Cambió el hábito por chupetes y mamaderas

Cecilia Cazenave pertenece al grupo de familias de acogimiento de la ONG Familias de la Guadalupe. Su vida dio un giro radical cuando conoció a Benjamín, quien tiempo después sería su hijo adoptivo.

Cambió el hábito por chupetes y mamaderas

02/08/2021

Por Marcela Vázquez*

Cecilia Cazenave camina sobre la hojarasca y entra con su metro sesenta, sus 39 años y el hábito marrón de monja franciscana al hospital Juan Domingo Perón de Tartagal, en la provincia de Salta. Es una noche de 2015 y un crucifijo plateado cuelga sobre su pecho. Va al encuentro de la bebé que se comprometió a cuidar esa noche. El edificio es un monstruo de varios pisos rodeado de palmeras, ventanales enormes y pasillos grises. Un hogar de tránsito municipal pidió ayuda a Cecilia y a otras dos hermanas que viven con ella en comunidad para cuidar a los bebés que, por alguna cuestión de salud, están internados. La beba llegó al hospital por desnutrición. Cecilia entra a la habitación y lo primero que nota es su cabello y ojos negros brillantes y su ceño fruncido. A su lado, una señora perteneciente al Hogar Municipal.

-Vengo a cuidarla ¿Qué le pasa? ¿Por qué está tan enojada?

-No está enojada, ella es así- le responde la señora del Hogar Municipal.

Seis años después, Cecilia relata el momento en que conoció a A: “De una beba de cuatro meses que alguien me diga que ‘es así’ para mí fue mortal. A la nena la estaban haciendo así, sino no tendría porqué estar enojada”.

Cuando piensa en esa época recuerda: “Le pregunté qué cuidados tenía que tener la beba y la mujer me dijo ‘lo único que te pedimos es que no la tengas a upa, que sólo la alces para darle de comer’. Consulté en el hospital si esa era una orden del centro de salud o si lo pedía el hogar. ‘No, las reglas las pone la gente del hogar’, me respondieron. Así que la nena estuvo en mis brazos y se durmió. La gorda sonreía, necesitaba a alguien que la cuidara, que le dedicara tiempo. No era mala voluntad de parte de ellos, sino que no dan abasto en el hogar, hay una persona cada ocho chiquitos, no les da la vida”.

Esa fue una etapa bisagra, de verdadera transformación, que comenzó cuando conoció a la bebé. La monja pidió autorización a la encargada de minoridad para comenzar a llevarse a los bebés para cuidarlos en su casa, alegando que si querían que salgan adelante necesitaban más dedicación. La autorizaron. Empezaron a hacer lo que en Tartagal no se hacía, lo de las familias de tránsito. Sacarlos del Hogar y llevarlos a una familia hasta que los buscaran los padres adoptivos.

De todos modos, eso no ocurrió con la bebé A, sino con los bebés que cuidaron luego de ella. Hoy se cumplen seis años de la adopción de A por parte de un matrimonio de Salta capital, que la fue a buscar al hospital. Sus padres adoptivos llevaron a la niña a Tartagal para hacer el recorrido de sus orígenes y se contactaron con Cecilia para que le cuente a la nena sus vivencias juntas. “¿Me abrazabas fuerte, fuerte?” le preguntaba la nena.

Luego de vivir cinco años en Salta, Cecilia decidió volver a Buenos Aires: sus padres vivían en San Isidro y ambos fueron trasplantados de corazón. Quiso pasar los últimos años de vida cerca de ellos. Se puso en contacto con una ONG, el Vallecito de la Guadalupe, y consultó si podía ser familia de tránsito. Era una persona sola, religiosa -algo inusual-, pero fue aceptada: “El hábito lo cambié por chupetes y mamaderas”.

“Al bebé en tránsito lo sumas a tu vida: voy a misa, va conmigo, voy de visita a una casa, va conmigo”.

Lugares pequeños para cambiar el mundo

El Vallecito de la Guadalupe es una asociación civil que tiene convenio con el Organismo Provincial de la Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires y funciona hace 20 años. Está en un gran terreno al que se llega subiendo una rampa, entre dos vías muertas, en la localidad de Muñiz, partido de San Miguel. Pidieron ese espacio, que no lo quería nadie, al intendente de turno quien, sorprendido, se los cedió en comodato. Para ellos lo importante no era la estética sino la ubicación estratégica, estar cerca de la gente. El lema de la ONG es una frase de Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.

Las familias antes de comenzar con el cuidado de un bebé deben someterse a entrevistas psicológicas y a estudios socioambientales. Además, deben aportar certificados de antecedentes penales y negativo en la nómina de deudores alimentarios. Por último, se entrevistan con el servicio zonal, que es una delegación del Organismo Provincial de Niñez y Adolescencia en cada departamento judicial, y firman una declaración jurada de que no se encuentran en el listado de aspirantes a adopción ni lo van a estar.

