La Razón Bolivia.-
Son las 22.00 del jueves 16 de octubre. Gonzalo Muñoz saca las manos de sus bolsillos y golpea con los nudillos tres veces la puerta de un alojamiento. En el poblado orureño de Pisiga, a casi 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, el viento sopla incansable. La tarea de Muñoz es habitual, fría pero habitual. Siete efectivos de la Dirección General de Migración recorren esa región limítrofe en busca de ciudadanos que intentan cruzar de forma ilegal hacia Chile.
Es el “sueño chileno” que es vendido a extranjeros, principalmente centroamericanos y africanos, con jugosas ofertas laborales que, generalmente, son anzuelos de grupos de estafadores. Más aún, en estas bandas delincuenciales participan “coyotes” o traficantes de personas que se encargan de este traslado que elude los controles al estilo de la frontera que divide a México de Estados Unidos, de donde ganaron ese nombre. Estos personajes operan en Bolivia y son parte de redes internacionales.
Migración va tras la pista de estos grupos en los límites con Chile. Es una tarea que tiene como escenario los 947 kilómetros de una línea imaginaria binacional. Desde el otro lado de la puerta, contesta una mujer que todavía no alcanza los 30 años. “Está abierto”. Muñoz ingresa a la habitación y observa a la joven sentada y nerviosa. Ella muestra sus documentos de identidad; sin embargo confiesa que no tiene visa para desembarcar en Chile.
“En ese mismo cuarto creímos que había una persona más, pero escapó”, relata el agente migratorio. Sale de la pieza y camina rumbo a otro hospedaje. Otra vez toca la puerta de un dormitorio y adentro hay dos dominicanas junto con un boliviano. El hombre queda registrado en la memoria de Muñoz como El Camba. Luce tranquilo; todo lo contrario a ellas, que dejan caer sus miradas inquietas al piso. Los efectivos inician la requisa y descubren que la maleta de El Camba es casi un registro civil portátil en el que hay certificados originales de nacimiento y documentos de dominicanos que no se hallan en el alojamiento.
Al día siguiente de la redada, las tres mujeres nacidas en República Dominicana fueron transportadas a la Casa del Migrante de la ciudad de Oruro. En Pisiga murió su anhelo de llegar a suelo chileno. Pero sus casos son solo la punta de un ovillo que ha activado la alerta de autoridades bolivianas y de otras naciones. La oficina central de Migración en La Paz revela que entre mayo y octubre se realizaron tres operativos en la frontera con Chile, que permitieron la aprehensión de 29 ciudadanos que intentaban cruzarla ilícitamente, sin los papeles en regla, sin visas. Por ello lo cataloga como el nuevo delito transnacional que ronda esa zona.
Millonario. La trata y el tráfico de personas son las actividades ilegales que rinden más réditos millonarios junto a la compra-venta de sustancias controladas y de armamento en el mundo. La Oficina de Naciones Unidas Contra el Narcotráfico y la Delincuencia (UNOCD) y la Policía Internacional (Interpol) calculan que el crimen organizado mueve aproximadamente 870.000 millones de dólares cada año, de los cuales 39.000 millones corresponden a la trata (32.000 millones) y el tráfico de individuos (7.000 millones).
No todos los emigrantes que intentan llegar a territorio chileno son capturados. Aunque no hay datos oficiales, se maneja que la mayoría de los “coyotes” completa su misión, comenta el periodista dominicano Daniel Santana, quien vive en Santiago de Chile hace un par de años y sigue de cerca este flagelo que asola a sus compatriotas. Joaquín es uno de los que consiguieron romper el cerco fronterizo. El hombre tiene 30 años y decidió dejar atrás su vida en la capital dominicana Santo Domingo, el 26 de octubre del año pasado. Y se subió en un vuelo rumbo a Colombia. Por teléfono, desde Santiago, y con la garantía del anonimato, cuenta a Informe La Razón que no resultó una decisión fácil porque tuvo que desprenderse del abrazo de su hija de nueve años.
Subraya que jamás hubiera abandonado su hogar, pero fue obligado por la necesidad de una fuente laboral estable, lo cual era imposible conseguir en su ciudad. La falta de trabajo en esa nación de América Central con más de 10 millones de habitantes, es la principal razón esgrimida por quienes toman la decisión de emprender el viaje al sur del continente. Aunque los datos del Banco Central de la República Dominicana señalan que el desempleo está en un 6,9%, es decir, tuvo un gran bajón, porque llegaba a 15% el año anterior.
La analista y periodista dominicana Alba Nelly Familia opina que una cosa es lo que dice el Gobierno en cuanto a cifras macroeconómicas y otra la que se vive en las calles.
