Bisexuales y disidentes: no estamos confundidxs

Un adelanto de “Bisexualidades feministas. Contra-Relatos desde una disidencia situada”, un libro que celebra la identidad bisexual como potencia política y activismo identitario.

Bisexuales y disidentes: no estamos confundidxs

Por Cosecha Roja
11/07/2019

El libro “Bisexualidades feministas. Contra-Relatos desde una disidencia situada” (Madreselva, 2019) afirma y celebra la identidad bisexual como potencia política y activismo identitario. 

Un punto de encuentro con una multiplicidad de voces que habilitan y acompañan una construcción propia, íntima, y eso sin exagerar, que le puede salvar la vida (sexual) a más de una joven y no tan joven. 

“Asumirse bisexual para quienes llegan a los veinte años hoy es mucho más pensable que hace una década”, afirman sus autoras. Cosecha Roja comparte un adelanto de este libro que exige para la bisexualidad un lugar en las reflexiones contemporáneas en torno al género y la sexualidad. Pero no porque las realidades bisexuales hayan sido históricamente malinterpretadas o ignoradas (y lo han sido), sino porque las narrativas que la bisexualidad propone constituye un discurso afectivo y efectivo en sí mismo, que crea sentidos no sólo sobre sí sino sobre la matriz simbólica. 

bisexuales

Por Laura A. Arnés, Gabriela Balcarce, Magdalena De Santo, Mayra Lucio

Resulta evidente que la bisexualidad ha sido construida histórica y culturalmente en espacios que son casi exclusivamente lesbianos, gays o heterosexuales. Es así que lxs bisexuales aprendemos a pensarnos en lugares que no reconocen a la bisexualidad como locus discursivo (o solo lo hacen parcialmente). Además, y como consecuencia, la experiencia bisexual muchas veces es filtrada por otros discursos identitarios. Al ser inscripto parcialmente en las dos grandes narrativas sobre la sexualidad –la Real Academia Española la define como aquella que “alterna las prácticas homosexuales con las heterosexuales”– lo bisexual tiende a ser considerado por las ficciones sociales como espacio intermedio o transicional entre la heterosexualidad y homosexualidad y suele ser acusado de mantener el régimen dicotómico que rige las estructuras hegemónicas de la sexualidad y el género. La idea de “estar en el medio” configura, irremediablemente, a quienes se identifican como bisexuales en “doble agentes”, es decir, traidorxs, traficantes de conocimientos que circulan entre dos mundos y modifican, camaleónicamente, su identidad acorde a los requerimientos de la situación. En pocas palabras, en el imaginario social quienes se identifican como bisexuales son representadxs, estigmatizadxs por el estereotipo como poco confiables e inconstantes, detractorxs, incluso, de la lucha contra el patriarcado y el heterosexismo, en función del acceso a la heterosexualidad y sus privilegios (Armstrong, 1995; Díaz, 2011; Guverich, 2007; Hemmings, 2002; Sardá, 1998). Por otro lado, el “bi” en estas narrativas haría referencia, además, al dos que sostiene el statu quo. Es decir, no habilitaría ser pensado en otros términos más que en relación al binomio “hombre/mujer”. La bisexualidad parecería, así, no implicar ningún tipo de resistencia hacia las estructuras dominantes.

En el peor de los casos y más allá de lo que el sujeto en cuestión afirme sobre sí mismx, se suele situar a lo bisexual en términos de una negación topológica y ontológica: la bisexualidad no existe. Ante la carencia de lugares concretos y simbólicos, lo bisexual es interpelado en términos de transición que decantaría en una futura condición lesbiana o gay. Como consecuencia, la bisexualidad parecería enmascarar una supuesta verdad sexual subyacente no asumida por el sujeto.

