Los diarios del provicario Victorio Manuel Bonamín revelan la colaboración de la Iglesia Católica en la represión de la última dictadura. Luego de siete años de trabajo con los manuscritos, los investigadores Ariel Lede y Lucas Bilbao publicaron “Profeta del Genocidio”, que compila los diarios del sacerdote salesiano entre 1975 y 1976. “Es el primer documento que demuestra la participación de la Iglesia como institución en el genocidio”, dijeron a Cosecha Roja los autores. Hoy a las 19 hs presentarán el libro en el Museo de la Memoria de Rosario.
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El 9 de enero de 1976, cuando las Fuerzas Armadas se preparaban para extender la represión a todo el país, Bonamín dio una conferencia a los cadetes del Ejército. Esa noche escribió en su diario: “se nos presentaron preguntas y problemas con respecto a las torturas. Es necesario que nuestros capellanes ‘aúnen criterios’: Santo Tomás justificaba la pena de muerte y la tortura es menos que la muerte”. No fue la única vez que justificó la tortura y el asesinato como una metodología contra los opositores políticos. El 1 de julio de 1976 escribió “Vicente Pellegrini -un padre jesuíta- me pide que le preste los apuntes de mis charlas sobre violencia ‘para aunar criterios’. Para mí le han dicho que yo apruebo las torturas y ese es un modo elegante de cerciorarse”.
El Operativo Independencia en el monte tucumano, la extensión de la violencia de la Alianza Anticomunista Argentina, el rol de los sacerdotes del ejército en el Terrorismo de Estado, la necesidad de unificar el discurso de los capellanes militares a favor de la represión: el sacerdote escribió obsesivamente un diario, entre 1975 y 1976, donde anotaba las reuniones con militares de alto rango, los encuentros entre los miembros de la Iglesia y los criterios teológicos que justificaban la tortura y el asesinato para salvar a la “Argentina católica”.
La dictadura de Pedro Eugenio Aramburu acordó con el Vaticano la creación de un vicariato castrense “para el cuidado espiritual de los militares de Tierra, Mar y Aire”. En 1960, Bonamín asumió como provicario y se mantuvo en el cargo hasta 1982. Había iniciado sus estudios en el seminario de Rosario y había viajado a Roma para ordenarse como sacerdote.
El historiador Lucas Bilbao y el sociólogo Ariel Lede accedieron a los diarios en 2009. Investigaban a los curas tercermundista a partir del archivo del padre jesuíta José “Pichi” Meisegeier (que reemplazó en la Villa de Retiro al sacerdote Carlos Mugica, cuando lo asesinó la Triple A). Entre los papeles de Teología de la liberación, Sacerdotes de Base y del Movimiento del Tercer Mundo, estaban las libretas que Bonamín. Cuando los investigadores las tuvieron entre las manos, supieron que era un documento único.
Los seis años de trabajo dieron por resultado el libro “Profeta del Genocidio” que compila los manuscritos y un estudio crítico. “Desde el retorno de la democracia, se plantea la complicidad de los sacerdotes con la dictadura. Pero se lo hizo a título individual, padres que colaboraron y capellanes que servían a los torturadores. En estos diarios cae de maduro la colaboración del vicariato y la Iglesia con la represión”, dijo Bilbao.
Los 400 capellanes que servían en las distintas dependencias de las tres fuerzas respondían al vicario y arzobispo de Buenos Aires, Alberto Caggiano (reemplazado por Adolfo Tortolo en 1975) y a Bonamín, el segundo en la cadena de mando. Los investigadores analizaron las espacios que recorría el provicario: muchos de ellos coincidían con Centros Clandestinos de Detención. “Está claro, por las anotaciones y su vínculo estrecho con los miembros de la fuerza que no desconocía de la actividad represiva”, contó Lede.
En los años que relatan los diarios, Bonamín viajó a Roma dos veces y mantuvo una serie de conferencias protocolares con el Papa Pio IX. Si bien hay un resguardo de la información sobre el país, un comentario de un mes antes del golpe permite observar los vínculos con la jerarquía del vaticano. “El General Juan Antonio Buasso vino a saludar a Monseñor Tortolo, de paso quiso conversar conmigo sobre lo que va a pasar; convendría ‘prevenir’ a la Santa Sede por si son detenidos algunos sacerdotes” escribió el 6 de febrero de 1976.