“Hablan de que no hay desempleo, cuando la realidad es diferente y se quiere tapar el sol con un dedo. Las cifras del Banco Central no reflejan la realidad del país”. Joaquín coincide con ella. “La situación económica no está bien. Allá hay gente sin trabajo y solo lo dan a algunos”.
Promesas. Ahora Joaquín está como “indocumentado” en Chile. No tiene visa. Y admite que no es fácil. Sus compatriotas que se encuentran en la misma situación venden perfumes en vías públicas o de manera clandestina, son comerciantes minoristas o consiguen empleos “en negro”. Relata que existen inmigrantes centroamericanos que son obreros y trabajadoras del hogar que ofrecen sus servicios sin poder acceder a beneficios sociales.
Recuerda que en la República Dominicana le lanzaron una propuesta tentadora. Un amigo le presentó a una mujer que le abrió la posibilidad de ganar mínimamente 500 dólares mensuales en el extranjero. Todo de manera “legal”. Un año después, Joaquín supo que le mintieron. El sueldo y la promesa de que le pagarían su habitación y la alimentación le hicieron brillar los ojos, en una nación donde el salario mínimo alcanza al menos a 231 dólares. Pero fue un engaño, lo estafaron.
Para él, el trabajo en su país va de la mano con la discriminación. Ello alimentó sus ansias migratorias. Y decidió prestarse unos 3.000 dólares y con un poco más de 1.000 adquirió un billete de avión rumbo a Colombia, la primera parada de su futuro vía crucis para arribar a Chile, un Estado promocionado por los traficantes de personas como un destino donde sobran las fuentes laborales con buenas remuneraciones, algo fomentado por los prósperos indicadores económicos. Inclusive la Organización Internacional del Trabajo en su informe del año pasado, destaca que el crecimiento anual del empleo promedio en esa nación llega a 3,5%.
Sin embargo, Joaquín todavía no palpa esta bonanza y labura hasta 12 horas diarias en una peluquería. Después de recorrer unos 7.000 kilómetros, se siente decepcionado y solo piensa en sus embaucadores, aunque sabe que él también tiene su culpa. Tampoco puede quitar de su memoria a los “coyotes” que le hicieron arribar a la capital chilena. Son un eslabón de una cadena delictiva internacional que tiene a Bolivia como un punto de tránsito clave para enlazar Perú y Chile.
De a poco, como quien encuentra las piezas exactas de un rompecabezas entre un montón, los agentes de Migración de Bolivia descubren el recorrido que hacen los dominicanos que salen de su tierra incrustada en el archipiélago de las Antillas Mayores en busca de un trabajo en territorio chileno. Las explotaciones laboral y sexual son dos riesgos para estas personas, sobre todo mujeres. Informe La Razón revela esta ruta sobre la base de investigaciones oficiales y testimonios de víctimas.
Recorrido. Uno de los expertos en el tema es Vladimir Zelada. Es jefe de Inspectoría de la Dirección de Migración de Oruro y quien interrogó a las centroamericanas aprehendidas en Pisiga, del comienzo de esta historia. Quienes se animaron a hablar le dieron rastros del génesis del problema. “De acuerdo con su versión informativa, éstas dicen que vía internet se contactan con los ‘coyotes’ y éstos les ofrecen un trabajo por 500 dólares con la mesa puesta. Habían sabido hipotecar sus casas y hacen un gran gasto”.
El encargado de la Unidad de Inspectoría y Arraigos de Migración, Waldo Bernal, da por hecho que los “coyotes” de estas redes tienen tentáculos en República Dominicana, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Los datos recopilados desvelan que hay delincuentes que captan a dominicanos atormentados por la falta de un trabajo. Las redes sociales son sus principales anzuelos, incluso la entrevista cara a cara, con ofertas difíciles de rechazar.
Ayudan a sus presas a comprar boletos aéreos hacia Bogotá y les consiguen una visa de turismo. En la capital colombiana, los inmigrantes son contactados por los primeros “coyotes”, quienes los llevan a alojamientos clandestinos y los mandan, o van con ellos, por carretera en dirección a las provincias de Ibaguen, Popayán y San Juan de Pasto. En todo momento evitan las rutas comerciales, o sea utilizan vías alternas. Cuando no viajan con ellos, los centroamericanos son monitoreados y dirigidos con llamadas telefónicas o con mensajes vía WhatsApp por un trayecto con selva y ríos. Esta frontera de 586 kilómetros es una zona con indicios de presencia guerrillera y de narcotraficantes. Joaquín sostiene que el periplo por allí fue complicado, pero nada comparado con lo que viene después.
La segunda parada es Quito, la capital ecuatoriana, donde los dominicanos se movilizan en vehículos y también es común que los “coyotes” los busquen en sus motorizados para trasladarlos a viviendas rústicas en las que permanecen por un tiempo. Las pesquisas indican que hay víctimas que compran pasajes aéreos que las llevan directamente a Ecuador, pero requieren tramitar una visa de turismo y el costo del boleto se encarece al menos en 200 dólares.