Otro modo recurrente de pensar la bisexualidad −opuesto complementario de lo desarrollado en el párrafo anterior− reposa en un contexto donde el psicoanálisis todavía mantiene alto grado de efectividad. La idea de que “todos somos bisexuales” no solo reduce la especificidad bisexual sino que la somete a una versión anacrónica y esencializada, homologable a “una disposición originaria” (Freud, 1905: 9). Desde el prisma freudiano, la disposición bisexual mantiene un juego ambivalente entre los campos de lo anatómico, psíquico y sociológico, que resulta “universal en los animales superiores” (Freud, 1905: 80). Sin embargo, paradójicamente, solo se manifestaría en el engorroso camino hacia la elección de un objeto de deseo. Aún más, el modelo de maduración psíquica considera la bisexualidad como una imposibilidad constitutiva, como aquello que habita las sombras del pasado. En el orden de las representaciones de los adultos, entonces, expresaría inmadurez o una vacuidad mnémica siempre asociada a los estadios pre-edípicos.

Este breve recorrido solo intenta delinear algunos de los modos en que los saberes sobre la bisexualidad operan produciendo un objeto imposibilitado de hablarse a/por sí mismo. Es decir, constantemente heterodesignado.

Desde sus comienzos, la teoría queer giró en torno a la preocupación por los regímenes representacionales (De Lauretis, 1996; Butler, 2002). Judith Butler supo señalar que algunxs sujetos viven en la esfera de lo “irrepresentable”, de lo “invivible” o “inhabitable” y que son construidos como “inviables”, mientras que otros gozan de mayores privilegios de representatividad jurídica, política y, ante todo, semiótica que, por su parte, reproducen. No obstante, esta lectura polarizada (i.e., se está dentro o fuera del imaginario social) debe ser complejizada al momento de pensar lo bisexual en tanto esfera de la sexualidad y el género que, simultáneamente, goza y no goza de legibilidad cultural. Butler ilumina la necesidad y el valor ético-político de la representación semiótica en tanto dato que nos permite habitar dentro del orden constituido, identificarnos y reconocernos. Sin embargo, en virtud de la importancia que tiene esta economía significante, resulta imprescindible que los movimientos y colectivos de la disidencia sexogenérica entren en conflicto con un orden simbólico que proporciona una imagen de absoluta integración. En esta línea de reflexión, y reconociendo la naturaleza siempre conflictiva del orden categorial, proponemos a la bisexualidad como zona de interpelación, diseminación y desborde de sentido, “para promoverla(s) como espacio de necesario conflicto” (Butler, 2000: 87) y a partir de allí comenzar a delinear una epistemología que implique una resistencia frente a las narrativas hegemónicas.

II. Hacia una epistemología bisexual

Eve Kosofsky Sedgwick inaugura su Epistemología del armario con palabras sugestivas: “Muchos de los nudos principales del pensamiento y el saber de la cultura occidental del siglo XX están estructurados –de hecho, fracturados− por una crisis crónica, hoy endémica, de definición de la homo/heterosexualidad” (Kosofsky Sedgwick, 1998:11). A partir de dicha crisis categorial, la autora articula una epistemología basada en aquello que la cultura silencia y forcluye. Sin lugar a dudas, la metáfora del armario provee una imagen potente tanto visual como espacial: dibuja un lugar, propone un modo de mirar (y ser mirado) y entiende un modo de dividir al mundo. Pero la metáfora del armario no solo no define a todas las sexualidades, sino que produce una epistemología que reinscribe las dicotomías a expensas de aquellas otras.

Al reflexionar sobre la bisexualidad Maria Pramaggiore propone, en cambio, una “epistemología del cerco” (1996). El cerco, bajo la mirada más convencional, identifica un espacio intermedio, una línea que divide o demarca. Sin embargo, para la autora, el cerco constituye una superficie mucho más porosa que el muro o la puerta del armario: escenifica espacios a través de los cuales pasar, a través de los cuales ver, a través de los cuales se encuentran y actúan deseos fluidos (1996: 3). En este sentido, lo que la autora denomina “fence sitting” le otorgaría a la bisexualidad un punto de vista particular y único a partir del cual resulta posible reenmarcar regímenes y regiones del deseo (1996: 5). Así, lo bisexual no necesariamente trascendería las oposiciones binarias, aunque sí ofrecería un punto de vista diferencial a través del cual explorar estas dicotomías.

