Cosecha Roja.-
La Banda de los Correntinos soñaba con un negocio internacional de venta de drogas: “si esto llega a salir va a ser espectacular”, decían en conversaciones telefónicas sobre futuros negocios. Después se les empantanaba el camión por la lluvia o lo perdían en la mitad de la ruta con 777 kilos de droga por no tener plata para arreglar una cubierta. Hablaban de la marihuana como porciones de pizza y se preguntaban por la capacidad de los camiones: “¿Cuántas chicas puede llevar tu tractor?”. A los viajes les decían partidos. Se agendaban en el celular como Primate 1, Primate 2, Primate 3, Lentito o Chocha y se comunicaban durante el viaje avisando sobre controles policiales. Hasta que se quedaban sin crédito.
Tenían dos líderes correntinos. Uno era “El Patrón”: el ex policía Miguel Ángel Ramírez condenado por la causa Cristian Schaerer. El otro, Juan Amado Benítez, un hombre que decía ser comerciante: la policía encontró en su casa 200 kilos de marihuana en ocho bolsas de consorcio. Ambos quedaron detenidos con prisión preventiva y los bienes embargados.
– Che, escuchame, ¿vos pusiste casi todo en el baúl? Porque el auto está caído, se nota que la rueda delantera se sube.
– Sí, sí
– ¿Y vos decís que no se le puede poner un poco más ahí en el asiento trasero? ¿O no se puede?
– Va a quedar lo mismo, nomás.
– ¿Por qué no le pasamos un poquito en el asiento trasero por los peajes? Acá todos van a mirar el auto y te van a detener.
El 15 de abril, la banda de los correntinos estaba haciendo uno de los viajes desde Corrientes hasta Buenos Aires. El conductor que iba en otro vehículo notó que el auto que llevaba la droga iba tan cargado que sería evidente para los controles policiales. Hacer de campana era uno de los roles de la “organización delictiva dedicada al narcotráfico internacional”. Para la justicia, tenían una “metodología de transporte propia”.
La mayoría de los casi 15 integrantes vivían en Paso de Los Libres, una localidad de 43 mil habitantes en Corrientes. En el taller de Kuki se reunían para planear los viajes, conseguir choferes y hacerle el doble fondo a los autos, camiones o camionetas. Cuando estaba todo listo subían con los vehículos vacíos por la Ruta Nacional 14 hasta Aristóbulo del Valle en Misiones. Ahí lo cargaban con la marihuana que venía de Paraguay y daban la vuelta hasta el empalme con la Ruta 12 que los llevaba directo al norte de la Provincia de Buenos Aires: los esperaba Rey, el principal comprador de la zona.
Los miembros de la banda eran un brasilero que tenía un camión Scania y un taller en Uruguayana, un conductor de la misma nacionalidad y un mecánico correntino en pareja con una suboficial de la Prefectura. También participaban otros correntinos que iban con el auto delante del cargamento principal y hacían de campana: “Dale nomás amigo, todo limpio” o “todo bien rotonda”, se escribían por SMS. A veces la ex mujer de El Patrón triangulaba las conversaciones entre él y el conductor: “Hay tres nomás, que venga”. Varios funcionaban como hombres satélite que aparecían cuando había un problema a resolver. No siempre lo lograban.
– Reventó una cubierta
– Uh concha la lora
El diálogo es entre uno de los encargados del viaje del 17 de junio y El Patrón. El camión quedó a la altura de Virasoro. Mientras uno buscaba una rueda nueva, Ramírez regateaba: “¿No da para salvar la llanta esa?”. No pudieron pero consiguieron una rueda nueva por mil doscientos cincuenta pesos.
– ¿Cuánto tenés vos ahí?
– Estamos llorando de seco un montón
– Sos croto, amigo
– ¿Tenés algo vos?
Nadie tenía plata para cambiar la rueda. Y nadie se quedó cuidando el camión. Al día siguiente los diarios de Corrientes publicaron: “Narcos abandonaron 777 kilos de marihuana”.
No era la primera vez que perdían un cargamento. En abril, en otro de los seis viajes que reconstruye la investigación de la DDI de San Isidro y el Juzgado Federal de Campana, habían perdido una camioneta. Los narco se dieron cuenta de que la había secuestrado Gendarmería porque les seguían mandando mensajes confusos desde el celular del conductor.
– No son ellos esos. Esos son los milicos.
– Dios mío, Juan, qué problema, boludo. ¿Perdió la camioneta también?
– Y parece que sí.
(…)
– Haaa. Bue, y ¿para dónde voy?
– Y… tomá el colectivo, tomá un remis y andá a la terminal y de ahí andá a Posadas, de ahí tomá un colectivo.
Los integrantes de la Pyme narco correntina estaban lejos de los sofisticados túneles de Sinaloa y la tecnología del Chapo Guzmán. Los autos que usaban para acompañar los cargamentos eran de rango medio: Fiat Uno, Fiat Palio, Siena, Nissan Tiida, Chevrolet Aveo. Los celulares no eran smartphone. No llevaban armas ni seguridad privada y cuando llegaban a la Provincia de Buenos Aires se hospedaban en una habitación de 250 pesos la noche. En ese motel de ruta se reunían con Rey, el único que logró escapar de la policía.
La droga la guardaban en lo de Cala, un paraguayo que vivía en Merlo con Ursulina, su mujer. Fue el único que habló cuando le tomaron indagatoria a los integrantes de la banda: “Las cosas que se secuestraron en el dormitorio son mías, yo andaba en esto, pero mi señora no tiene nada que ver. Ella no me denunciaba porque ella es mi mujer (…) Me pagaron para guardar la marihuana, toda la que se encontró en mi casa. Eso yo no comercializaba. De la cocaína y de las armas, esas son mías”, dijo.
En la casa de Cala la policía secuestró un kilo y medio de cocaína, 73 de marihuana y dos armas: una Mauser y una Browning calibre 9 milímetros con el cargador colocado, lista para disparar.
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