Existen 1.529 kilómetros que separan a Ecuador con Perú y los centroamericanos son transportados, generalmente, a Huaquillas-Aguas Verdes en la provincia ecuatoriana de Tumbes y de allí son enviados a La Tina-Macará (en Piura, territorio peruano). Son vías que igualmente utilizan los traficantes para llevar a emigrantes haitianos que son atraídos por las oportunidades laborales en Brasil y que también son presas de estafadores (leer reportaje de la página 7).
Los “coyotes” adoptan una sincronía perfecta para cumplir con sus fechorías. Ayudados de sus teléfonos móviles, están en constante contacto con sus cómplices de otros países, quienes les brindan instrucciones para eludir los controles fronterizos y les notifican la llegada de nuevos emigrantes. El objetivo es trasladar a más gente en menos carreras; por ello la cantidad de extranjeros aumenta en el trayecto. Las nacionalidades más recurrentes son haitianos, dominicanos y africanos. Hay reportes de que los primeros pagan hasta 5.000 dólares a las bandas de criminales para realizar esta dura travesía. En Perú se atrapó a 580 de ellos entre enero y junio de este año.
Se calcula que los centroamericanos dejan en las billeteras de los “coyotes”, en promedio, 3.000 dólares. En los parajes peruanos, las víctimas son guiadas por uno o dos de estos personajes que van siempre por caminos de herradura, son rutas que no figuran o pasan desapercibidas en el mapa, que no cuentan con fiscalización de las autoridades. La misión es pasar a Bolivia. Quienes tienen a Brasil como destino, principalmente los haitianos, se separan del grupo y toman la ruta hacia la provincia peruana de Ayacucho, que colinda con el norte de La Paz y el departamento de Pando en suelo boliviano.
Los que apuntan a Chile siguen hacia el sur, rumbo a la provincia de Puno, cerca del lago Titicaca, para posteriormente atracar en la localidad binacional de Desaguadero.
Se recorren regiones dominadas por el narcotráfico. El peligro es constante y las averiguaciones y testimonios aseveran que los “coyotes” más inclementes se encuentran en esta nación vecina. “Recuerdo que era un peruano quien nos llevó de Tacna a Desaguadero, nos desfalcó y de ahí nos movimos hacia Bolivia”, se lamenta Joaquín. La coordinación entre los traficantes locales y los de Bolivia es incesante en esta parte del periplo, para garantizar el siguiente paso del objetivo.
Eddy es otro dominicano “ilegal” que fue ubicado por Informe La Razón en Chile. Igual realizó este recorrido. Es bastante cauteloso al hablar del tema. No quiere saber nada de dar su nombre y apellido verdaderos. Mediante contacto telefónico, sostiene que sufrió el maltrato de sus “captores” y que éstos no tenían ningún remordimiento a la hora de garantizar el cobro por su “trabajo”. No importa que antes se cumpla con el pago por el “servicio del traslado”, los “coyotes” siempre piden más dinero y se lavan las manos respecto de los acuerdos previos, rubricados en la República Dominicana.
Eso sí. Hay quienes se saltan Bolivia para ingresar a Chile. Un especialista en esta labor reñida con la ley era el Lobo. Se trata de un “coyote” peruano que fue capturado por la Policía de su país en septiembre. Dirigió a ocho centroamericanos hasta un punto fronterizo con Bolivia, tras pasar la ciudad de Tacna, y los mandó a pie por la pampa. El Lobo les explicó que debían seguir directo por el descampado para desembarcar en Arica; sin embargo, antes de divisar aquella ciudad chilena, los dominicanos fueron pillados por los agentes. Así se acabó su ilusión.
El Lobo fue detenido. Pero los extranjeros cambiaron su primera versión de los hechos, que incluía la acusación de trata y tráfico de personas contra el malhechor, es decir que dejaron limpia su imagen. “Atemorizar a sus víctimas es una de las actitudes más comunes de los ‘coyotes’”, remarca el inspector Waldo Bernal, de la Dirección General de Migración. Y en territorio boliviano las cosas no cambian, porque estos traficantes igualmente causan pánico entre sus presas y se libran de estar tras las rejas pese a la flagrancia de sus actos.
Un claro ejemplo es El Camba, uno de los protagonistas de la historia con la que comienza este reportaje. Tras aquella redada de octubre en Pisiga, este “coyote” salió libre y sin culpa, aunque había documentación que lo incriminaba en el tráfico de dominicanas. “Esa noche no pasó nada pese a nuestros intentos, él siguió como si no hubiera ocurrido nada”, complementa el inspector Gonzalo Muñoz, quien postula que estos traficantes tienen cada vez más nexos transnacionales y amenazan con golpear a sus “clientes” en el trayecto, más todavía si los desenmascaran.