En esta línea y como sostiene Ahmed (2006: 67), la sexualidad puede ser considerada en términos espaciales no solo porque los cuerpos habitan espacios sexuados, sino en el sentido de que los cuerpos son sexualizados en el modo en que habitan los espacios. La sexualidad no estaría, entonces, determinada solamente por la elección de objeto, sino por las diferencias que esto implica en las relaciones con el mundo: cómo unx se posiciona o “da la cara” en él (y qué cara el mundo le devuelve). Las diversas direcciones que puede tomar el deseo obligan no solo a habitar el mundo de modo diferencial sino, muchas veces, directamente a habitar diferentes mundos.

Las adscripciones identitarias que refieren a la sexualidad y/o al género se constituyen en la iterabilidad (Ahmed, 2006; Butler, 2000; De Lauretis, 1989). Es decir, son el efecto de la repetición de acciones corporales a lo largo del tiempo. Estas repeticiones no solo delinean horizontes de posibilidad y dibujan campos de pertenencia sino que, además, ubican a ciertos cuerpos y a ciertos objetos al alcance, mientras mantienen a otros alejados, muchas veces, incluso, ocultos e impensables.

Los conceptos de “heterosexualidad” y “homosexualidad”, etimológicamente, señalan un recorrido –una dirección− del deseo hacia “lo diferente” y “lo semejante”, respectivamente, y se mantienen dentro del régimen categorial de lo culturalmente posible: las dicotomías de ningún modo son derrotadas. Si cruzamos esta variable con la temporal, notaremos que quienes se identifican con estos términos son susceptibles a mantener cierta consistencia, cierta estabilidad a lo largo del tiempo en cuanto a lo que la categoría nombra: “siempre me gustaron”, “nunca me gustarán”; o en una división de la historia personal en dos momentos −uno de ignorancia y otro de reconocimiento de sí−: “antes no me había asumido”, “eso fue un error”, “miro atrás y me doy cuenta de que siempre fue así”.

Si bien una epistemología bisexual puede también dar cuenta de cierta estabilidad o consistencia de los deseos a lo largo del tiempo, lo hace dentro una lógica que no es monosexista ni monogenérica. La apelación recurrente de la bisexualidad es una apelación a la potencia de lo que varía, de la diferencia. Y si bien todo deseo es fluido y variable, el deseo bisexual no hace sino ponerlo en evidencia. La incertidumbre y la movilidad son propiedades de toda existencia, el punto de inflexión es que la categoría bisexual subraya esta condición que, por cierto, suele entrar en conflicto con moldes sociales de amor y trascendencia.

Los deseos bisexuales podrían repensarse, entonces, como modos diferenciales de ocupar y de circular por los espacios. Más aún, como modos de acción que también dan forma a cuerpos y espacialidades. El deseo bisexual busca acercar cuerpos, poner en contacto aquello que tal vez siempre estuvo alejado, incluso en el cuerpo propio y configura, así, momentos de contacto y de asociación, pero también de desvío y de fuga entre cuerpos y espacios, entre deseos y saberes.

En analogía con el teorema de Gödel sobre los límites del formalismo, Derrida denomina “indecidibles” a aquellas unidades lingüísticas que marcan la imposibilidad de clausuras en el sistema binario de clasificación occidental (verdadero-falso, mente-cuerpo, masculino-femenino, homosexual-heterosexual). Los indecidibles, por su movilidad constitutiva, se pasan de un sentido a otro, desestabilizando los umbrales de la significación y poniendo de relieve el carácter abierto, situado (histórico) y contingente de dicho proceso. Si pensamos a lo bisexual en estos términos, no sería ya una noción más precaria o imperfecta que otras, antes bien, parecería situarse en el terreno del cuestionamiento mismo de las definiciones identitarias.

