Por Sebastián Lalaurette – La Nación, Argentina.

 

Buenos Aires- El caso de un pro­fesor que debió abandonar la es­cue­la en que trabajaba, en el par­tido de Luján, porque un alumno lo amenazó de muerte y no fue sancionado es el último ejemplo de una violencia escolar que preocupa a las autoridades educativas bo­nae­renses. Los incidentes de agresividad en aulas, patios y pasillos se repiten. Cada quince días de clases aparece un arma de fuego en una escuela de la provincia de Buenos Aires.

El docente que dejó su cargo, Gabriel Mullen, se desempeñaba en la Escuela Secundaria Básica (ESB) N° 9 de Luján. Allí, según contó el propio docente, fue increpado por un alumno al que le había pedido silencio durante una clase. “Te voy a cagar a tiros”, le contestó el estudiante al profesor, quien, afirmó, se tomó en serio la amenaza porque el joven había llevado un arma al colegio en una ocasión anterior.

Sin embargo, las autoridades de la escuela decidieron no aplicarle ninguna sanción al alumno, por lo que Mullen optó por dejar su cargo allí y pasar a dar clases en otro establecimiento, fuera de Luján, según narró al diario local El Civismo.

En lo que va del año, la Dirección General de Cultura y Educación (DGCE) bo­nae­rense contabi­lizó doce casos de alumnos que portaban armas de fuego en escuelas primarias y secundarias. Es un incidente cada quince días lectivos. Y el fenómeno no da muestras de ceder: “Las armas van a seguir apare­ciendo en las aulas en tanto estén en la socie­dad”, dijo a LA NACION la directora de Psico­logía Comuni­ta­ria y Peda­go­gía Social de la DGCE, Claudia Bello.

En mar­zo, en Ensenada, un alumno baleó a otro en la cara; en octubre, en San Mi­guel, una chica fue apuña­lada por otra a la salida del cole­gio. Estos hechos reavivan el fantasma de la tragedia ocurrida en septiembre de 2004 en Carmen de Patagones, cuando un adoles­cente conocido como “Ju­nior” ma­tó a tres compa­ñe­ros e hirió a otros cinco usando una pistola de su padre, un prefecto.

Este año se produjeron por lo menos tres dis­pa­ros accidentales en escuelas bo­nae­renses. El último ocurrió en no­viembre, en San Justo, y un chico resultó herido.

De todas maneras, Bello aclaró que, “en general, el chico no lleva el arma al colegio para agredir a otros, sino para mostrarla. Suele pasar que el chico tiene miedo y con el arma se siente superior”. El mes pasado, un chico de 15 años llegó a la ESB N° 9 de Ensenada “afec­tado por el alcohol o algún psico­fármaco”, según expli­caron fun­cio­narios del área, y comenzó a desafiar al profesor durante la clase; luego, fue a la cocina del colegio, tomó un cuchi­llo y amenazó al director. Luego de tres horas de tensión, el chico volvió a su casa, solo. Intervino un juez de familia.

Qué hacer

¿Cómo resolver el fenómeno de la violencia escolar? Bello insiste en la apuesta a generar espacios de participación y discu­sión dentro de la escuela y con el resto de la comuni­dad. “En nuestra gestión nos pro­pusimos dismi­nuir en un 40% la cantidad de inci­dentes. No llega­mos, pero veo con mucha esperan­za la generación de muchos más espacios de partici­pación”, dijo la funcionaria.

Para el psicopedagogo Alejandro Castro Santander, titular del Ob­ser­vatorio de Convivencia Escolar de la Uni­ver­sidad Católica Argen­tina y miembro del Observatorio Internacional de la Violencia Escolar de la Universidad de Bordeaux, Francia, “decir que la es­cue­la es vio­lenta porque la socie­dad es violenta es una actitud de victi­mización”.

El espe­cia­lista, oriundo de Men­do­za, señaló que allí varios colegios imple­men­taron progra­mas para reducir la violencia que funcio­naron bien, y que involucran a docentes, padres y representantes barriales.

“Hay escuelas que están metidas en zonas margi­nales y vos entrás y te parece que estás en el paraíso. Enfrente se están tiroteando y en la escuela hay paz”, dijo. E hizo hincapié en la necesidad de que haya protocolos de seguridad claros en los colegios.

En este punto las opiniones divergen. El director ejecutivo de la Fundación Proyecto Padres, Adrián Dall’Asta, cree que esas situaciones no deben ser tolera­das. A un chico que lleva un arma al colegio “hay que retirarle la matrícula y dejarlo fuera de la institución. Tiene que haber un castigo ejemplar”, argumentó Dall’Asta, ex docente secundario en el norte del Gran Buenos Aires.

Para él, el fenómeno tiene que ver con una falta de respeto al docente como autoridad: “Los chicos llevan armas al aula porque sienten que en la escuela pueden hacer lo que se les canta. Ha perdido su condición de lugar de puesta de normas y límites”, dijo.

En cambio, la psicóloga Adria­na Denegri, profesora y coordinadora de talleres sobre violencia escolar, cree que no hay respuestas únicas, y que cada caso debe ser evaluado individualmente.

“Cada caso es distinto”, coin­cidió Bello. “En el de San Justo, los propios padres de la escuela no querían que se sancionara al chi­co; en el de Ensenada, se resolvió el problema trasladando a otra escuela al alum­no que llevó el arma. Pero en todos los casos se brinda conten­ción adicional y se trabaja con la familia”, añadió.

Denegri, sin embargo, cree que el aspecto de la contención debe profundizarse. Para esto, dijo, ha­ce falta que existan equipos profe­sio­nales ade­cuados: “Muchas es­cue­las no tie­nen equipos de orien­tación, lo que antes se conocía co­mo gabinetes”, dijo, e insistió en la nece­sidad de que el Estado “gene­re más trabajadores sociales bien forma­dos que puedan trabajar en la te­má­tica dentro y fuera de la es­cuela”, ya que, según subrayó, “es fundamental el trabajo en red: la escuela sola no puede hacer mu­cho, es necesario que participen los servicios de protección a la niñez y las propias familias”.

Denegri dijo que la presencia de armas en las aulas también es producto de “múltiples factores”, entre ellos, el hecho de que “las armas circu­lan hoy con mucha más fluidez que antes” y que en las últimas dé­ca­das “la escuela ha empezado a ser más inclusiva y aparecieron sectores sociales que antes no esta­ban”. En este proceso de apertura, “los problemas que se dan en esas poblaciones «entran» a la escuela”, explicó.

Aunque difieran en muchas cosas, todos los consultados por LA NACION coinciden en que la solu­ción no está en intensificar los controles, sino en prevenir que los incidentes ocu­rran. “Hay que trabajar antes de que la violencia aparezca”, dijo Denegri. Dall’Asta, asimismo, se­ña­ló que “los problemas de fondo no se solucionan con medidas de forma” y dijo que “los padres también tienen que participar, porque estos hechos son producto de una deficiencia en las casas, y no sólo de una falencia en el ámbito escolar”.

 

Foto: Argenpress