Cambio climático: la verdad ninguneada desde hace 30 años

Ya en 1986 la ciencia advertía sobre el calentamiento global. Desde entonces la industria no ha hecho otra cosa que sembrar dudas sobre esta afirmación. El resultado: un planeta con “daños irreversibles” en una escala milenaria, como confirmó el informe de la IPCC de la ONU. La periodista Marina Aizen escribió sobre la necesidad de descarbonizar ya.

Cambio climático: la verdad ninguneada desde hace 30 años

10/08/2021

Por Marina Aizen*

Foto Ramiro Ortega 

Un día de 1986 que en Washington hacía paradójicamente mucho calor, más que el de costumbre, el científico de la NASA James Hansen advirtió ante un panel del Congreso que la temperatura terrestre se estaba calentando peligrosamente. El motivo, les dijo, era la acumulación de CO2 que resulta de la quema de petróleo, gas y carbón. Desde entonces, la industria no ha hecho otra cosa que sembrar dudas sobre esta afirmación para convencer con sus cánticos a poderosos lobbies económicos y políticos y retrasar la acción. El resultado está a la vista: un planeta con “daños irreversibles” en una escala milenaria. 

Esto es, palabras más, palabras menos, lo que este lunes confirmó el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el organismo de la ONU que estudia el cambio climático. El documento ya no deja dudas respecto a que los hidrocarburos son los que están destruyendo el planeta en proporciones geológicas. Ya no hay vuelta atrás para las masas polares, los glaciares, el nivel del mar o, por caso, el aumento de la temperatura. Se destruyeron en dos siglos complejísimos sistemas terrestres que necesitaron de millones de años para existir.

Lo único que queda ahora es ralentizar el aumento de la temperatura, evitar que todo se vuelva incontrolable porque los impactos se pueden retroalimentar y volver monstruosos. 

No es una teoría loca que las condiciones planetarias se puedan retrotraer al Pleistoceno. Ese es un escenario extremo. Pero con una industria petrolera en expansión eterna, como quisieran sus ejecutivos, se puede alcanzar perfectamente. De hecho, desde 2015, cuando se firmó el Acuerdo de París, se han invertido trillones de dólares en más y más petróleo y gas, como si esto no importara.

Duele pensar que todo se sabía ya hace más de tres décadas, y que se necesitó de todo este extraordinario volumen de trabajo para determinar lo obvio. Ahora lo que nos queda, en términos planetarios, son literalmente fracciones de segundos para actuar, lo que nos obliga a empezar a descarbonizar ya. Estamos al límite.

No necesitábamos a nadie que nos dijera que la suba de la temperatura se está acelerando porque lo vemos en las catástrofes que están ocurriendo a diario en todo el mundo, incluyendo a la Argentina, con un río Paraná muerto de sed, mostrando obscenamente sus profundidades arenosas.

Pero ahora, con este contundente e irrefutable informe del IPCC en la mano, los gobiernos ya no pueden más alegar ignorancia. Ni en los países centrales ni en los nuestros. La discusión de la mitigación al cambio climático debe convertirse en un asunto crucial en todas partes. 

Durante años, las negociaciones del clima se estancaron en eternos debates sobre quién debía ir más rápido hacia la transición a una economía en cero emisiones de carbono. Pero hoy, los márgenes son tan estrechos, tan finitos, que no podemos darnos el lujo de insistir en las recetas que nos llevaron a la destrucción en nombre de un desarrollo que ha probado ser tan ineficiente como injusto. No puede, no debe, haber una batalla cultural en torno a esto.

No es el ambientalismo supuestamente bobo el que está hablando. Es la ciencia recordándonos que la supervivencia está literalmente en juego.

Tampoco nos podemos dar el lujo de mentir, y decir que vamos a hacer algo que solo queda en el papel, y después continuar haciendo las cosas como siempre. Porque a la realidad física de la atmósfera no se la engaña con planes de mitigación falsos. Lo que es, es. Aquí no hay guitarra posible. 

Para la Argentina, donde el establishment económico se ha acostumbrado a vivir a costas del Estado, y el Estado cobrando retenciones a las exportaciones primarias, esto debería ser un profundo llamado de atención. 

El desarrollo de Vaca Muerta y otros yacimientos hidrocarburíferos que se benefician de recursos del erario público, no tienen ningún destino que el fracaso económico si el mundo toma en serio la descarbonización. 

El informe del IPCC, además, deja claro que el gas no es un combustible para la transición energética. Las concentraciones de metano, una molécula que atrapa el calor del sol y no lo suelta al espacio, son tan altas como 800 mil años atrás. Denle gracias al fracking y a la agricultura por esto.

Por otro lado, no podemos ilusionarnos con el avance eterno de la frontera agropecuaria. Los bosques que son derribados para poner vacas o plantar soja son una fuente indisputable de emisiones, además de una máquina de extinción de especies, que es otro de los grandes desafíos que tenemos. 

De aquí en más, cada fracción de aumento de la temperatura terrestre importa. Cada cambio sutil es un daño irreversible más que se acumula. La normalidad que vendrá de aquí en adelante será vivir en sobresaltos. 

Vimos ya un adelanto de esto con la pandemia. Pero puede ser todavía peor. El CO2 tarda siglos en descomponerse de la atmósfera: estamos lidiando con lo que se hizo mal en la primera revolución industrial. Si nosotros sufrimos ahora, qué será del futuro con un escenario de constantes emisiones.

No vamos a poder reconocer más este lugar llamado Tierra.

*Marina Aizen es periodista ambiental y miembro fundadora de Periodistas por el Planeta. Fue corresponsal de Clarín en Nueva York, editora de la revista Viva. Autora de Contaminados, una inmersión en la mugre del Riachuelo y Trumplandia, una guía para comprender los Estados Unidos. Tiene numerosos premios nacionales e internacionales por su cobertura ambiental.