más violentada”. Con ese mismo fin el fiscal Eduardo Montealegre anunció que creará una Unidad de Reacción Inmediata que atienda a poblaciones vulnerables, iniciativa que contará con el apoyo del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro.
La marcha para que casos como el de Rosa Elvira no vuelvan a suceder partirá, precisamente, del Parque Nacional, lugar donde con sevicia dos hombres humillaron a ‘La Mona’, como era conocida por sus amigos, una mujer que soñaba con ser psicóloga y lo daba todo por su hija de 12 años que quedó huérfana.
Al anunciar la captura, el presidente Juan Manuel Santos sentenció: “Que el responsable se pudra en la cárcel”. En el sepelio de Rosa Elvira y al unísono, los asistentes pidieron justicia. Nada ni nadie podrá saldar la herida que se le causó a la familia de Rosa Elvira. Sin embargo, su rostro es hoy por hoy el estandarte de una lucha para que la violencia contra las mujeres cese de una vez y para siempre. Esto para todas las ‘rosas’ del país.
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