Yudi Santos aceptó ir a la emergencia con el abuelo. Se estaba retorciendo por los cólicos y las hormonas. Llegó a la Unidad de Pronto Atención, entregó los documentos e hizo un pedido: “Me llaman por el nombre social”, dijo. Se sentó y esperó. Una hora después, la pantalla se encendió. Allí estaba el nombre civil. Toda la sala de espera lo miró. “Nada de lo que yo sentía era mayor que el dolor del desprecio. Bajé la cabeza y caminé hasta la sala del médico. Parecía estar entrando en una jaula de animales feroces”.
Yudi siempre prefirió automedicarse. Su miedo es el mismo que el muchos transexuales: el desprecio de su identidad de género. En Brasil, la población trans sufrió mucho con la invisibilidad en el sistema de salud. El “boom” de los casos de VIH, en los 1980, colocó a esas personas en un lugar estigmatizado y las alejó de la mayor parte de los servicios. En materia de salud casi no hay investigación sobre la exclusión. Una de las pocos estudios, el de la Pontificia Universidad Católica de Rio Grande do Sul (PUCRS), dice que el 43% de la población trans evita buscar atención de salud.
En la última década, por la presión de los movimientos sociales, esa historia comenzó a cambiar. El 18 y 19 de agosto del 2008 el “proceso transexualizador” fue incorporado al Sistema Único (SUS). Con él, el reconocimiento de la orientación sexual y de la identidad de género como determinantes de la situación de salud.
“Eso traía una discusión sobre la responsabilidad del SUS ante el cuidado con la población trans, para que ella pudiera realizar las adecuaciones corporales”, explica la psicóloga y coordinadora del Espacio Trans del Hospital de las Clínicas de la Universidad Federal de Pernambuco (HC- UFPE), Suzana Livadias.
La primera versión de esta ruptura de paradigma fue comedida. Un tipo de cirugía, la reasignación sexual de mujeres transexuales. Y cuatro hospitales en todo el país. La demanda sorprendió y el tema ganó espacio. Pero el proceso transexualizador se sintetizó, en el imaginario popular, a los cambios genitales. Y a las filas que llevan a una espera de más de 10 años.
La espera no es sólo para cambiar el órgano sexual. Y el cambio del órgano sexual no traduce el proceso transexualizador. Hay algo más profundo.
En noviembre de 2013, la ordenanza 2.803 redefinió y amplió el proceso en el SUS. Era llegada la vez de travestis y hombres trans. Se incluyeron la hormonoterapia y las cirugías como la mastectomía (retirada de los senos) e histerectomía (retirada del útero). Hubo la creación de centros ambulatorios para hacer el seguimiento previo y postoperatorio. La salud trans pasó a ser pensada de manera integral.
Brasil hace un promedio de una cirugía de reasignación cada ocho días. En ese intervalo de tiempo, hace 56 consultas ambulatorias. “El proceso transexualizador marca la garantía del acceso a la salud, de las diferencias humanas, de la necesidad de cuidar de una población que, en función de su exclusión, estaba sufriendo agravios”, explica Suzana Livadias.
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Cada vez que salía de su habitación, Yudi Santos bajaba la cabeza. Frente a la puerta, un espejo de cuerpo entero reflejaba una imagen que no quería ver. Yudi tenía una comprensión de sí que aquel pedazo de vidrio instalado en la pared no captaba. Era una época en que él tomaba hasta cuatro anticonceptivos por día, para frenar los signos de feminidad. “Yo miraba y pensaba: no quiero eso para mí.”
Yudi hacía lo que la mayoría solía hacer: tomar hormonas por cuenta propia para promover cambios corporales. Vivía con nauseas y tenía desmayos repentinos. Escondía todo para no ir a una emergencia hospitalaria, por miedo del prejuicio. Uno de cada diez brasileños sufrió alguna vezdiscriminación en los servicios de salud. La discriminación aumenta en seis veces la frecuencia con que trans evitan esos lugares.
“Antes, la gente iba en la farmacia, compraba el anticonceptivo y tomaba. Entonces cambiaba de forma agresiva y empezaba a tener problemas de salud, como enfermedades cardiovasculares”, dice la presidenta de la Articulación y Movimiento para las Travestis y Transexuales de Pernambuco (Amotrans-PE), Chopelly Santos.
De todas las personas transexuales y travestis atendidas en el ambulatorio recifense LGBT Patrícia Gomes, el 77% confiesa ya haber hecho automedicación de hormonas. Sesenta y cinco por ciento, de técnicas estéticas de cambio del cuerpo no legalizadas. Es el caso del uso de la silicona industrial, que aumenta el riesgo de embolia pulmonar e insuficiencia renal aguda.