Gabriela Guzmán, coordinadora del programa, resalta que es una decisión que involucra a todo el grupo familiar, por eso integrarlos lleva todo un proceso de acompañamiento. El respaldo también se da cuando ya tienen un bebé en tránsito, y en su finalización, al momento de despedir a la criatura y entregarla a sus padres adoptivos. La comunicación es permanente.

Mediante el programa “Familias de la Guadalupe”, la ONG cuenta hoy con 15 familias de tránsito. Representa legalmente un promedio de 10 bebés desde pocos días de nacidos hasta los dos años.

La llegada de Benja

En abril de 2017 una de las familias de tránsito fue a buscar a un bebé al hospital. Les preguntaron por qué se llevaban a esa criatura y no a Benjamín, que hacía cinco meses que estaba esperando, cuando el alta se lo habían dado hacía dos. La familia de acogimiento avisó a la ONG de esta situación a través del grupo de whatsapp. En el Vallecito ya no había vacantes y Cecilia, que ya tenía una nena en tránsito, se animó a dos. Lo fue a buscar con la otra bebé que iba en su huevito y colocó una sillita para el auto. Benja había nacido prematuro con seis meses y la sillita le quedaba enorme.

En el hospital le dijeron que era “un bebé normal”, que tomaba perfecto la mamadera y agarraba el chupete. Pero el chupete lo sostenía sólo si se lo tenía ella y la mamadera la tomaba por succión espontánea. Se dio cuenta también de que la postura no era acorde a su edad. Tuvo que hacer muchos trámites hasta conseguir una beca en un instituto de estimulación. Una foto guardada en su celular muestra al nene haciendo sus ejercicios, sonriente, en decúbito ventral sobre una gran pelota verde. Eso le trae recuerdos.

Benja no tenía DNI y por ser un bebé judicializado todo requería autorización. Luego de terapias y varios estudios concluyeron que tenía parálisis cerebral. A partir de ese momento, sin siquiera imaginarlo, se iba a producir un gran giro en la vida de la religiosa.

Cecilia Cazenave 4

“A Benja lo tuve en tránsito hasta los dos años y su convocatoria se hizo pública porque no había en el Registro de Adoptantes alguien que quisiera un niño con sus condiciones”, dice.

La Convocatoria Pública decía: “Se busca familia para un niño de dos años con parálisis cerebral que se comunica mediante la mirada”. Cecilia recuerda ese momento: “Me dieron ganas de vomitar al leer eso. Benjamín era un niño muy alegre, empezaba a hablar. Para mí fue muy fuerte. Desde el momento que me dieron su diagnóstico sabía que iba a ser muy difícil su adopción”.

Las estadísticas de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (DNRUA) de 2020 indican que la gran mayoría se ofrece para ahijar NNA (niños, niñas y adolescentes) pequeños y sanos, y muy pocos para grupos de hermanos/as. Del total, 1195 aspirantes no se ofrecen para adoptar NNA con discapacidades, 34 se ofrecen para adoptar NNA con discapacidad física/sensorial y tan sólo 8 con discapacidad mental/intelectual.

Benja no tenía aspirantes interesados en adoptarlo, y su destino iba a ser un hogar de niños. Cecilia comenzó a madurar en su cabeza la idea de adoptarlo. También se cuestionó si no era mejor que el nene tuviera un padre, una madre y hermanos y no sólo una mamá. Le organizó el cumpleaños número dos junto a su familia y amigos. “Benja estaba realmente feliz, feliz, feliz” y se dijo, mientras sostenía al nene en brazos: “Yo soy la injusta, él ya tiene familia, esta es su familia, él nos eligió y todos lo amamos”.

Habló con sus superiores y Cecilia decidió que cambiaría su estilo de vida. Ya no usaría el hábito franciscano.
“Yo no renuncié a la Iglesia. Soy católica, creyente y practicante, y no uso el hábito porque sería muy confuso para Benja, para los amigos, para el planeta, una monja mamá, por más que el niño sea adoptado”, asegura.

Dejó de ser parte de la ONG y se le otorgó la guarda pre adoptiva de 6 meses. En agosto de 2020 se lo dieron en adopción y ya tiene su apellido. Luego, volvió a ingresar como familia de tránsito y sigue con esa labor. Actualmente está tramitando la instalación de una sede de la ONG Pata Pila (Pies descalzos) de Tartagal en Buenos Aires con el programa familias de tránsito “Perfecta Alegría”, nombre de origen franciscano. Para San Francisco, cuenta Cecilia, “nada de lo externo puede cambiar tu corazón”.

*Abogada graduada de la UBA, periodista egresada de ETER Escuela de Comunicación. Entre sus preferencias al momento de la escritura están las historias de vida, muchas de ellas, atravesadas, de algún modo, con el ámbito judicial.