En el lado peruano del pueblo de Desaguadero, Joaquín empezó a sufrir los efectos de la altura, a más de 3.800 metros sobre el nivel mar. “Me puse grave, me salía sangre por la nariz, estaba vomitando porque el clima me atacó”. Pero ya no había vuelta de hoja. Fue así que de amanecida caminó junto a cuatro compatriotas, cruzaron la frontera y entraron al Desaguadero de Bolivia. “Llegamos andando, recuerdo que cruzamos un charco y el clima me estaba dando fuerte. Pasamos un río de madrugada y de ahí nos llevaron en una wawa (minibús). Ese vehículo nos trasladó hacia una parada en el lado boliviano y de ahí nos fuimos para la ciudad de Oruro”. Las investigaciones sostienen que los centroamericanos son transportados hasta El Alto, solos o en compañía de sus “captores”, y posteriormente arriban a la urbe orureña, donde los esperan otros traficantes o siguen el periplo con sus guías.
El fiscal departamental de Oruro, Orlando Riveros, manifiesta que este tema continúa en investigación y que se consiguió desentrañar el recorrido que siguen los centroamericanos para ir a Chile. En septiembre, esta autoridad se reunió con la Policía Internacional (Interpol) Bolivia para analizar la situación. Se coincidió en que una banda internacional llamada “coyotes” opera en Bolivia y transporta dominicanos sin visado por la ruta Desaguadero-El Alto-Oruro-Pisiga-Chile, usando alojamientos y buses para camuflarlos, y “con fines laborales, sexuales, de esclavitud y explotación moderna”.
La última escala del viaje de Joaquín fue precisamente Pisiga. Alquiló un hospedaje y antes de que saliera el sol caminó por un paraje deshabitado hasta que se le cruzó un motorizado que lo recogió a él y a seis connacionales más. Todos ingresaron al coche con dos “coyotes”, que a gran velocidad pasó por Colchane, en territorio chileno, y siguió su marcha hasta detenerse en la urbe portuaria de Iquique. Allí las víctimas vieron que las promesas se esfumaron, quedaron solas. “En Chile nosotros nos las ingeniamos para seguir. Me hice amigo de una señora que hacía las boletas (pasajes) y nos las vendió”. Esa ciudad y otras del norte de Chile son los destinos finales de estos inmigrantes.
Joaquín no lo sabe, pero la zona por la que caminó de madrugada en Bolivia fue bautizada por los agentes de Migración como la Ciudad Vacía (foto de estas páginas), un sitio desamparado, sin control estatal entre Pisiga y Colchane, donde únicamente hay casas de adobe y vestigios de alguna comarca que se levantó por la región. A lo lejos, solo se ve un letrero verde de Carabineros de Chile con el siguiente mensaje: “Se informa a los ciudadanos extranjeros de todas las nacionalidades que deben obligatoriamente pasar al control migratorio, si usted ingresa de manera ilegal a la República de Chile se arriesga a ser deportado del país y a graves multas ya que estaría infringiendo la Ley de Extranjería”.
Los efectivos de Migración de Bolivia saben que ese confín es uno de los más utilizados para el tráfico de indocumentados. Es más, se tomaron fotografías de los automóviles que emplean los “coyotes” y se tiene información de que una “monjita” colabora a los centroamericanos que le solicitan ayuda para esta travesía. Aún no se sabe cuándo, pero se alista un operativo conjunto entre Migración, el Ejército, la Policía y la Agencia para el Desarrollo de las Macrorregiones y Zonas Fronterizas, mientras se recolectan más pruebas sobre las andanzas de los “coyotes” bolivianos.
Los operativos de los agentes migratorios no cesan. Entre mayo y octubre se detuvo a 29 dominicanos indocumentados en fronteras. Bernal informa que se realizaron tres redadas exitosas. En la primera se halló a diez personas en los límites con Perú, en Desaguadero, algunas de ellas reincidentes que intentaron llegar a Chile por el aeropuerto de El Alto. “Nos informaron que había un auto con diez personas: dos hombres y ocho mujeres. En el coche prácticamente vivían, comían y dormían”. Los involucrados fueron trasladados a oficinas policiales y lo último que se supo es que debían ir a la capital Lima.
La segunda fue en septiembre. Un grupo de funcionarios de Migración paró un bus interprovincial que cubría el tramo de Oruro a Pisiga y encontró a 16 inmigrantes sin papeles, que fueron enviados a la Casa del Migrante en Oruro y, luego, a la ciudad de La Paz. Únicamente tres de ellos decidieron hablar de su travesía y proporcionaron datos para que los agentes armen el rompecabezas de la red de “coyotes”. En retribución, la Fiscalía les colaboró con sus trámites para permanecer algunas jornadas en Bolivia; el resto fue deportado.
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