El proceso transexualizador trajo la oportunidad de hacer la transición con ayuda profesional y evitar esos daños. Aunque limitado a cinco hospitales acreditados para la cirugía y cinco para seguimiento ambulatorial. En un país con 28 estados, 5,5 mil municipios y 207 millones de personas, hay más demanda que oferta.
Por eso, Yudi sólo comenzó la hormonoterapia hace un año. Él que desde la niñez ya buscaba referencias masculinas. Que siempre prefería representar el género masculino en los juegos. Que aceptó el apodo Yudi de los amigos sin quejarse. Que a los 18 años se comprendió como hombre transexual, pero sólo pudo mirarse en el espejo y ver lo que le gustaría a los 25.
Hace seis meses decidió levantar la mirada. Encontró en el reflejo a un chico de 1,75 metros de altura. Piel negra, pelo rizado marrón oscuro, raspado en los laterales. Las mejillas dibujadas por marcas de espinas que empiezan quedar ocultas tras una barba en desarrollo. Yudi ahora toca en el propio rostro con cariño, parece que a cada momento quiere comprobar si es realidad. Todas las veces en que visita a la madre, hace cuestión de pasar y parar por minutos delante del espejo que en el pasado era motivo de vergüenza.
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La casa de ladrillos marrones y las rejas oxidadas de la calle Pedro de Paula Rocha pasó por pocas modificaciones. Hay una placa coloreada en la fachada, algunas sillas plásticas y una mesa en la sala. Para donde se mire, carteles clavados en la pared anuncian una campaña gubernamental contra el prejuicio. El mensaje es sencillo: no hace diferencia saber la orientación sexual y la identidad de género de las personas.
Yudi sale de una de las dos salas que todavía parecen improvisadas. Hace ocho meses asumió el cargo de asesor de asuntos políticos LGBT de Camaragibe. La misión era fundar el Ambulatorio Darlen Gasparelle. El último a ser abierto en Pernambuco, el primero fuera de Recife. Para Yudi, estar ahí es un acto político y de solidaridad.
Estos sitios se transformaron en la principal puerta de entrada de usuarios trans a los servicios de salud y expandieron la conciencia del SUS. La población trans se enferma como cualquier otra y no siempre quiere la hormona y la cirugía. “Hormonizar es una consecuencia, existe un antes y un después”, dice el enfermero creador del Espacio Trans Identidades del Centro Integrado de Salud Amaury de Medeiros (Cisam-UPE), Cristiano Oliveira.
Los ambulatorios son la tabla de salvación para desahogar los servicios hospitalarios. Como el HC fue durante mucho tiempo el único lugar de acogida, todo el mundo iba allí. Hoy tiene 290 personas dentro, pero cerca de 340 en espera. “Esa es una población que históricamente ha sido colocada al margen de la salud pública, entonces se alejó de ella. Con estos servicios ambulatorios, estamos viviendo el rescate de los vínculos”, dice el coordinador de la Política de Atención Integral a la Salud de la Población LGBT del Recife, Airles Ribeiro.
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En el segundo piso del Hospital de las Clínicas, un cordón atrapado en la pared dista de la secuencia de puertas amarillas separadas por paredes blancas encadenadas. Las letras coloreadas dibujadas a mano sobre el hilo forman V-A-R-A-L D-E D-E-P-O-I-M-E-N-T-O-S. De los ocho papeles colgados abajo, uno de ellos llama la atención por la sencillez y fuerza del mensaje. “Xô transfobia”. El papel también trae un texto de nueve líneas.
“Me llamo Ericka, soy mujer trans y tengo una buena relación con mi familia. Esa relación me permitió estudiar y hoy tener un empleo formal. Este amor me protegió de las calles.” La mujer alta, de pelo rizado rojo y fardada con una camisa azul, pasa apresurada ante el mural. Dice que vuelve ya. Algunos minutos después, resurge con llaves en la mano e invita a una de las salas del piso donde funciona el Espacio Trans del HC. Comienza a contar la historia detrás del mensaje.
Ericka Gomes tiene 33 años. Cuando era adolescente, estaba en una reunión de familia y oyó una tía disparar en la mesa. “Prefiero tener un hijo homosexual que ladrón.” Ericka aún no había transicionado, lo que tardó algunos años más. El primero en percibir los cambios provocados por la hormonoterapia fue el padre. “Él preguntó a mi madre y ella llegó diciendo: ‘tú ya pasa lo que pasa siendo gay, ahora va a inventar de ser travesti? ¿Ya pensaste en lo que va a suceder contigo? “.