El provicario tenía un sobrino nieto que militaba en la Juventud Universitaria Peronista: Luis Anselmo Bonamín. El 16 de marzo, Luis intentó hacer una pintada en la esquina de Necochea y 9 de Julio, en Rosario, cuando la policía lo secuestró. Trató de escaparse pero los disparos lo alcanzaron. Los agentes lo llevaron moribundo a la comisaría, donde lo torturaron hasta matarlo. Al otro día arrojaron el cuerpo en un descampado de Granadero Baigorria, a mitad de camino entre Rosario y San Lorenzo.
A pedido del padre de Luis, Bonamín le preguntó a los jefes del II Cuerpo del Ejército qué había sucedido con su sobrino nieto. El ejército se desligó de la responsabilidad y desde el cuartel un coronel llamó a la policía.
-El chico fue asesinado por la policía- le dijo.
La última anotación sobre su sobrino fue la semana posterior al crimen. Después no lo volvió a mencionar en su diario. Bonamín continuó con sus homilías a favor del uso de la fuerza y asistiendo a militares con “problemas de conciencia”.
“Pensamos nuestro trabajo con un fin social, sobre todo como un insumo para los juicios”, dijo Bilbao. El único religioso condenado por un delito de lesa humanidad es Christian von Wernich, ex capellán de la policía de Ramón Camps, quien sigue siendo sacerdote pese a la condena de la Corte Suprema. El cura José Myjalchik fue absuelto por el Tribunal Oral Federal de Tucumán en diciembre de 2013: había sido denunciado como partícipe de la represión en el Centro Clandestino de Detención de Arsenales. Un capellán del V Cuerpo del Ejército, Aldo Omar Vara, murió prófugo de la justicia en el Paraguay. Y la lista continúa. Para Lede y Bilbao, la publicación de los diarios son una fuente para analizar la responsabilidad de la Iglesia en la última dictadura.
Hasta el momento, el archivo de Bonamín fue utilizado en seis juicios. Entre ellos, la causa por el asesinato del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli. El 27 de junio de 1976, un mes antes del asesinato del padre tercermundista, el provicario castrense viajó para inspeccionar la guarnición del III Cuerpo en La Rioja. Anotó en Chamical: “no rechacé la invitación del Estado Mayor en vista de la triste situación espiritual de nuestra gente, sobre la cual pesa la pena de entredicho -práctico- sancionada por el obispo diocesano Monseñor Angelelli, quien prohibió a todo el clero, diocesano o religioso, acudir a la Base: él quiere que vaya el párroco del lugar”.
Luego de una serie de charlas y homilías en la que reafirmaba la necesidad luchar por la patria, vuelve a Buenos Aires. El 4 de agosto de 1976, el cuerpo de Angelelli fue encontrado con marcas de haber sido golpeado en la nuca a un costado de la ruta. La policía dijo que había muerto en un accidente de tránsito. El último comentario de Bonamín sobre el cura riojano fue “Mons. Angelelli ¿un disparo en la cabeza?”.
Bilbao y Lede crearon un sitio para incluir la información que quedó fuera de la edición en papel. Crearon el sitio web Profeta del genocidio que tiene cuatro anexos que complementan la investigación e incluyen un listado de los 120 capellanes mencionados en las páginas del libro, las conferencias de Bonamín dictadas entre 1975 y 1976, un índice de nombres y el listado de curas denunciados en causas de Lesa Humanidad. La investigación fue realizada con apoyo de la Secretaría de Culto de la Nación.
Hoy a las 19 hs, los autores presentarán el libro en el Museo de la Memoria de Rosario, en la calle Córdoba 2019. Conversarán con el periodista y diputado provincial Carlos del Frade, la docente y querellante en causas de lesa humanidad, Liliana Gómez, la abogada Gabriela Durruty y Lucas Mac Guire, querellante y miembro de la Asociación Miguel Bru.
Foto: Profeta del genocidio
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