Lo indecidible no es solo la oscilación entre dos significaciones o reglas contradictorias, es “la experiencia de lo que siendo extranjero, heterogéneo con respecto al orden de lo calculable y de la regla, debe sin embargo […] entregarse a la decisión imposible, teniendo en cuenta el derecho y la regla” (Derrida, 1997 b: 45). Lo que se presenta como definitivo, como lo que puede ser, se disloca hacia lo que antes no podía ser: lo indecidible se instala, entonces, en el terreno de lo que no puede ser previsto, anticipado por un horizonte de expectativas previamente delimitado (según el modelo fenomenológico clásico) o un orden de clasificación categorial previamente otorgado (heterodesignación). El campo de lo bisexual presentaría, así, las notas de lo indecidible, en la medida en que abriría, en el campo de lo existente, un espacio de posicionamiento inesperado.

La existencia bisexual interpela tanto al monosexismo como a la matriz heterosexual −que separa las aguas entre los circuitos identitarios hetero/homo−, y amplía el horizonte de deseo e inteligibilidad epistémico-política incluso de otras identidades sexogenéricas que también resultan interpeladas. Pero lo hace no solo desde los márgenes sino desde adentro, profundizando las grietas de lo que incomoda, de la sensibilidad moral normativa. En este sentido, una epistemología bisexual nos desafiaría a pensar no en términos opositivos sino en términos inclusivos (“y”, “también”); no ya como “nunca/siempre”, “adentro/afuera” o “antes/después”, sino como propone Kosofsky Sedgwick al momento de explorar herramientas para un pensamiento no dualista, con el término beside (al lado, junto, además), que se vuelve potencia ante todo por su carencia de polaridad. En esta figuración metafórica, lo bisexual reconfigura la cartografía cultural de los cuerpos, deseos y saberes y se delata no ya producto de lo que se excluye sino de elementos que coexisten en permanente movimiento (aunque no necesariamente de manera equitativa o equivalente). Como sostiene la autora: “Beside implica diversos modos de deseos, identificaciones, representaciones, rechazos, paralelismos, diferenciaciones, rivalidades, inclinaciones, desvíos, imitaciones, abandonos, atracciones, agresiones, deformaciones, etc.” (2003, 8).

La propuesta resulta seductora porque propone una imaginación espacial que obliga a nuevos traslados y modos de circulación de conceptos, ideas, cuerpos e, incluso, de las formas de transmisión de afectos y saberes. Pero además, incita lecturas creativas (del mundo, del género, del sexo, de lo instituido) y obliga a sacudir algunos términos –a desviar algunos recorridos− que, a pesar de sonar contemporáneos y novedosos, ya se encuentran de algún modo solidificados. Incardinada, la bisexualidad tiene la posibilidad de abandonar puntos de referencia estable desde donde se establecen los vectores de la sexualidad y el género. En virtud de abrazar las bifurcaciones que resguarda, la bisexualidad se habilita como locus de contingencias eróticas tal que, potencialmente, puede celebrar la singularidad de los distintos cuerpos sexualizados y generizados.

En esta línea, una epistemología bisexual debería, entonces, abocarse a leer esas territorialidades contingentes que dibujan los deseos bisexuales; esos recorridos gozosos que no son rectos ni dividen espacios, sino que los atraviesan de modos inesperados. Tal vez, los deseos bisexuales no creen territorios alternativos (probablemente tampoco deseen esa permanencia), pero, indudablemente, delinean inter/intra-espacios diferenciales que habilitan posibilidades de habitar el mundo más móviles y alimentan pasajes y detenciones eróticas sin puntos de llegada asegurados.