Carmen Lapacó, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora murió hoy a los 93 años. Será velada en la Legislatura porteña a partir de las 18 hs.
La última vez que Carmen Lapacó vio a su hija Alejandra fue el 19 de marzo de 1977 en el centro clandestino de detención El Atlético. Las dos mujeres habían sido secuestradas tres días antes.
– Mamita, no resisto más la tortura, me estoy muriendo –le dijo.
Las dos mujeres se abrazaron y se besaron por última vez. Después vinieron los militares y se la llevaron. Desde ese día está desaparecida.
Carmen era profesora en un colegio secundario. Había enviudado unos años antes y vivía con Alejandra, su única hija, de 19 años, y su madre. El miércoles 16 de marzo de 1977, unos días antes del primer aniversario del golpe, las tres mujeres estaban cenando en la casa con el novio de Alejandra y un sobrino de Carmen que había viajado de San Juan para rendir unas materias de Abogacía en Buenos Aires. “En eso tocan el timbre, muy despacito. Me levanto, miro por la mirilla, y digo ‘no es acá’”, contó tiempo después Carmen.
– ¡Fuerzas Conjuntas en Acción, abran la puerta y si no la rompemos!- gritaron del otro lado.
Carmen recordaría ese momento durante el resto de su vida. Su madre abrazada a su hija y los otros dos jóvenes tiesos mientras los militares armados revisaban la casa. “Robaron, rompieron, se llevaron fotos y todos los materiales de mi hija del secundario y la universidad. Teníamos una biblioteca que llegaba hasta el techo y tiraron los libros. No dejaron nada”, contó la mujer.
Después de varias horas se fueron: se llevaron joyas, los ahorros en dólares, ropa. “Y se llevaron lo principal que había en mi vida: mi hija. Tenía 19 años cuando la secuestraron. Nos llevaron a nosotros cuatro y la dejaron a mi mamá”, recordó Carmen varios años más tarde.
En el Club Atlético, un centro clandestino que funcionaba en el subsuelo de una dependencia policial por donde pasaron 1800 detenidos desaparecidos, los pusieron contra la pared. Detrás de un escritorio, un hombre completaba sus datos en unas fichas.
– Ya dejan de llamarse como antes –les dijo.
Carmen pasó a ser F52 y Alejandra, F51. Las encerraron en unos cubículos pequeños y las encadenaron. Las torturaron durante tres días. “En un momento dado, miro y veo que estaba Alejandra cerca mío, entonces paso la mano y la toco, ella pega un grito y entonces yo le digo quién soy”. Madre e hija se abrazaron y se besaron por última vez. Unas horas más tarde Carmen fue liberada junto a su sobrino.
A partir de ese momento, Carmen comenzó la búsqueda de su hija. Tenía 53 años y mucho miedo, pero el amor y la desesperación eran más fuertes. Presentó hábeas corpus que los jueces rechazaron y visitó despachos oficiales donde nadie la escuchó. Se acercó a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Una tarde de 1979 se acercó a la Catedral porque le habían contado que ahí se reunía un grupo de madres que buscaban a sus hijos.
La Catedral estaba cerrada y se acercó a un grupo de mujeres que estaba en la esquina.
– ¿Vos tenés a alguien desaparecido? –le preguntó Tita Maratea.
– Sí. ¿Cómo sabés?
– Por la cara de tristeza que tenés.
Carmen empezó a reunirse con ese grupo de madres. Una tarde que estaban en Plaza de Mayo un policía les dijo que había Estado de Sitio, que no podían estar más de dos personas juntas. “Entonces salimos de ahí, nos pusimos de a dos y dimos vueltas alrededor del monumento a Belgrano, todavía sin pañuelos. Cuando se daban cuenta que estábamos ahí intentaban sacarnos, entonces salíamos por una punta y entrábamos por otra, el caso es que durábamos media hora”. Así nació la primera ronda de las Madres de Plaza de Mayo. Al poco tiempo se sumó como colaboradora al Centro de Estudios Legales y Sociales.
Ya en democracia, tras la sanción de las leyes de obediencia debida y punto final, inició un recorrido legal con el apoyo del CELS para que se lleven adelante los Juicios por la Verdad. La Corte Suprema de Justicia de la Nación le negó la posibilidad. En octubre de 1998 presentó, con el patrocinio de todos los organismos de derechos humanos, una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la violación del derecho a la verdad. Al año siguiente el Estado argentino se comprometió a iniciar los Juicios por la Verdad.
En 2012 fue declarada como personalidad destacada de los derechos humanos por la Legislatura porteña.
Carmen murió hoy a los 93 años. “Para todo el equipo del CELS, Carmen era una referente fundamental y nuestra biblioteca lleva su nombre. Solíamos organizar encuentros con ella solo para escucharla contar relatos y lecturas sobre la actualidad. En ella la historia de la lucha por los derechos humanos y la vida privada iban juntas. Sobre todo, tenía un gran sentido del humor, era afectuosa y su sonrisa era una bienvenida para las nuevas generaciones. Aunque ya no la tengamos presente, nos queda su legado”, sostuvo hoy el organismo en un comunicado. “Carmen fue una luchadora alegre”, la recordó María José Guembe, integrante del CELS. “Fue un puente generacional, muy generosa con quienes nos sumamos a su lucha”, agregó.
“Carmen, como tantos miles de víctimas y familiares cuyas vidas han sido atravesadas por el terrorismo de Estado, convirtió su dolor en lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia y a pesar de los padecimientos siempre mantuvo un mensaje de esperanza hacia el futuro. ¡Hasta siempre, querida Carmen!”, la despidió Abuelas de Plaza de Mayo.
Foto: Cels