El mayor miedo era la prostitución, con lo que trabajan el 90% de las travestis y transexuales en Brasil, estima la Asociación Nacional de Travestis y Transexuales (Antra). Por falta de oportunidad en el mercado de trabajo. “Yo dije: voy a estudiar, voy a subvertir esa norma. Quiero golpear en otras puertas”, determinó Ericka.
Ella ya había trabajado de secretaria y auxiliar de archivo, antes de la transición. Después de eso, su primer empleo fue en un call center. No necesitaba aparecer para los clientes, lo que hizo más fácil la contratación. Cuando ella empezó la facultad de contabilidad, los caminos por la inserción profesional se volvieron más tortuosos. Más de 10 selecciones de prácticas, ninguna aprobación. Necesitó volver al call center y vender ropa. Hasta que una amiga pidió su currículum para una vacante de recepcionista.
El documento fue con el nombre civil. La amiga corrigió: podía ir con el nombre social. En la selección fueron 18 personas trans. Ericka pasó la prueba y asumió la función que ejerce hace dos años y tres meses: recepcionista del Espacio Trans del HC-UFPE. En aquel corredor impersonal, el mensaje de ella es un gesto de afirmación. El trabajo es hacer el puente entre las personas que llegan y el servicio de salud.
Ericka recibe documentos, organiza material administrativo y repasa la información a los profesionales del sector. Pero el trabajo no se resume a eso. Ericka es la que escucha, la que da acogida y trata de confortar a los pacientes.
“Son personas que llegan sufriendo por todo tipo de violencia. “A veces me cuentan cosas que ni en el tratamiento terapéutico hablan.”
Son 10 horas de trabajo por día. Es una rutina intensa, pero que ella no se queja. Lo único que lamenta es ser una de las dos únicas transexuales en un universo de 60 personas ocupando cargos de recepción en el hospital.
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Yudi y Ericka son ejemplos de una red que crece de forma tímida. Pernambuco es hoy el estado con más mecanismos de promoción de la salud de la población LGBT en todo Brasil. Tiene coordinación estatal y en la capital. Ganó tres nuevos espacios ambulatorios en los últimos dos años. El Trans Identidades, del Cisam; el Patrícia Gomes, del Recife; y el Darlen Gasparelle, de Camaragibe.
Y también tiene quien quiera entrar. La ciudad de Ipojuca está creando una política propia. El complejo hospitalario de la Universidad de Pernambuco pleitea la acreditación con el Ministerio de Salud para realizar las cirugías. Ya llegó hasta a hacer una, en carácter experimental.
Los avances en una década son innegables, pero el proceso transexualizador descortinó una demanda que el SUS no esperaba. Todo es poco. No es sólo el HC que tiene una lista de espera. En Cisam sólo hay programación para noviembre. Las barreras para la ramificación de la red son dos: el prejuicio entre los profesionales y la falta técnicos especializados.
“La gente oía hablar, pero no sabía dónde estaban esas personas. Estamos en la capital, pero recibimos gente de Petrolina, Arcoverde, ciudades del interior”, cuenta Cristiano Oliveira, del Cisam. El Ministerio Público de Pernambuco (MPPE) tiene una investigación civil abierta. “Cobramos la implantación de algunos servicios que fueron abiertos, como el de Recife y de Camaragibe, la realización de entrenamientos con los profesionales de salud y estandarizaciones en la dispensación de hormonas”, explica la promotora de Defensa de la Salud del Recife, Helena Capela.
La cuestión, dice, es que el trabajo es continuo. “La meta es que la red funcione como un todo”, pues los agravios continúan sucediendo. Todavía hay trans huyendo del sistema de salud. “La expectativa promedio de vida de una persona trans es 35 años, mientras que el resto de la población es de más de 70. Cerca del 60% de ellos ya pensaron en el suicidio y el 35% intentaron”, dice la miembro del Foro LGBT de Pernambuco y madre del proyecto Transviver, Regina Guimarães.
El trabajo de hormiga de fomentar la expansión de la red y romper el prejuicio es del estado. “No bastan las políticas, sólo logramos devolver a la población resultados si tenemos mano de obra. Por eso, hemos trabajado en la sensibilización del profesional para acercarse a las cuestiones epidemiológicas de la población LGBT, con capacitaciones”, explica el coordinador estadual de salud LGBT, Luiz Valério. Hoy, existe un comité técnico sobre el tema en Serra Talhada y Petrolina. En Arcoverde y Afogados de Ingazeira, están en implantación.
*Este artículo se realizó en el marco de la Beca Cosecha Roja. También se publicó en Diario de Pernambuco.